La Corte de Cuentas de la República estuvo en manos de un solo presidente por 17 años. El control de esa institución del Estado le perteneció al Partido de Conciliación Nacional (PCN), porque fue parte del acuerdo de repartición de instituciones que establecieron las fracciones políticas después de finalizado el conflicto armado.
Es decir, la famosa «institucionalidad» de «pesos y contrapesos» que establecieron ARENA, FMLN, PCN y PDC fue simplemente el reparto de la Corte de Cuentas, la Fiscalía General de la República (FGR), las procuradurías de Derechos Humanos y la General de la República, el nombramiento de magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), del Tribunal Supremo Electoral (TSE), entre otras.
Y así se aseguraron impunidad y control total del sistema fijado por el poder fáctico, que les permitió «gobernar a su antojo» en una alianza perversa conversada y acordada debajo de la mesa. Un sistema velado a los ojos del pueblo salvadoreño. Por eso se entiende que jamás persiguieron la corrupción de alto nivel u operaron en contra del crimen organizado, pues formaban parte del ADN del sistema mismo.
Para sostener en el tiempo este sistema nefasto, ARENA y FMLN —entonces partidos políticos grandes— necesitaron siempre de sus pequeños aliados, los anteriores PCN y PDC. Los salvadoreños recordarán que en cuatro ocasiones esas banderas azules y verdes fueron sepultadas electoralmente, pero con todas las argucias posibles «milagrosamente» fueron resucitadas.
Toda esta podredumbre política paralizó el desarrollo del país en las áreas social y económica, en detrimento del pueblo. Mientras, un pequeño grupo comió y bebió de las privatizaciones, de las evasiones fiscales y de las orgías que hicieron con los fondos públicos, principalmente de las pensiones e impuestos de los trabajadores.
El Inpep y las cotizaciones depositadas en el ISSS y FSV fueron la caja chica de gobiernos areneros y de la oposición falsa representada por los rojos. El incremento de patrimonio de los poderosos y de las cúpulas partidarias fue descomunal.
Esta parálisis fue encubierta con el manto de la polarización ideológica, más falsa que la suegra de Adán, pero no lograron ocultar el defectuoso sistema de controles, de pesos y contrapesos, el cual fue toda una farsa. Es decir, fue un sistema fracasado porque dependió totalmente de los antojos de las corrientes partidarias.
Claro, esto les permitió a ARENA y FMLN «gobernar» y tomar decisiones cómodamente, en contubernio con sus aliados resucitados. Era el mejor sistema político para sus intereses, pero no así para el pueblo. ¿El cambio? Para qué si tenían el paraíso, y por eso nunca necesitaron ideas creativas. A cualquiera que apareció queriendo cambiarles el estilo político de país lo tumbaron o lo sometieron. Y los propietarios de los medios de comunicación tradicionales fueron parte de este juego de ilusionistas, en el que permitieron que sus directores editoriales y algunos escribientes metieran la mano en el saco de las «mentas». Bonita democracia.
Ni siquiera las terribles presiones económicas, algunas de ellas provocadas por factores externos, movieron un pelo de areneros, efemelenistas y sus aliados. No se dieron cuenta de que esto los debilitó ante el pueblo, que les creyó por 30 años, desde el gobierno de Cristiani hasta la ascensión al poder del Profe. La tónica se repitió vez tras vez: perjudicaron la estabilidad, la previsibilidad, la seguridad y la prosperidad material del país.
Durante seis gobiernos se encargaron de hacer de El Salvador un país de crueldad, de miseria, de sangre. Su sistema político bipartito de control perverso de las instituciones despreció las vidas de los ciudadanos, a tal grado de profundizar el conformismo y la desesperanza de toda una nación.
Es en esa coyuntura —cuando nadie parecía tener la hombría y la capacidad de llevar a cabo los cambios que tan desesperadamente se necesitaban— en la que emerge Nayib Bukele, el joven político, que muy pronto se convertiría en el más despreciado y odiado por rojos y tricolores, pero amado por su pueblo.
Llegaron al clímax cuando ordenaron al TSE negarle su inscripción como candidato presidencial de Nuevas Ideas; luego cancelaron cobardemente al CD usando a la Sala de lo Constitucional nombrada por ellos, y entonces creyeron haberlo dejado sin «chance». Pero Nayib siempre les ha llevado un paso adelante. Ahora se lanzan como hienas en su nuevo intento por evitar su segundo mandato, el que el pueblo ya ha decidido otorgárselo, porque no va a soltar nunca a su presidente, que valientemente ha cambiado el rostro del país.