San Salvador como muchas capitales latinoamericanas ofrece una imagen de caos y, como dice la “Carta de Atenas”, no responde a su destino, que sería satisfacer las necesidades biológicas y psicológicas primordiales de sus habitantes. El maquinismo, la superpoblación, la contaminación y el vandalismo la afectan, y como dice más adelante: «La violencia de los intereses privados provoca una desastrosa ruptura de equilibrio entre el empuje de las fuerzas económicas por una parte y, por la otra, la debilidad del control administrativo. No existe en la ciudad un conjunto o núcleo que podamos definir como Centro Histórico propiamente dicho. Existen edificios aislados y diseminados, donde se han desarrollado eventos o sucesos históricos; o que por antigüedad se consideran patrimonio cultural por decreto legislativo. Hay lugares con placas conmemorativas, cuya infraestructura original ya no existe; pues la negligencia o la ignorancia de los gobiernos la han descuidado.
No todo patrimonio cultural es precisamente histórico, ni todo lo que es pasado tiene derecho por definición a la perennidad. Las ciudades con centros históricos nos muestran conjuntos planificados; ordenados en trazos y construcciones que obedecen a estilos y épocas definidas, que atestiguan su pasado histórico, cultural o sentimental.
Sobre el tema los arquitectos Juan José Rodríguez, Hérbert Granillo, Julio Reyes y Eduardo Ruiz Maida, en la revista «Equilibrio» (febrero, 2002), nos ofrecen los planteamientos y las críticas a los parámetros legales, los cuales son válidos y actuales, pues impiden el desarrollo y la modernización de la ciudad.
El Centro Histórico de una ciudad no es un centro cívico, como lo es en nuestro caso la Plaza Libertad, renovada tantas veces. Los centros históricos son conjuntos de edificaciones y plazas consideradas patrimonio cultural universal por expertos de la Unesco y las cartas de Quito y Atenas, entre otros; y aparte del interés cultural también representan un interés económico por el turismo internacional que motivan. El centro de San Salvador es un mercado sucio, con aceras-ventas y calles que se disputan transeúntes y vehículos. Con la renovación de las tres plazas más importantes surgió la esperanza de que el centro sería recuperado; pero no se le dio continuidad por razones mezquinas y políticas cavernícolas, descuidando lo logrado sin importar los intereses de los citadinos. Por el contrario, se suprime una plaza importante para construir un mercado a menos de una cuadra de otros dos mal ubicados, uno de los cuales está esquina opuesta al Palacio Nacional. Esto nos demuestra la ignorancia urbanística y de planeamiento.
Es curioso ver el plano que se supone muestra el Centro Histórico definido por edificios e iglesias, que la Asamblea, como siempre –por el decreto legislativo 680–, estableció por límites de un centro histórico hipotético. Pues sin necesidad de un análisis es visualmente evidente que son puntos dispersos en un área sin vinculación espacial que conforme un todo, mucho menos un conjunto arquitectónico; y si bien es cierto que la identidad no solo la dan las estructuras, sino también algunos considerandos intangibles como fechas, acontecimientos, tiempos, épocas, etcétera, no por eso pierde peso el concepto de núcleo urbano histórico-cultural, coherente con una estructura física integral cuyo recorrido nos brinda una experiencia estético-cultural incomparable que aquí no disfrutamos.