¿Por qué decidió ser payaso, Pizarrín? «Por culpa de mi mamá, cuando se acostaba con mi papá y a mí me decía “hacete payasito”». Y que suelta la carcajada… Este es uno de los chistes favoritos de Pizarrín. No es la primera vez que lo cuenta, pero sí para la audiencia de «Diario El Salvador» en una visita, mientras se maquillaba.
Al contar su historia no es difícil imaginar que nació disfrazado y con una bolsita de maquillaje y una peluca rubia bajo el brazo.
Dice que tiene tres fechas de nacimiento: cuando su mamá lo tuvo, cuando lo asentaron y cuando fue bautizado como Pizarrín. Desde la primera fecha han pasado 66 años, bien vividos y aún con mucho para dar, que no coinciden con la fecha de su asentamiento, desde la que han pasado 42 años.
El arte y el don de regalar alegría le vinieron directo en la sangre: de su padre, Antonio Sandoval, payaso, director artístico y dueño de circo, y de Esther Rivas, su madre y la encargada de las golosinas en el circo.
Aunque con el escenario y la carpa montada la opción de ser payaso no estaba abierta para Carlos Sandoval —nombre con el que nació por designio de sus padres—, Pizarrín creció viendo miles de actuaciones en la chinaca (pequeño circo de colonia) de su papá, el payaso Pelele, a quien no fue fácil convencer para que lo dejara seguir su corazón: en el que desde siempre habitó un circo.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL CIRCO
Cuando ya tenía edad de decidir y ante la negativa en casa de dejarlo ser payaso, Carlos empezó a jugar fútbol, trabajó en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) y cuando en su corazón aún latía su deseo no cumplido, viajó a México.
Allá, una mañana mientras dormía debajo de un puente, el viento le trajo la voz de un pregón que decía: «Venga a la función del circo esta noche… el ahorcado, los malabares…».
Se levantó y comenzó a seguir el sonido hasta que una enorme carpa le indicó el lugar. Se ofreció a trabajar gratis y le dijeron que sí. Quitó las tablas, las tijeras, los cubos y así descubrieron todo el conocimiento que tenía sobre el circo, por lo que lo invitaron a viajar con ellos, pero no quiso.
Se regresó a El Salvador con un ultimátum para su papá: quería trabajar como payaso en la chinaca de Cuscatancingo. Llegó determinado: «Me he decidido. Me enseña a trabajar de payaso o me enseña alguien más».
Su papá aceptó formarlo, pero siempre bajo sus condiciones, y lo puso a aprender el trapecio. «Si vas a un circo y te preguntan qué hacés, decís que no solo sos payaso, sino que el trapecio también», le dijo. Fue así que Carlos también aprendió malabarismo.
Al momento de interaccionar con los payasos era de quien más se burlaban, y contrario a afectarle, empezó a ser parte de la rutina que más risas causaba.
La cultura hacia las comunidades de Soyapango
Para Carlos, y más para Pizarrín, las sonrisas del público con solo ver salir a un payaso no tenían —ni tienen— precio, es lo que más les enamoraba de convertirse en uno. Con el mismo ímpetu de siempre, un día Carlos se agarró de los tirantes y lanzó un nuevo ultimátum: «Me voy a ir del circo si no me ponen nombre».
Rodeado de varios colegas, como Bombazo, Cocoliche, Prontito y el mago Pepe Calabaza, este último le dijo Pizarrín. A Carlos le gustó inmediatamente, le pegó directo, dice.
«Ese me gusta, con ese me quedo. Los niños me van a decir como quieran. Y con ese me quedé. Además, Pizarrín significa lápiz para pizarra», recuerda el payasito mientras se maquilla la nariz y la boca mitad blanca y mitad negra, por el mostacho que lo acompañó toda la vida.
LA TV LO ENCONTRÓ



La terquedad de Carlos finalmente lo condujo por los escenarios que quería: por la pintura de payaso, los zapatos grandes y los trajes coloridos. Tardó en llegar al espectáculo, pero lo hizo para siempre.
Con 27 años, Pizarrín salió de aquella chinaca que siempre amó y que aún recuerda con cariño, porque era su hogar y su familia siempre estuvo allí. Sin embargo, su personaje estaba destinado a brillar, o como una maestra le vaticinó de niño: «Si tu pensaras en ser payaso, serías uno grande».
Para 1984, la pantalla chica lo estaba esperando. Tras verlo en una función, Ricardo López, director de Canal 2, lo contactó y ese mismo año entró en la que sería la segunda etapa de «Jardín infantil», el programa para niños más famoso de la televisión nacional.
«“Jardín infantil” ya existía cuando aparecimos cantando con Tío Periquito. Ya había una etapa en la que estaba el Gordo Chantinela, un Hada Madrina, Rojito y el Abuelito, que era el Tío Periquito. Después llegamos nosotros con Prontito, Chirajito y siempre ahora el personaje del Tío Periquito», recuerda.
Esta etapa del programa con artistas nacionales para el público infantil es la más memorable, por eso es que muchos piensan que el programa comenzó con los cuatro payasos más queridos de la televisión. Pizarrín y sus amigos estuvieron 17 años en Canal 2.
Posteriormente salieron, pero el programa siguió con nuevos personajes hasta su extinción.
«En 2000 se acabó para nosotros “Jardín infantil”. En ese momento mi papá me dijo: “Hoy sí se acabó Pizarrín”. Le dije que tuviera paciencia… “Porque lo que Dios te va a mandar sí es tuyo, solo hay que esperar”, pensé», cuenta Pizarrín.

SU DISFRAZ
El traje con pantaloncillos cortos lo buscó así porque le gustaba un marinero que se llamaba Pepito. El maquillaje de su rostro con un labio blanco y uno negro que pronuncia su bigote para resaltar la sonrisa, las dos rayitas debajo de sus ojos son lágrimas, como todo payaso que hace reír aun cuando tenga que llorar. Sus zapatos ahora son tenis All Star, en un tiempo fueron tradicionales, pero los cambió y modernizó. Los colores de sus trajes eran vivos y fuertes, ahora se ha quedado con el azul salvadoreño para exaltar la identidad.
DE LOS MÁS QUERIDOS
La carrera de Pizarrín no estaba ni cerca de terminar. Desde entonces siguió trabajando y sigue como uno de los payasos más queridos para fiestas y eventos privados.
También ha recibido una serie de galardones que incluyen uno de la Asamblea Legislativa como Distinguido Artista de El Salvador, en 2012. Años más tarde también le otorgarían una pensión vitalicia, en 2018. Ha actuado para la diáspora salvadoreña en 11 estados de Estados Unidos e hizo posible el funcionamiento del Circo de Pizarrín por cinco temporadas consecutivas.
Sigue divirtiendo, sigue regalando alegría, y pese a que en 2018 sufrió un derrame, su jovialidad y condición física no han decaído.
Está lleno de energía recordando lo más lindo que ha tenido al ser payaso, como la satisfacción de abrazar a hermanos lejanos, de llevarles un pedazo de recuerdos de su tierra salvadoreña.
Para Pizarrín, no hay otra manera de ser que ser payaso con su traje alegre, dos lágrimas, media boca, un bigote negro, cejas pronunciadas y al salir dibujar una enorme sonrisa en el público, sea en una carpa, en una casa o en una comunidad.

RECONOCIDO ARTISTA NACIONAL
Estos son algunos de los galardones que el payaso ha recibido dentro y fuera del país
- En 2012 la Asamblea Legislativa lo reconoció como Artista Distinguido de El Salvador. Este es uno de los máximos reconocimientos oficiales a los artistas nacionales.
- En 2013, en Nueva York, el Festival del Día del Salvadoreño Americano entregó un reconocimiento a Pizarrín y su esposa, Analeyda, por su incondicional apoyo a sus festividades.
- En reacción a un quebranto de salud ocasionado por un derrame, la Asamblea Legislativa decide otorgar una pensión vitalicia al artista salvadoreño Pizarrín. Esto fue en 2018.
- Ateneo El Salvador entregó en 2019 un reconocimiento a Pizarrín en la categoría de arte popular, por su trayectoria y también por su aporte en el desarrollo del Congreso de Payasos Salvadoreños de 2006 a 2008.