Los psicólogos insistimos, de la misma manera que lo hacen los educadores, en la importancia de la responsabilidad para lograr una adecuada madurez de la personalidad. A partir de esto, varias veces me han preguntado respecto de cómo se puede contribuir a la madurez de los hijos en el hogar. Sin entrar en detalles, una personalidad madura muestra a un individuo equilibrado emocionalmente y con buen dominio de sus impulsos. Hay una coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace; y reacciona de manera adecuada a las exigencias del ambiente. Suena casi como una personalidad perfecta, ¿no es cierto?
Pues bien, ¿cómo se logra una personalidad así? El elemento fundamental son las experiencias, más bien la calidad de las experiencias que la persona vive a lo largo de su existencia y su forma de reaccionar a esas experiencias. Pero también hay que decir que un factor tremendamente influyente en esas vivencias son las responsabilidades.
El diccionario de la RAE menciona que la responsabilidad es la «capacidad existente en todo sujeto […] para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente». En esa definición queda claro que cuando se habla de responsabilidad no se está hablando de obediencia, ya que la responsabilidad se asume como una tarea que se hace libremente y la obediencia es acatar los mandatos de quien tiene una cuota de poder, de tal manera que determina e indica lo que se deberá hacer y la otra persona acatar «obedientemente» ese mandato.
Pero se debe entender que construir y fortalecer la responsabilidad en los hijos necesariamente debe pasar por la fase de la obediencia al cumplimiento de las tareas que los padres asignan a los hijos. No únicamente a las tareas escolares, sino que también a las tareas que se deberán cumplir desde la disciplina del hogar.
Debe quedar muy claro que la responsabilidad es un valor del ser humano, pero para construirlo se requiere de un entrenamiento con mucha disciplina y de manera sistemática. Por tanto, en el hogar, los padres no pueden suponer que automáticamente los hijos van a ser responsables por naturaleza. Eso no va a suceder, hay que entrenarlos, hay que establecer disciplina y hay que ser constantes para que finalmente los hijos sean responsables, y de esa forma logren un nuevo peldaño en la madurez de la personalidad. Esto significa que los padres se deben comprometer a ser moldeadores de la personalidad madura de sus hijos. Esto es algo que no les compete a los educadores, les compete de manera directa a papá y a mamá en un esfuerzo coordinado.
Si se logra construir el valor de la responsabilidad, las personas estarán inclinadas a actuar de manera correcta; de esta forma se fortalece la conciencia moral del individuo, y así se avanza hacia la madurez de la personalidad.
Un factor importante en este planteamiento es la presunción de que los padres son responsables, por tanto, serán buenos modelos para que sus hijos logren construir ese deseado valor que inevitablemente pasa por la obediencia hasta que se constituye en un comportamiento independiente asumido.
Finalmente, si los padres no les asignan a sus hijos tareas específicas que deben cumplir en casa (a cada hijo según su edad), serán directamente responsables de la personalidad inmadura y del comportamiento irresponsable de sus hijos.