El 1.º de diciembre por la tarde, durante la oración de la comunidad, Ita les leyó las palabras de monseñor Óscar Romero: «Cristo nos invita a no tenerle miedo a la persecución, porque créanlo, hermanos, que quien se compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino de los pobres. Y en El Salvador ya sabemos lo que significa el destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres».
En la tardecita del 2 de diciembre de 1980, Dorothy y Jean fueron al Aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero para recoger a Maura Clarke e Ita Ford, que habían regresado juntas de una reunión de su comunidad en Nicaragua. Un poco después de salir del aeropuerto, las cuatro mujeres fueron raptadas por cinco miembros de la Guardia Nacional. Más tarde, las mujeres fueron violadas y por fin fusiladas al estilo ejecución por los mismos guardias en un campo abandonado a una hora del aeropuerto.
El sábado 6 de diciembre por la mañana, los restos de Jean y Dorothy fueron acompañados al aeropuerto para ser enviados a Sarasota, Florida, y a Cleveland, Ohio, donde fueron sepultados. Los restos de Ita y Maura fueron acompañados por más de una docena de vehículos por el caluroso y peligroso trayecto de dos horas y media a Chalatenango, donde apenas tres meses antes Ita y Maura habían enterrado a la hermana Carol Piette, después de que ella murió cuando una correntada arrastró el carro en que viajaba con Ita («Compañeras en el camino, mártires de El Salvador»).
Las tres religiosas, así como la laica, pertenecían a las congregaciones de Maryknoll y Ursulinas. Habían llegado a El Salvador por invitación de san Óscar Romero. Ellas trabajaban en los lugares más pobres de nuestro país, defendiendo a los salvadoreños del terror desatado por el Gobierno. En mayo de 1984, Luis Antonio Colindres Alemán, Daniel Canales Ramírez, José Roberto Canjura, Carlos Joaquín Contreras y Francisco Orlando Contreras fueron condenados a 30 años de prisión; sin embargo, como es costumbre en El Salvador, los autores intelectuales de este y otros atroces asesinatos aún continúan sin ser identificados y juzgados por el sistema de justicia salvadoreño.
Pero ¿qué hacían estas tres religiosas y la laica norteamericanas en El Salvador? Una de ellas resume brevemente la razón por la cual permanecían en nuestro país: «Los pobres nos desnudan, nos halan, nos desafían, nos evangelizan, nos enseñan a Dios». A pesar de la terrible situación que vivía El Salvador, y pudiendo regresar a Estados Unidos, decidieron permanecer para acompañar y ayudar a los más necesitados y perseguidos durante el conflicto armado de nuestro país; sin embargo, para quienes las asesinaron, estas cuatro mujeres «no eran simplemente monjas, sino activistas políticas» («Compañeras en el camino, mártires de El Salvador). Por eso decidieron quitarles la vida.
La guerra civil que sufrió El Salvador en la década de los ochenta dejó una huella de destrucción y muerte imposible de borrar hasta hoy, y muchos de los familiares de miles de víctimas civiles continúan clamando justicia, algunos, incluso, fuera de nuestras fronteras, porque no encuentran en nuestro país un sistema de justicia que contribuya a sanar las heridas del pasado. El asesinato de las tres religiosas y de la misionera laica es uno de los casos que si bien es cierto fue investigado y plasmado en el informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, después de 40 años continúa en parte en la impunidad.
De Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan podemos decir lo que escribe el papa Francisco en su exhortación apostólica «La alegría del evangelio»: «En el desierto se necesitan sobre todo personas de fe, que con su propia vida indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza». Aunque en su caso fueron asesinadas por quienes históricamente han hecho tanto daño a la sociedad salvadoreña por proclamar con sus propias vidas la necesidad de transformar el odio, la violencia y la injusticia, por el amor a Dios y al prójimo. Pero la sangre de estas cuatro mártires norteamericanas constituye un llamado de atención para todos los cristianos y las personas de buena voluntad a salir de la comodidad de nuestras vidas, a arriesgar nuestra existencia en la búsqueda constante por ayudar a los más necesitados que están a nuestro alrededor.