Cuando mi padre (q. e. p. d.) comenzó a levantar la casa que albergaría a la familia, propia y ampliada, se originó cierto malestar en vecinos y peatones. Recuerdo que una de las primeras acciones fue quitar unos árboles de eucalipto que estaban en el centro del lote adquirido para construir la vivienda. No era opcional dejarlos; de lo contrario, no se podría trabajar. La tala de esos árboles causó gran malestar con tinte ambientalista, lo que produjo habladurías y señalamientos.
Al pasar unos años se inició un proyecto de urbanización aledaño a nuestra vivienda. Esto obligó a que se talaran muchos más árboles de eucalipto, pero nadie se opuso, pues era parte del desarrollo habitacional para beneficiar a una comunidad que por décadas vivió en una ladera que colindaba con la línea férrea.
Quizá mi padre siempre comprendió que el supuesto interés por la tala de unos árboles no tenía nada que ver con la verdadera causa medioambiental. Lo entendí hasta que mi capacidad de análisis me permitió ver que hay quienes solo critican por criticar. Y es que dicha actitud pareciera ser parte intrínseca de la naturaleza humana. Si la casa se pinta de verde, alguien dirá que mejor hubiera sido azul; de usar azul, dirá que mejor verde.
A escala nacional es así. Luego de las últimas jornadas electorales, los grupos de poder, cuyo soporte político son los casi extinguidos partidos ARENA y FMLN con todos sus satélites, han cerrado filas y unificado discurso en contra de las acciones del Gobierno dirigido por Nayib Bukele, así como la nueva Asamblea Legislativa, que trabaja en consonancia para bien del país.
Sorprende el nivel de ataque que han alcanzado. Uno de los mejores ejemplos es la embestida contra la estrategia para combatir la pandemia del coronavirus. La consigna de ellos es que todo lo que el Ejecutivo hace está mal. Se anunció vacunación para soldados, policías y personal de salud, dijeron que por qué no mejor se comenzaba con la tercera edad. Se amplió a tercera edad, cuestionaron que no había muchas vacunas. Se trajeron más dosis, criticaron que eran de esta u otra farmacéutica. Se adquirieron de todas las marcas, señalaron que el ritmo de vacunación era lento. Se ampliaron los horarios para inmunizar, dijeron que era mejor hacerlo casa por casa. Y ni hablar del bitcóin, del que ahora dicen que lo malo es la ley presentada por el Ejecutivo y aprobada por la Asamblea, y no la criptomoneda en sí, que previamente han cuestionado. En fin.
Volviendo al proyecto de mi padre, aparte de criticarlo por cortar los árboles de eucalipto, llamaron a la alcaldía para que verificara si se respetaban los linderos. Funcionarios municipales llegaron y tomaron las medidas, y vieron que todo estaba en orden.
La siguiente ofensiva de los grupos que han perdido poder ha sido esa precisamente. Llamar a sus tradicionales amigos, algunos muy poderosos, para que los apoyen en su intento de deslegitimar toda estrategia gubernamental, no en un afán constructivo, sino de volver a tomar el poder que les dejó grandes ganancias. Algunos incluso han visitado casas de supuestos amigos para conspirar y derribar lo que se está construyendo, después de que el país sufriera décadas de despilfarro y expoliación ya debidamente comprobados.
Los señalamientos y las críticas malsanas no hicieron que mi padre se detuviera en su objetivo de cumplirle a la familia con una vivienda digna.
Sigamos construyendo la nación que deseamos para las futuras generaciones, para nuestros hijos y nietos. Que unos cuantos árboles no nos impidan avanzar hacia el futuro que decidimos tener desde las urnas en un ejercicio democrático. Habrá tiempo para reforestar.