En la más reciente novela que leí de William Faulkner describe la evolución del condado ficticio de Yoknapatawpha desde que era una selva, la llegada de los inmigrantes que la convierten en campos de algodón, la mutación con la visión de sus pioneros, entre ellos Compson, en una ciudad. Fueron necesarios 100 años para que todo fuera sustituido por grandes edificios con escaparates, anchas calles y, de lo cual, lo único que sobrevive es la vieja cárcel.
Esto no dista de la realidad; en 1967 la ciudad de New York aprobó la demolición de 24 hectáreas de lo que se conoce como el bajo Manhattan, en las cuales se ubicaban muchos edificios con tinte histórico, para dar lugar a la construcción de un ambicioso proyecto que hoy conocemos como World Trade Center, bajo el diseño del arquitecto Minoru Yamasaki y que sería, como su nombre lo dice, el centro financiero más grande del mundo y que por mucho tiempo fue representado por las icónicas torres gemelas, a pesar del lamentable ataque de 2001, suceso en el cual las torres fueron derivadas.
Entre los escombros, EE. UU. inicia lo que se conoce como la reconstrucción de la zona cero, que consta del One World Trade Center, el edificio más alto del hemisferio occidental, cabe recalcar que alberga a las más grandes compañías de tecnología y mercadeo; a la espera de la finalización de la segunda torre, un museo memorial como recuerdo de las víctimas y la Oculus Station que desplaza a cientos de miles de personas a sus lugares de trabajo.
Similar como ocurrió cuando se inició la remodelación del Centro Histórico de San Salvador durante la administración municipal de nuestro actual presidente, Nayib Bukele, la construcción del World Trade Center tuvo partidarios y detractores. Existieron grupos que protestaron, un gremio de arquitectos apeló a las instancias legales, lo que el Gobierno de EE. UU. resolvió no proceder. No me dejarán mentir que en esas plazas del Centro Histórico daba temor circular, mucho menos buscar esparcimiento, ya que lo que predominaba eran el caos y la delincuencia, ya que por décadas sufrió total abandono de las instituciones culturales.
Hoy, luego de la restauración, el Centro Histórico se ha convertido en el ícono de la ciudad, y simboliza la cultura y el progreso. Es uno de los destinos más visitados tanto por turistas locales como extranjeros y objetivo de fotógrafos, reporteros, documentalistas y hasta cineastas. Incluso, los que fueron sus detractores han tenido el descaro de ir y tomar el lugar como locación para algunos de sus contenidos propagandísticos. Sucederá lo mismo con el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, que además de instar a leer los más de 30,000 libros que resguardará en sus modernas y tecnológicas instalaciones, poseerá firme y galante como faro del modernismo un espejo en el que se reflejarán el Palacio Nacional y nuestra hermosa Catedral, estandarte del desarrollo arquitectónico, cultural y económico que muchos anhelamos que goce el que siempre será el corazón de la ciudad.