Cursaba noveno grado cuando una idea comenzó a gestarse en mi mente: ser periodista. Una de mis actividades favoritas desde ese año fue hacer recortes de los principales periódicos y clasificarlos por temáticas, con particular gusto hacia el contenido sobre el universo y los sucesos internacionales. También de las entregas que hacían escritores de cuentos cortos y uno que otro columnista. Ya en educación media estaba totalmente decidido a que mi nivel superior de formación académica sería en el área de las comunicaciones.
Gracias a Dios y al empeño de mis padres, inicié esa aventura que duró 10 años en la Universidad de El Salvador. Para entonces, mi interés por el contenido sobre el universo continuaba, pero ya no leía cuentos cortos, sino que dedicaba más tiempo a conocer a los generadores de opinión por medio de sus columnas. Fui formando, a partir de sus publicaciones, una idea de cómo piensan, de cuál es su papel dentro del universo de columnistas de los periódicos en nuestro país y, por supuesto, su vinculación con los estratos de poder económico, político y social. Ya ejerciendo el periodismo, tuve la oportunidad de revisar de primera mano algunas columnas previo a que vieran la luz pública.
Todos merecen mi respeto, pues de una u otra forma hacen un aporte a la sociedad, como lo hago con estas letras. Pero no deja de asombrarme (hasta el grado de quedar absorto) de cómo algunos generadores de opinión continúan con el mismo discurso varias décadas después, cuando el mundo y nuestro país, en definitiva, han cambiado.
Planteamientos desfasados, argumentos ya sin sustento, hipótesis nunca comprobadas, propuestas con fundamentos derruidos, las mismas figuras mitológicas… pero los siguen defendiendo. ¿Por qué? Porque tienen un fin: contribuir a que los sistemas que han alimentado no den sus últimos suspiros. Se aferran al pasado y lo defienden tenazmente; negarlo ofende. Pero pueden hacerlo, nuestra democracia lo permite, y es bueno, pues todas las opiniones deben tener cabida en el marco de la ley.
Casi todo ha cambiado, menos sus argumentos, que al leerlos solo me confirman que siempre han estado cómodos desde esa tribuna. Si bien los pueblos no deben olvidar su historia para no repetir errores, debemos aprender a ver hacia el futuro y no anclarnos. Cada enero el tema de los Acuerdos de Paz es lustrado por políticos, actores sociales y religiosos. Y los tradicionalistas con sus mismos argumentos que me hacen rememorar los días dentro del búnker que mi padre construyó en la vivienda para evitar alguna fatalidad en la familia a causa del bombardeo de la guerrilla contra los soldados en el campo de La Sierpe.
¿No sería mejor escribir más sobre el futuro de El Salvador? Hablar más sobre cómo aprovechar nuestra buena mano de obra, nuestra creatividad, los emprendimientos, apoyar a las nuevas plumas, buscar a los visionarios, aportar nuevas ideas, desear un mejor país en tiempos modernos. Seguimos deseando el mal ajeno, celebrando la desgracia del prójimo, esperando las equivocaciones del adversario para echárselas en cara y hacer leña del árbol caído… leyendo las mismas columnas rimbombantes.