Una notificación por Twitter hizo que la salvadoreña Miriam Castro, de 29 años, saltara de su sofá en Boston, Massachusetts, Estados Unidos, y se comunicara de inmediato con sus padres y amigos para celebrar juntos la aprobación del proyecto H. R. 6, denominado Ley de Promesa y Sueño Americano en la Cámara de Representantes.
Aunque todavía falta la discusión en el Senado, que la iniciativa haya contado con el respaldo de los congresistas el jueves implica un gane para la familia que es beneficiaria del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) y Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, en inglés), dos de los estatus migratorios que el proyecto apoya para una residencia permanente y posterior ciudadanía.
«En medio de una pandemia y con todo lo que estaba sucediendo, fue muy sorpresivo, como quien dice aquí se te abrió una puerta o varias»,
dijo con alivio Castro.
La posibilidad de que sus padres retornen a El Salvador queda lejos, agrega. Durante la administración de Donald Trump y su deseo para culminar con los programas en 2018, la familia acordó como primera instancia que los padres, Roberto Castro, de 56, y Carolina Umanzor, de 50, amparados en el TPS, regresarían al barrio La Delicias, en el departamento de La Unión, mientras que Castro y su hermana Wendy Castro, con DACA, se encargarían de ayudarles desde Estados Unidos como pudieran.
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Denis Roberto Castro, de 20 años, es otro de sus hermanos; sin embargo, nació en el país norteamericano.
«Ellos han estado en una zozobra y muy preocupados porque habían terminado los dos estatus, sus permisos empezaban a vencer y teníamos miedo, no sabíamos qué iba a pasar. La aprobación les da tranquilidad, ya no se siente tanta incertidumbre, pero estarán más tranquilos hasta que tengan su tarjeta verde», detalló Castro.
La salvadoreña labora en el State Street Bank & Trust en finanzas, y en solo cuestión de meses obtendrá su diplomado. Regresar a su país natal no es una opción siendo madre soltera de una niña de 13 años.
Quedarse sin DACA significaba renunciar a sus sueños de continuar sus estudios en economía y volver a trabajar como ayudante de cocina en los restaurantes, como en los 10 años que estuvo sin papeles.
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«Hubiera tenido que pelear y ver en qué piedra me escondía para quedarme en el país. Es injusto, tenemos toda la vida aquí y mi carrera en El Salvador no va a valer mucho», insistió la compatriota.
Castro llegó de manera irregular al país norteamericano a los nueve años y tomó el rol de hermana mayor para proteger a Wendy, que en ese tiempo tenía cinco. Los coyotes les ayudaron a cruzar el río Grande, la vía de paso para los inmigrantes indocumentados. En Estados Unidos, siendo una niña, tuvo que aprender inglés y trabajar en tres lugares para sobrevivir junto con su familia. Estuvo sin papeles durante 10 años.
El arduo empeño también permitió que estudiara una carrera universitaria y que ese mismo ejemplo tomaran sus hermanos, hoy expertos en ingeniería.
«Es difícil que se cierren las puertas cuando estás tratando de dejar un legado positivo», manifestó Castro.
Sus esperanzas para lograr la residencia permanente las deposita ahora en los senadores de Massachusetts Edward Markey y Elizabeth Warren.
Migración irregular
Aunque entiende la necesidad de las familias, este es un viaje lleno de peligros, reconoció Castro, quien a los nueve años cruzó el río Bravo, entre México y Estados Unidos.
Aconseja a las personas trabajar lo más que puedan y tener una meta clara en sus países de origen para no arriesgar la vida.
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