Como si se tratase de un capítulo de «The X-Files» en el que Fox Mulder y Dana Scully descubren una nueva organización secreta, la voz «plandemia» ha surgido para describir todo lo relativo a una supuesta confabulación de políticos y millonarios que buscan ejercer el control absoluto de las clases trabajadoras, por medio de la inserción de microchips de geolocalización y el genocidio programado de sectores específicos de la población.
Fallecimientos, confinamientos, cuarentenas, nuevas normas de conducta, negocios millonarios entre Estados y empresas farmacéuticas, ciencia desconocida para el público y una profunda y generalizada incertidumbre sobre el devenir. Desde que se registraron los primeros casos de contagio, todo lo que ha acompañado al coronavirus deviene en el escenario ideal para la proliferación de «fake news» y teorías de la conspiración.
Lejos de la imagen caricaturesca de un grupo de personas que cubren sus cabezas con papel aluminio, el acrónimo formado por la combinatoria de «plan» y «pandemia» ha ido ganando terreno en las conversaciones cotidianas que sostienen personas comunes y corrientes. Amparados en un documental con la entrevista a una desacreditada investigadora («plandemic», en inglés), argumentos pseudocientíficos y la natural necesidad de dar un sentido lógico a todo lo que nos está ocurriendo, grupos ultra y antivacunas han conseguido que el neologismo «plandemia» deje de ser una simple anécdota o un «meme» gracioso y se esté convirtiendo en una consigna que supone un riesgo inminente para la salud de toda la población, ya que implica el menosprecio de prácticas preventivas y de autocuidado.
Frente a la posibilidad de asumir que tenemos muy poco control sobre una enormidad de variables que pueden afectar nuestras existencias, las personas desarrollamos mecanismos explicativos que nos ofrecen un marco de seguridad que nos libera del estrés de no saber algo importante: el destino, las fuerzas del universo, el poder de la atracción, los castigos de Dios, un plan divino o un plan secreto son algunos de los marcos que, fuera de la ciencia, han estado copando las ideaciones de las personas durante este año.
Las palabras llenan de significados nuestra realidad, le dan forma y orientación. En circunstancias en las que nada parece tener sentido, el vocablo «plandemia» estaría copando la ausencia de cuestiones relevantes para la comunicación de riesgo en salud: consideraciones sobre lo genuinamente humano. Para que el trabajo realizado por líderes, comunicadores y expertos rinda los frutos esperados se requiere algo más que estadísticas, infografías y argumentos; se necesita comunicar atendiendo a aquello que preocupa y genera incertidumbre a la población.
No se trata de intentar responder a todos los «la verdad está allá afuera» o «el gobierno niega tener conocimiento» y sus posibles desvaríos, sino de tener siempre presente que una adecuada gestión de crisis requiere del reconocimiento explícito de que la población puede tener legítimas dudas e interrogantes, y que estas deben ser respondidas sin ridiculización, porque la ciudadanía tiene el derecho a entender. Eso si queremos que se deje de afirmar «quiero creer» y creamos en cuidarnos.