Mucho ha llovido y mucho ha cantado desde que escuchamos por primera vez a Kime, un salvadoreño destacado en la televisión chilena desde 2004. De aquellos días, Arquímedes Reyes atesora tanto lo bueno como lo agridulce. Radicado desde hace años en México, ladrillo a ladrillo o, mejor dicho, canción a canción ha seguido construyendo su carrera como cantante. Su visión artística en constante evolución, con una estética delicada y amante de su identidad, es presentada con gracia y claridad en su última producción «Bendita tierra». Desde Yucatán, Kime se enlazó en una llamada para recordar aquellos días en Chile, comentar los planes a futuro y adelantar sobre su nueva canción «Cipota morena».
¿Qué planes quedaron en el tintero por la crisis sanitaria?
Tenía muchos proyectos para 2020, conciertos en Estados Unidos, otras presentaciones en ferias de la cultura en México. Iba a grabar «Cipota morena», que es el nuevo video. Lo iba a hacer como en marzo, pero [la espera] sirvió para aterrizar más la idea, para entender el tema en profundidad. Yo no soy antropólogo, pero la canción tiene que ver con el racismo que está allí, en la mente del salvadoreño. Porque al igual que «Bendita tierra», esta también va con el objetivo de aportar a la identidad que El Salvador necesita reforzar. Siempre he creído que la música no prospera porque la identidad del país anda tambaleando. Y a diferencia de los países en los que he vivido, la música de ese país se escucha en todos lados, el ejemplo de México, Chile y Argentina tiene que ver con el amor por lo suyo, por lo propio. Yo desde que estuve en los concursos escuché: «Para ser salvadoreño hasta mucho has hecho». Ser salvadoreño era algo que tenía en contra, y yo me rehúso a esa idea. Siempre he creído que ser salvadoreño es lo que me hace único. Eso me hace diferente de ese montón de gente que está en el mismo lugar en el que he estado.
Como muchos artistas, no ha encontrado apoyo en su país. Pero ¿cómo esa parte negativa no ha ido en detrimento de su cariño por el país, al contrario, busca trabajar por él, por su identidad?
Uno tiene que depurar muchas cosas. Yo nunca he pasado por el resentimiento. Es como que uno se resienta con la mamá porque le dio una gran cachimbeada, no se puede [ríe]. Pero dentro de todo, el salvadoreño es el que me ha apoyado, eso me ha hecho llegar lejos. Pero a la hora de comprar una entrada, de comprar la música es difícil que el salvadoreño lo haga; pero si va un extranjero, no les duele pagar $100 aunque se queden sin comer, pero por un salvadoreño les duele. Pero dentro de todo esto quiero ir más allá y sembrar esa semilla para que las nuevas generaciones no tengan que dejar el país, porque no es fácil hacerlo.
¿Cuántos años tenía cuando se fue la primera vez?
Tenía 24 años cuando me fui para Chile. Me quedé allá un año y medio en lo que se desarrolló el programa [Rojo Internacional, «reality» chileno], y luego me quedé por allá viendo la manera de establecerme, pero no tenía a nadie que me sirviera como gancho, y el canal no me daba las garantías; me quedaba en la calle, y era la primera vez que me iba de El Salvador. Luego, pensaba que al haber estado en televisión tenía resuelta la vida en El Salvador, pero no. Fue terrible. Me encontré más puertas cerradas que abiertas, era como si me hubiera vuelto un enemigo de la gente de televisión. La gente pensaba que era hijo de salvadoreño viviendo en Chile, pero no, yo salí de la escuela pública y estudié Relaciones Internacionales en la UES, y fui a buscar, a abrir puertas a Chile. Y al regresar, comenzó una serie de burlas en la radio y hacían ataques contra la familia por ser de oriente, no podían creer que una persona de pueblo, hijo de campesino, estuviera en un canal de Chile. Pero no yo tengo apellido de dinero, yo era una persona de a pie, y eso me cambió la vida, ese programa. Cuando regreso a El Salvador, la gente me conocía; subirme al bus era complicado, porque pensaban que tenía dinero Pero la fama no tiene nada que ver con el dinero. Un maestro [de la universidad] incluso me decía: «Usted, el famosito». Traté de regresar, y en la U me tiraban tortillitas en la mochila. Era una energía muy negativa. Esa energía está allí presente, en la gente. Es como una negación a todo aquello que represente lo salvadoreño, es como un repudio; no sé si es consciente. Cuando yo venía de regreso de Argentina, de «American Idol», recuerdo que el piloto amablemente, yo venía en la cola del avión, dijo que era un orgullo traer al representante de «American Idol» y pidió un aplauso, y alguien gritó: «¡Salvadoreño tenía que ser para venir en este perol!», yo me sentí apenado, ni me paré.
¿Cómo sucedió el proceso para dejar a la familia y viajar a México, a radicarse?
Yo sabía que eran los últimos años de mi mamá, y gran parte de esos 12 años yo estuve en México. Mi mamá murió el año pasado. Pero esos últimos años, donde uno valora la vida, son los años que no pude compartir con ellos por buscar ese sueño. Decidí eso a conciencia y renunciando a muchas cosas, pero es imposible que uno se resienta con esa tierra donde está su familia, lo más querido; y suelo no criticar, cuando no he aportado nada. Yo estos temas los estoy hablando después de «Bendita tierra», porque ahora tengo la solvencia de decir qué hice yo para ayudar a la identidad.
Ese sacrificio personal y familiar, ¿ha valido la pena?
No fue fácil, pero fue consciente, y cuando así se hace usted, está determinado a disfrutarlo y a refugiarse en lo que tiene y con cada logro y cada paso, porque yo sé lo que ha costado subirme a un escenario. Cuando empecé cantaba en cantinas, en todos lados, y para mí todo era igual. Hace un año canté en el Castillo de Chapultepec, y muy pocos han logrado eso. Montamos un repertorio salvadoreño y fue muy bonito. Esas oportunidades usted las vive y cuando la familia sabe que esas oportunidades se abren, se alegra. Les he dado muchas alegrías, pero también mucha zocazón [ríe]. Pero son esas emociones las que les da la vida. Ahorita que estoy en Yucatán, ha habido una cantidad de homenajes a Armando Manzanero y dije: «Ya que estaré aquí, grabamos unas canciones de Manzanero con guitarrita y unas guayaberas yucatecas». Usted disfruta todo, me hubiera encantado estar con la familia, pero corro el riesgo de quedarme en El Salvador por la pandemia y no puedo, tengo todo aquí en México.
Su mamá fue su gran apoyo desde siempre, ¿antes de partir ella le compartió algunas palabras?
Yo me quedé con un pequeño pesar con mi mamá. Ella recayó con insuficiencia renal y entró en coma. Ella intentó llamarme, yo estaba en el sur de México. Me llamaban y no tuve internet durante el día. En la noche, ya estaba en coma y fue imposible hablar. Mi familia le pasó poniendo mi música y a ella se le salían las lágrimas y decía: «¿Ya llegó Kime?». Usted se queda con estas pequeñas cositas, porque mi mamá era música y cantante y decidió no seguir ese camino, ella se dedicó a la familia. Yo a mi mamá la siento conmigo todo el tiempo. Cuando estaba pequeño, ella tocaba la guitarra y yo cantaba. El día que ella murió, iba por la calle y oigo a estos señores que andaban con bandoneón, y escucho la misma canción que cantábamos con la guitarra. Se me puso la piel chinita. Eso fue como decirme: «Aquí estoy y aquí voy a estar». Uno le pone color a la vida.
¿Cómo iba aquella canción?
[Kime recordó la canción y entonó un verso afinado con su voz clara]
Recuerdas tú, aquella tarde gris, en el balcón aquel, donde te conocí […] era un bolero muy antiguo.
Cuando ella [su mamá] tocaba la guitarra, es que yo comienzo y ella veía que afinaba y entraba donde tenía que entrar, y me mandaba con el maestro del pueblo. Y me decían: “Cántame ‘La cobardía’ y las de Álvaro Torres”»
Arquimedes Reyes, cantante.
¿Cómo aprendió a trabajar la voz?
Yo tenía como cuatro o cinco años y mi hermano mayor, que fue a la guerra por Estados Unidos, le mandó una guitarra a mi mamá. Ella siempre hablaba de cómo era su vida de cantante, pero mi papá era machista y le dijo: «La mamá de mis hijos no va a andar cantando en la fiesta del pueblo». Con la guitarra que le regaló mi hermano, mi mamá cada vez que cantaba y tocaba, lloraba, porque era su pasión. En su familia eran músicos de pueblo, de los grupos que les llamaban «chanchonas», eran como el combo del pueblo. Ellos tocaban los boleros de José Alfredo, de Javier Solís, eran el grupo del pueblo. Allí, cuando ella tocaba la guitarra, es que yo comienzo y ella veía que afinaba y entraba donde tenía que entrar y me mandaba con el maestro del pueblo. Y me decían: «Cántame “La cobardía” y las de Álvaro Torres». Siempre se daba eso de la reacción de la gente y yo decía: «Quizá soy bueno en esto». Pero ya hasta que ya fui a Chile entendí que sí tenía lo mío, modestamente. Claro, pasé por el proceso de necesitar la aprobación de toda la gente. Esto es como un negocio al final, funciona o no funciona; y si no, ni modo. Así es con cada tema, por ejemplo, con «Bendita tierra», yo no me hubiera imaginado que, a dos años de haber salido, hay como 15 temas más, de otros cantantes e iniciativas que están alrededor del país. Antes de esto no había más que «Patria querida» y «Mi país» y no sé qué otra más, y ahora hay 15 proyectos haciendo esto, incluso hubo gente que se iba a Los Ángeles, a Las Vegas a grabar, teniendo tanta locación tan bonita en el país. Por ejemplo, Fedecrédito sacó una canción que habla del país, con muy buen video. Ver este tipo de campañas de las marcas o de los artistas cantándole al país es nuevo. Creo que se logró el objetivo de «Bendita tierra», demostré que la marca país sí vende. Creo que es un antes y después.
¿Cómo mide el impacto de una canción como «Bendita tierra»?
Tengo las reproducciones en el canal de YouTube, allí son 2.8 millones de reproducciones; eso pude contabilizar, porque eso lo pude ver. Pero fue un problema, porque tomaban el video las embajadas u otros sitios y lo colocaban en sus plataformas, eso no me ayudaba a mí. Tenías que ponerlo desde mi página, por eso yo calculo que son como 5 millones de reproducciones en total. Yo comprendí que lo hacían [retomar su video], porque ya no era una canción que me pertenecía, sino que ya era de los salvadoreños. Ahora, los 15 de septiembre se canta en las escuelas. Yo fui el puente, pero lo que demostré es que tenemos cosas lindas en el país que son únicas. Había gente al principio que me decía: «¿Por qué mostrás gente retrógrada?», y era por la gente que representa la cultura prehispánica. Me decían, cuando la escribía, que no pusiera cipote, porque no se iba a entender. Yo preguntaba de las locaciones y me decían que no porque: «Allí puro negro».
Está bien comprometido con la identidad indígena de El Salvador.
Yo me hice el examen de ADN. Hice el test que le dice la descendencia y el porcentaje de indígena que tengo es de 70 %; 20 %, de España (centro y norte) y el resto de África, mi abuela era negra. De allí su pelo colocho. Pues sí. Yo nací en San Alejo, La Unión, del oriente del país. Ese racismo está presente y la gente no se da cuenta. Cuando comencé a compartir el nuevo tema, que es una historia basada en una historia real de Dorotea Granados, una revolucionaria, ella cuenta la historia de que su mamá la encontró bañándose con cloro, porque quería ser blanca: «Porque a la gente blanca la quieren más»; y cuando sale moreno, es como un defecto hasta en los bebés. A medida que empiezo a compartir esas cosas surgen otras historias, alguien me contó esto: «Mi mamá me peinaba, me hacía trenzas y mientras me las hacía me decía, “¿por qué me saliste tan prietita, hija?”». Su mamá no lo hacía de una manera negativa, pero lo hacía. Luego, lo he compartido con gente más cercana, tengo unos sobrinos acá, parecen caribeños y se les nota, y les estábamos comprando ropa y me dice la vendedora: «Ese color no, porque lo hace ver más negro». Esa cuestión está allí y creo que por medio de la música se puede aportar para disminuirlo.
¿Cuál es el calendario de la nueva canción «Cipota morena»?
Aún no la lanzo. Las últimas canciones llevan un proceso así: hago la canción, la grabo con video y la lanzo. Eso me toma tiempo porque reunir las chirilicas tiene su tiempo. Por ejemplo, con «Bendita tierra» la grabé con un amigo mexicano, él se compró el dron y fue un viaje de 15 días. Nos organizamos con el Ballet Folclórico de la Universidad Nacional, con Lucía Figueroa, con amigos. Toda la parte del vestuario fue hecha en El Salvador por artesanos. Óscar Tadeo, con las tinturas naturales y el añil; Laura Lara, de textil y confección. Mi «blazer» está teñido con añil y bordado a mano; el vestido de Lucía es de añil y cáscaras de coco. Fue una planeación de dos años. Imagínese, la gente de aquí me cobraban $5,000 y me decían que iban a pasar imágenes de El Salvador en el video [ríe].
¿Cuándo estará «Cipota morena»?
El 13 de febrero tengo una presentación y planeo aprovechar esa semana para hacer este video. Planeo hacerlo con una introducción con estos dichos racistas y como antesala, esa historia que me cuenta esa seguidora en redes, poner el video donde le dice esa frase mientras la peina, y la mamá no era consciente. Así, otros muchos dichos que están allí terribles, como: «La culpa no la tiene el indio, sino quien lo hace compadre». Es tan horrible, es tan feo; está diciendo: «Es que el indio no tiene la culpa, sino vos que la vas a cagar por hacerlo igual a vos». La canción puede estar en abril, más o menos. La canción ya está grabada hace dos meses, ahora lo que hay que hacer es el video. El vestuario será con Laura Lara, todo hecho en El Salvador. Lo único que llevo es mi director, Jorge Casas Kelly.
¿Cuál será el género, qué ritmo tendrá?
Es una función de folclor, lleva instrumentos prehispánicos, pero evoca esta música que llevaba marimba. Es una fusión. He visto el racismo contra King Flyp, eso de «vasija maya», y voy a ver los perfiles y solo pienso: «¡Uta cabrón! si a ustedes se les sale lo indígena». Pero es que esos filtros del teléfono les están afectando y se les olvida, se les está perdiendo que de allí vienen.
«Palomita linda, no te aclares la piel, cipotilla prieta, de los ojos de miel, quédate morena, así como sos, que la tierra es buena, así como de tu mismo color».
Fragmento de la canción inédita «Cipota Morena», de Arquimedes Reyes.
¿Cuál es el mensaje que busca con la canción?
Son cosas que no se pueden cambiar, pero no vamos a vivir mal por una pendejada. Yo lo que le quiero decir con esa canción al niño, a la niña que me escuche es: [canta] «Palomita linda, no te aclares la piel, cipotilla prieta, de los ojos de miel, quédate morena, así como sos, que la tierra es buena, así como de tu mismo color». Hablo del chocolate, del cacao. Le digo a los niños que está bien ser moreno. Tengo la esperanza de que si un niño me escucha y sabe que está bien con su color de piel, ya me doy yo por satisfecho. No me importa la cantidad de vistas, sino que el mensaje llegue y aporte a quienes tiene que llegar.
¿Estas canciones conformarán un disco?
Espero hacer más canciones de este tipo de identidad. Pero la gran diferencia es que ya tengo patrocinadores para hacer este material. Con «Bendita tierra» la produje toda junto con el video, con lo de mi trabajo que hacía en las noches. Incluso, al ballet tuve que comprar utilería, el ballet de la universidad nacional. Pero ya luego toqué las puertas de compatriotas en Estados Unidos y ellos me ayudaron para «Bendita tierra». Para «Cipota morena» será con Canal 33 el apoyo, y bienvenido sea quienes quieran aportar en este proyecto, quienes crean en la identidad y en el orgullo de sentirla.