Una columna previa mencionaba que una de las dimensiones de la seguridad alimentaria es la disponibilidad física de alimentos, y uno de sus componentes —tal vez el más importante— es la producción interna de aquellos. No todos los alimentos deben producirse dentro del territorio de un país, pues la producción de otros bienes y servicios permite la adquisición de una buena parte de lo que se consume a través del comercio exterior. Aun así, es importante para una nación contar con una producción interna de alimentos robusta, significativa y constante. Singapur, un país de solo 734.3 km2 y 5.9 millones de habitantes, importa el 90 % de sus alimentos, pero ha establecido una política nacional para asegurar que el país produzca el 30 % de sus necesidades nutricionales para 2030. Esta es una estrategia importante para amortiguar shocks en el suministro de alimentos; el lector sin duda recuerda los efectos del cierre de carreteras en Guatemala, uno de los países de donde más alimentos importamos, sobre la disponibilidad de frutas y verduras en nuestro país hace unos meses.
Pero ¿es posible para un país producir todos los alimentos que su población necesita? En general, se estima que para producir las calorías y nutrientes suficientes para una dieta balanceada se requieren entre 2,000 y 4,000 m2 de terreno por persona. El Salvador dispone de aproximadamente 932,000 hectáreas de tierra agrícola, y esto resulta en 1,546 m2 por habitante, significativamente menos de los estimados sugeridos. Esta limitante en el área de tierra disponible se supera, en algunos casos, asegurando rendimientos altos en los distintos rubros. Sin embargo, en nuestro país existe una brecha grande entre los rendimientos obtenidos y los rendimientos potenciales de nuestros rubros agropecuarios. Por ejemplo, maíz y frijol tienen un rendimiento promedio de 45.5 y 15.6 quintales por manzana (qq/mz), respectivamente, a pesar de que, de acuerdo con las guías del Centa para estos cultivos, el potencial de las variedades promovidas en el país se encuentra entre 60 y 90 qq/mz para maíz y de 33 qq/mz para frijol.
Nuestra población consume 22 millones de quintales de maíz al año, se producen 17.1 millones, generando un déficit de 4.9 millones de quintales. Para un área de siembra de 376,733 manzanas ese déficit se cubriría incrementando los rendimientos en 13 qq/mz, para un total de 58.5 qq/mz, aún por debajo de los rendimientos potenciales reportados por el Centa. Asimismo, consumimos 4 millones de quintales de frijol, solamente producimos 2 millones de quintales, el déficit se cubriría duplicando los rendimientos para alcanzar 31.2 qq/mz, un rendimiento ligeramente por debajo del potencial reportado por el Centa. En ambos casos podría satisfacerse la demanda interna sin incrementar áreas de siembra. Análisis en otros rubros revelan tendencias similares donde el déficit en la producción nacional podría desaparecer al cerrar la brecha entre los rendimientos actuales y los potenciales.
Incrementar la productividad de los sistemas agropecuarios no es una tarea fácil. Ser productor de alimentos no es una tarea fácil. El alto costo de insumos, la poca disponibilidad de mano de obra, la urbanización, incluso ciertas tendencias que culpan —injustificadamente— a la agricultura de fenómenos ambientales son factores que limitan el manejo óptimo de los sistemas de producción. También existe un limitado desarrollo y adopción de tecnologías que permitan una producción más eficiente y mayores rendimientos utilizando los recursos limitados con los que contamos, especialmente la tierra, una tarea pendiente de las entidades dedicadas a investigación, desarrollo y extensión. Todos estos factores deben estar al centro de una estrategia para incrementar la producción de alimentos en el marco de una política de seguridad alimentaria.