La mañana del 10 de octubre de 1986, un fuerte estruendo robó la tranquilidad de varias personas que se encontraban en el edificio de Correos de El Salvador, situado en el Centro de Gobierno en San Salvador, justo donde se encontraba Rolando Martínez, un veterano socorrista de Cruz Roja Salvadoreña.
Lo primero que pensó Martínez de aquel ruido estremecedor fue que a lo mejor una bomba había sido detonada en ese sector, pues eran tiempos del conflicto armado.
«Nos imaginamos que se trataba de una bomba, pero al ver que alumnos corrían a la calle entendimos que se trataba de un terremoto, yo estaba con mi madre y nos protegimos», recuerda.
Después de ese momento se desataron una serie de eventos en la vida de este socorrista que, en ese momento, demandaron de su experiencia como socorrista para ayudar a muchas víctimas del terremoto.
Lo primero que hizo fue asegurarse que la vida de su madre y su hermano no corrieran peligro, atender a posibles víctimas y después dirigir a la sede de Cruz Roja en San Salvador donde por causa de la emergencia cientos de personas entraban y salían.
«Recuerdo que encontré a una señora que iba saliendo del Correo con una pierna fracturada, me la llevé como pude hasta la Cruz Roja y estando ahí mi jefe Juan Sibrián y me dice: ´Agarrá tu gabacha y un jeep y te llevas a ese niño al Bloom», recordó.
A dos cuadras de iniciado el recorrido, ya no pudo avanzar en carro pues había postes y tendido eléctrico en las calles por lo que tomó al niño y tuvo que caminar al Hospital Bloom, para su sorpresa el centro médico estaba siendo evacuado, finalmente pudo dejar al niño en ese lugar y después le dijeron que se fuera para el edificio Rubén Darío. El epicentro y símbolo de la destrucción del viejo Centro Histórico.
La pericia que Martínez tenía lo llevó a ingresar hasta las entrañas del desplomado edificio Darío, la misión era rescatar personas. «Comenzamos a trabajar en la evacuación, logré con el apoyo de unos guardavidas entrar por un pequeño hoyo íbamos con un muchacho de la Cruz Verde al sótano del Darío», dijo.
Al ver la escena en ese lugar su mente procesó lo que minutos antes pudo haber ocurrido. «Entramos por el lado del comedor había comida servida, pero no había personas, todos corrieron hacia las gradas, desgraciadamente colapsaron y las personas que estaban en el sótano murieron ahí», detalló.
Dos días pasó sin poder ir a su casa, él explica que con la tecnología actual le hubiera sido fácil enviar mensajes de texto de tranquilidad a sus familiares. Después lo enviaron a otros edificios de la capital para apoyar a sus compañeros socorristas, trasladó también a hospitales del interior del país a varias víctimas, pues los de la capital estaban saturados.
«No podía dimensionar lo que sucedía, pero la gente corriendo y vehículos por todos lados me hacían ver que la emergencia no era sencilla. Tenía claro que era un terremoto, pero no la magnitud ni el epicentro», recordó.
Martínez cuenta que el momento más difícil que le tocó vivir fue en la esquina poniente del Darío, frente al antiguo edificio ANTEL, donde una señora embarazada quedó atrapada, sus piernas quedaron fracturadas y ya estaba en condiciones de dar a luz.
«La señora estaba con dolores. Recuerdo que me quedé con ella buen rato, con cinceles tratamos de quitarle la estructura y no se podía, pedí que llamaran a unos médicos de maternidad», recuerda.
Al hacer las respectivas evaluaciones, concluyeron que la única forma de sacarla era amputarle los tobillos. Eran las 9:00 de la noche de ese 10 de octubre cuando el bebé nació, a los pocos segundos murió. Su madre que por fin fue liberada también perdió la vida en el trayecto al hospital de Maternidad.
«Fue lamentable, muy triste; creo que la reacción de querer salir de los edificios no es lo correcto», reflexiona el socorrista. Pero en medio de la angustia hubo alegría, pues 48 horas después de iniciado los trabajos de búsqueda lograron rescatar a varias personas que estaban con vida en el sótano del Darío, se habían refugiado entre unas columnas.
«Estuvimos platicando con ellos y les pedimos que se tranquilizaran y que los íbamos a sacar, lo hicimos y fue muy emotivo, valió la pena todo lo que estábamos haciendo en ese momento», aseguró.
Más allá de los peligros a los que se expuso Rolando Martínez, su espíritu de servicio lo llevó a exponer su propia vida para salvar la de otras personas desconocidas en su mayoría. Este socorrista había leído sobre el comportamiento de los terremotos en Japón, eso lo ayudó a mantener la calma y no caer en la desesperación.
«Eso me permitía darme ánimo para seguir abajo. A veces me resignaba, lo importante era evacuar la mayor cantidad de víctimas, pero siempre tomando las medidas de seguridad», rememora Martínez quien actualmente tiene 45 años en Cruz Roja Salvadoreña.