Si bien es cierto que la palabra política denota una serie de elementos y acciones que tienen que ver con la administración de los recursos del Estado para lograr el bienestar de la sociedad, servir al pueblo a través de cargos públicos obtenidos en elecciones libres, etcétera, en El Salvador ya no se ve de esta forma, la palabra política resuena de múltiples maneras en la mente de muchos salvadoreños. Es que ante tantos casos de corrupción conocidos a la fecha, la población no puede más que relacionar que la política es sucia, que la política es sinónimo de enriquecimiento ilícito o peor aún de arreglos bajo la mesa con obscuros propósitos; no resulta raro entonces que se mencionen nombres y apelativos discriminatorios a diversos personajes que se ven involucrados en dichas acciones detestables para la sociedad.
Si se analizan tantos casos ocurridos históricamente en diferentes instituciones del Estado, es inimaginable el daño que el país recibe a diario, daño que ha recibido por décadas, porque acá no se habla solo de años recientes o actualidad, esta es una lamentable situación que hoy en día se vuelve más evidente por la Ley de Acceso a la Información Pública, por el trabajo periodístico investigativo y, hasta cierto punto, de persecución que hacen algunos medios de comunicación (que no siempre es información objetiva).
El panorama se ve más complicado cuando se percibe que buena parte de la población muestra total apatía o desinterés en las decisiones importantes del país, unos afirman que no asistir a votar es lo mejor, sin saber que esto abona a que la corrupción continúe, al permitir que siempre las mismas opciones sigan administrando el Estado.
«Si no trabajo, no como», suena fuerte también entre la población, que no se ha puesto a pensar que «ese trabajo y las condiciones del mismo» dependen en gran parte de las decisiones que tomen las personas que administren el Estado y que si no se han elegido bien, pueden afectarnos a todos. Por otro lado, si rostros nuevos tratan de incursionar en política, rápidamente son etiquetados o señalados como oportunistas o con intereses personales, eso a raíz de casos evidenciados de personas que en su paso fugaz por la política han hecho un mal papel.
Pero ante este escenario incierto, lleno de desconfianza mezclada con expectativas agridulces, vale la pena hacernos algunas preguntas. ¿Qué se está haciendo por mejorar esa percepción ante la población? ¿Será que a alguien le conviene que el país esté en crisis? ¿Por qué el ataque y el desprestigio son el pan de cada día de los «políticos»?
Cada cabeza es un mundo y aparecerán muchas respuestas a las interrogantes, desde los que creen tener la verdad en sus manos, hasta los que sus pensamientos son manejados fácilmente por terceros; la realidad es que dentro de unos meses El Salvador tendrá nuevamente elecciones para alcaldes y diputados; los elegidos cargarán sobre sus espaldas el desánimo, el desaliento, la ira, la crítica y la ofensa de muchos salvadoreños, pero también la expectativa, el deseo de bienestar y la esperanza de un mejor país de otro tanto igual o quizá mayor. En ese sentido, para los elegidos no será un reto hacer las cosas bien, será una obligación.