Rumen Ivanov Rashev nació en Bulgaria el 20 de enero de 1957. En 1968 comenzó sus estudios de danza clásica en la escuela del Estado, para luego continuar con una beca en la Academia de Ballet Vaganova, en Leningrado (actualmente San Petersburgo), Rusia. Fue el primer bailarín de la Ópera Nacional de Plovdiv en 1981, y primer bailarín del Ballet Arabesque durante dos años. En 1982, se convierte en bailarín «étoile» (bailarín estrella) de la Ópera Nacional de Sofía. A partir de 2019, se une al Ministerio de Cultura de El Salvador con la misión de ser el director del Ballet Nacional de El Salvador.
¿Cómo comienza su interés por el ballet?
Soy Rumen Rashev, de Bulgaria, orgullosamente búlgaro; y comencé mi primera clase de ballet hace mucho tiempo, en el año 1986, allá en Bulgaria en la Escuela Estatal de Ballet. Estudié tres años allá. Es un pénsum de ocho años de estudio que va con primaria y bachillerato junto con el ballet. Después de tres años de estudiar en el país, el Ministerio de Cultura búlgaro me becó y me envió a continuar a San Petersburgo, que es la mejor escuela de ballet a escala mundial. Entonces tuve la enorme suerte de estudiar allá cinco años, en Rusia. Después, regresé a mi país y fui el primer bailarín en el teatro de Sofia [Sofia Ballet, la primera compañía privada de ballet clásico de Bulgaria] y maestro tanto en la compañía de teatro como en la escuela. En 1990, recibí una invitación del Ballet Nacional de Venezuela como maestro. Acepté la invitación por un año y por múltiples circunstancias me quedé 30 años aquí, en América Latina.
¿Y cómo es su aproximación con El Salvador?, ¿cómo surge?
Con el Salvador creo que fue en 2011, en una gala en Perú. Yo estuve con mis bailarines de Venezuela y estaba una pareja de salvadoreños, Irina Flores y Álex Cornejo, nos conocimos, hicimos ensayos, nos hicimos amigos, porque andaban solos, sin maestros, y le surgió la idea a Irina de invitarme para trabajar aquí en El Salvador. Vine por primera vez en 2013. Me invitó Alcira Alonso para ayudar con el montaje y ensayo de «Don Quijote», en 2015. Vine nuevamente para el montaje y ensayo del «Lago de los cisnes», y en 2017 comencé con este proyecto que ha ido creciendo que es el Ballet Nacional de El Salvador. Comenzó cuando Gabriela [de Bukele] estaba en la alcaldía. Surgió la idea de crear un ballet municipal porque el ahora presidente, Nayib, estaba como alcalde. Y bueno, ahora que finalmente la primera dama de la república retomó la idea, de lo que ella quería siempre, de tener una compañía nacional de ballet con un elenco fijo, un «staff» fijo de profesionales, me invitó a ser parte como director de la compañía. El proyecto se logró el 1.º de octubre de 2019. Lamentablemente tuvimos que pasar por todo este período de la pandemia, tanto así que no pudimos hacer el estreno que estaba programado para marzo de 2020, justo unos días antes nos fuimos a cuarentena. Tuvimos que seguir trabajando por Facebook y Zoom. Así hacíamos las clases. Fue una prueba muy difícil.
¿Cómo fue la adaptación del ballet en la pandemia?
Bueno, nos fuimos a casa unos días antes del estreno del ballet. Fui a un súper y compré un clóset grande y guardamos el vestuario; y al día siguiente, a las 9 de la mañana tuvimos la primera clase por plataformas en internet. La primera clase fue por Facebook, la hice en vivo y se conectó incluso gente que no es parte del ballet, gente de todo el mundo. Pero bueno, nunca paramos, todos los días ensayábamos. Fue todo un reto porque el ballet necesita espacio y no es fácil ensayar en una habitación, sin embargo, ensayamos. Fueron cinco meses sin contacto. Cuando se nos permitió reunirnos, eran grupos de cinco personas y todos muy dispersos, pero lo logramos, logramos presentar el ballet. Con la ayuda de Dios todo se puede.
¡Todo salió bien!
El 27 de noviembre de 2020, se lanzó el gran Ballet Nacional de El Salvador, el sueño de la primera dama y de la ministra; y entonces sí, lo logramos. Fue tanto el éxito que tuvimos que hacer funciones adicionales aquí, en el Teatro Nacional de San Salvador, que, aunque el público era reducido al 50 % por lo de los protocolos de bioseguridad, siempre estaba lleno. Hicimos 10 funciones en dos semanas, aquí en San Salvador, Santa Ana y San Miguel. Después surgió un proyecto con el maestro Martín [director de la Orquesta Sinfónica] porque me comentó que iban a interpretar la «Sinfonía inconclusa» de Schubert, y bueno, yo hace muchos años bailé en un dueto esa coreografía y se me ocurrió hacer algo conjunto: el ballet con la sinfónica, pero luego me pareció muy limitado solo una pareja de ballet y ofrecí a nuestro coreógrafo Óscar Moreno, que es el coreógrafo residente del Ballet Nacional, y él aceptó la idea. Como resultado, obtuvimos una lindísima coreografía presentándonos de forma exitosa en el Teatro Presidente por primera vez el ballet completo junto con la sinfónica. El evento fue muy lindo, el público lo recibió muy bien y, pues, tener a dos bellas expresiones de artes es un espectáculo fabuloso. Han sido unas grandes experiencias.
¿Comenzaron con «Coopélia»?
Sí, fue una suite del ballet «Coppélia» con música de Vivaldi.
Después de estas primeras presentaciones con el ballet, ¿qué pasó?
Yo estaba feliz, muy orgulloso de que la compañía lo había logrado. Tuvimos tantos retos para que después de todo el esfuerzo al fin se lograra. Dios es grande y, pues, se logró. Tenemos la suerte de que en el país las cosas no se han salido de control y podemos disfrutar del ballet. En muchas partes están cerrados. Y pues nosotros abriendo la historia de un ballet. Claro, con todas las medidas de bioseguridad, pero fue un sueño.
¿Cuántos conforman la compañía?
Somos 16 personas, poco a poco vamos creciendo gracias al apoyo del Gobierno.
Desde su perspectiva, ¿qué le parece esta iniciativa de tener un ballet tan simbólico y tan significativo como el Ballet Nacional de El Salvador?
Acuérdate que existe el Ballet de El Salvador, la fundación; es una fundación sin fines de lucro que no se maneja como una compañía estable porque como no es remunerado, aunque es profesional no hay una estabilidad administrativa. Y, pues, este ballet ya es una compañía estable con sus oficinas administrativas, adscrita como parte del Ministerio de Cultura, es decir, estamos a un nivel del Gobierno, del Estado. Yo siempre le estoy diciendo a los bailarines que hay que cambiar el «switch», ya no son una escuela, una academia, una fundación, sino son la imagen de un país, porque son el ballet nacional. Es un nombre muy fuerte y hay que defender este nombre; y, entonces, desde ese punto de vista me parece una excelente iniciativa porque cualquier país debe tener identidad cultural. Claro, está el Ballet Folklórico y la Compañía Nacional de Danza, pero no había ballet clásico.
¿Cómo ha sido su integración con los bailarines?
Por mi parte sí, yo los quiero mucho. Estamos en una relación con todo el respeto que se exige, sin embargo, creo que tenemos un mutuo entendimiento. Hacemos algunos chistes, pero siempre con mucho respeto.
Las capacidades que ve en los bailarines, ¿cree que son suficientes para desarrollar cualquier coreografía?
Los bailarines son muy integrales. Con Óscar Moreno comentamos que tenemos que hacer de esta compañía por lo menos una de las mejores de la región centroamericana. Pero eso sí es un trabajo de hormiguita, no hay milagros. Tenemos que trabajar muchísimo. Hemos mejorado mucho porque me lo dice el público. Eso me hace sentir feliz y muy orgulloso. Veo cómo la gente necesita de este arte dancístico y que lo está esperando y nos está aceptando. Las ambiciones son grandes. Ahorita mismo, a pesar de la situación, estoy hablando con la ministra para comenzar a abrirnos internacionalmente. Hay invitaciones de festivales en Venezuela, Colombia y México en línea. Lo mejor de todo es que nos damos a conocer internacionalmente sin mayores recursos, es totalmente factible porque nos convertimos en una tarjetita de presentación con el nombre de El Salvador. Algo similar a una pupusa, El Salvador se conoce por las pupusas.
¿Cuáles son sus expectativas a largo plazo con el ballet? y ¿cómo le gustaría que los salvadoreños se sintieran con el ballet nacional?
Me gustaría que la compañía creciera como «staff» porque, aunque somos varios, ya con una compañía más grande se pueden montar obras increíbles, obras completas. Por el momento, hemos resuelto con obras más pequeñas, pero igual, muy hermosas. Entonces, espero que en un futuro podamos crecer como elenco para montar grandes obras del repertorio clásico. Creo que vamos en buen camino. Me siento muy feliz, porque creo que con el apoyo del Gobierno sé que el país va a tener un ballet increíble. Es muy difícil hacer arte sin recursos y gracias a Dios los estamos teniendo. En fin, tenemos muchos planes y creo que lo que todos queremos como Gobierno, y yo personalmente, es que se convierta en el mejor de la región, que sea una gran carta de presentación del país.
Desde un plano más personal, ¿qué significa el ballet para usted?
¡Ah!, bueno, es mi vida. No tengo otra palabra. Hasta mi esposa me dice que yo me casé con el ballet y no con ella. Entonces, nada, no puedo decir más. El ballet es mi vida. Nací para él y, pues, en mi pueblo, viniendo de una familia muy humilde, ni siquiera sabía que existía el ballet, pero lo vi y aquí estoy. Creo que eso fue algo que fluyó en la sangre. Imagínate desde 1968 a la fecha, toda una vida.
Su adaptación como búlgaro en el país, ¿ha sido complicada?
No ha sido complicada. He vivido mucho tiempo en América Latina, sobre todo en Venezuela. Mi casa está en Venezuela. Antes me decían eres más nacional que una arepa. Ahora quiero que me digan que soy más nacional que una pupusa. Donde estoy me adapto.
¿Le gustan las pupusas?
Las pupusas sí, con queso y frijoles. Son deliciosas. Las de chicharrón no, no como carne roja, cero colesterol.
¿Sigue una dieta muy estricta?
Tengo una dieta que me la impuse yo mismo por la edad, por la rigurosidad del ballet. Nada frito, todo hervido. A veces, peco con las papas fritas porque son lo más rico en este mundo.
¿También es parte de la disciplina del ballet?
Es que no me permito estar fuera de forma, engordar pues, porque cada mañana me tengo que parar frente a los chicos y no puedo andar sin energía. Tengo que ser el ejemplo. Tengo que estar fuerte para poder exigir.
¿El maestro es muy exigente?
Sí, mucho. Yo soy exigente con ellos y conmigo. Comienzo con mi clase a las 4 de la mañana yo solo y tardo dos horas en hacerla. Luego, a las 7 de la mañana ensayo con los muchachos. Entonces, como yo me exijo eso, me da el derecho de exigirle a ellos. Todo en esta vida necesita exigencia. Entonces sí, soy muy exigente. Me gusta todo perfecto, el trabajo es arduo, toca ensayar, ensayar, ensayar. Nunca estoy satisfecho. Soy muy minucioso, así me enseñaron, corregir hasta el más mínimo detalle, la pose de los dedos, todo. Tiene que ser todo perfecto. No importa que el público a veces no lo note, pero siempre queremos dar calidad. No podemos permitir cualquier cosa para el público salvadoreño, solo lo mejor.