Después de dos años de pandemia, la COVID-19 se propaga nuevamente a toda velocidad debido a la muy contagiosa variante ómicron.
Pero, a pesar de todo, se mantiene la esperanza de que el coronavirus se convierta en 2022 en una enfermedad endémica con la cual la humanidad aprenda a convivir.
A pesar del esperanzador despliegue de las vacunas, la pandemia causó más muertos en todo el mundo en 2021 que en el año anterior, lo que eleva la cifra oficial, muy subestimada según la Organización Mundial de la Salud (OMS), a más de 5.3 millones, en gran parte debido a la variante delta, más contagiosa.
Las olas de contagios se suceden y se parecen unas a otras, con su desfile de restricciones y reaperturas —a menudo prematuras— que dan la impresión de «un día que nunca termina». El origen de la pandemia sigue sin dilucidarse. La veintena de vacunas reconocidas en todo el mundo han permitido administrar más de 8,700 millones de dosis, con desigualdades flagrantes de acceso entre países pobres y ricos, y con reticencias del movimiento antivacunas. El mundo volvió a experimentar cuarentenas y reconfinamientos, especialmente largos en las principales ciudades australianas.
Las fronteras fueron parcialmente reabiertas. En julio, los Juegos Olímpicos de Tokio pudieron celebrarse con un año de retraso y casi a puerta cerrada.
Desde finales de año, Europa se enfrenta a un resurgimiento de la pandemia, lo que conlleva nuevas restricciones y desafíos. El éxito de los ensayos clínicos de los fármacos contra la COVID-19 está generando nuevas esperanzas, pero esto se ve ensombrecido por la aparición de una nueva variante llamada ómicron, detectada por primera vez en Sudáfrica, con múltiples mutaciones y el potencial de ser altamente contagiosa.
Pese a la explosión de casos, sobre todo en Europa y Estados Unidos, numerosos expertos en sanidad pública consideran que el mundo dispone ahora de las herramientas y la pericia contra el virus.