El viernes pasado, el presidente Nayib Bukele viajó al caserío El Mozote, en el municipio de Meanguera, Morazán, en vísperas del aniversario de la masacre perpetrada por militares dirigidos por el teniente coronel Domingo Monterrosa, que, según un artículo publicado en abril pasado por el medio estatal alemán DW, estuvo acompañado por el sargento mayor Bruce Hazelwood, un asesor del Gobierno de Estados Unidos.
Aproximadamente, un millar de civiles, entre los que abundaban mujeres y niños, fueron ejecutados sin compasión durante este horrendo crimen. Los gobiernos que siguieron de ARENA y del FMLN jamás hicieron algo por investigar esta barbarie y fueron cómplices de los perpetradores, a quienes nunca llevaron ante la justicia.
Después de 40 años de la masacre, el Gobierno del presidente Nayib Bukele ha dignificado a los familiares de los sobrevivientes y desde el Estado se invierte para mejorar las condiciones de vida de estos ciudadanos.
Mauricio Funes, del primer gobierno del FMLN, se limitó a montar una puesta en escena en la que, cual Norman Quijano, lloraba frente a las cámaras. Además de eso, poco se hizo, como la unidad comunitaria de salud, hecha la mitad de láminas de metal sin pintar.
Ahora estamos frente a una inversión de más de $32 millones, que incluye obras de infraestructura como las que no se han visto antes en esa zona del país, además de fondos para becas de estudio para los jóvenes del caserío. Sin embargo, más allá de los montos, lo que aquí se evidencia tiene un valor real e histórico.
Son las obras las que desmontan cualquier discurso o palabras que antes se haya dicho en torno a esta masacre. Nunca hubo una reparación de los daños porque, sencillamente, no había voluntad política para hacerlo.
Lo mismo pasó con tantas cosas en las que no se tuvo el coraje para enfrentarlas y se prefirió seguir apoyando a los mismos de siempre en las estructurales injusticias.
Después de 30 años de gobiernos de ARENA-FMLN, el país no cambió como prometieron. Es hasta ahora, con el presidente Bukele, que el pueblo salvadoreño tiene la esperanza real de la transformación de su historia.
Ahora son pocos los que se oponen a ver que el cambio está en marcha, y son quienes han perdido sus privilegios y el control del Estado. O se trata de algunos que han vivido del estado anterior de las cosas y han hecho de la oposición su forma de sustento.