Desde noviembre del año pasado, el concepto de salud ha estado enfocado prioritariamente en los aspectos asociados con la pandemia causada por la COVID-19.
Las instituciones encargadas de cuidar la salud pública y de prevenir que una situación de enfermedad se salga del control y amenace la vida de grandes sectores poblacionales, como ha sucedido con el coronavirus, han afinado las medidas preventivas para mantener la actual pandemia bajo ciertos parámetros de control.
Actualmente ya no es motivo de sorpresa que el uso de mascarillas se haya vuelto una necesidad y una obligación. Parte de la economía doméstica se está invirtiendo en la compra de alcohol en gel, líquidos desinfectantes, mascarillas, bandejas para asear la suela de los zapatos, no basta lavarnos las manos solo con agua ya que ahora se ha vuelto forzoso incluir jabón para una limpieza más concienzuda, etcétera.
Además de esto, el contacto humano también ha sufrido sus modificaciones. La espontánea muestra afectiva del abrazo —muy importante en la cultura latina— ha pasado a convertirse en un riesgo de contagio, por lo que se trata de evitar.
Y todo eso está muy bien, ya que son medidas necesarias para cuidar nuestra salud física y no convertirnos en parte de las estadísticas mortales.
Pero por donde se le busque, no hay parámetros de ningún tipo que nos orienten para cuidar la salud mental de la población. Y es que nunca ha habido una genuina preocupación para abordar de manera apropiada los aspectos que conciernen a la salud mental. No hubo directrices para abordar las heridas psicológicas causadas durante los años de la guerra civil de nuestro país. Tampoco como estrategias de recuperación para las víctimas de los diferentes desastres naturales.
El confinamiento prolongado, el encierro es, en sí mismo, un recurso usado como forma de castigo social ante conductas delictivas. ¿Cómo manejar de manera positiva y saludable un encierro prolongado cuando no somos culpables de ningún delito, pero que debe cumplirse porque si no se hace, se corre el peligro de poner en riesgo nuestra vida?
¿Por qué se debe cuidar la salud mental?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». En otras palabras, la salud mental saludable es la que nos permite el pleno sentido de deleite de la vida; consecuentemente, si no experimentamos este deleite por nuestra vida, por nuestra existencia, entonces la salud mental está siendo amenazada.
La salud mental se debe atender, cuidar y fortalecer de la misma manera en que la salud física se atiende y se cuida. No se le debe ver como un factor secundario o de privilegio para personas de cierta clase social. Es un derecho y un deber para todos los individuos sin importar edad, raza, clases sociales u otras variables. Cuidar la salud mental es tan importante como cuidar la calidad de la alimentación de la población.
Insisto en un punto: por donde se le vea, no parece que haya un mínimo interés por cuidar la salud mental individual o colectiva; por lo tanto, debe ser parte de las responsabilidades personales echar una mirada a la salud mental, hacer lo necesario para cuidarla y fortalecerla.