Los recuerdos de los años vividos en El Salvador vienen a nuestra mente principalmente en esta época de «paz y esperanza». Diciembre cambia el panorama, la mentalidad, y es cuando la gente menos quiere saber de política.
Sin embargo, es buen momento para hacer una retrospectiva del camino que hemos recorrido como país. Atrás quedaron las décadas de sangre, de violencia, de desesperanza.
¡Quién no recuerda las ochorasperras!, cuando el racionamiento de energía extendido era el pan de cada día, cuando había que encerrarse por miedo a los «reyes de la calle», cuando las balas de militares e insurgente cruzaban las avenidas, los pasajes; cuando la sangre corría por las aceras de las comunidades. Muchos jóvenes no conocen esa historia o, al menos, no la sufrieron. Pero deben enterarse del terror que vivieron sus padres y abuelos, de la zozobra de que los terroristas reclutaran a sus hijos y nietos.
Hay historias de jóvenes, estudiantes de bachillerato y universitarios, con grandes ilusiones de ser gente de bien en la sociedad, a quienes los guerrilleros se llevaron y no se supo más de ellos. Sueños truncados. El llanto de sus progenitores fue inconsolable, y se escuchó decir a más de alguna madre «quisiera encontrarlo, aunque sea muerto, para darle cristiana sepultura, para saber dónde está».
Los gobiernos de derecha fueron incapaces de detener esa ola de crímenes en contra del pueblo; bueno, es que se lucraron de eso, pues los billetes llovían de países interesados en que El Salvador viviera una guerra ajena. Y de todas esas historias se jactan los terroristas y derechistas hasta el día de hoy.
Los «mentados» acuerdos de paz que tanto reclaman sus firmantes fueron componendas de las dos ideologías para desfalcar el Estado y para no enfrentar la justicia por las masacres de inocentes. Más de 85,000 asesinados es una cifra escalofriante. Las ONG guardaron silencio, es que comían de esa situación.
Pero, no contentos con eso, en su sistema de rueda de mulas de bipartidismo, ARENA y el FMLN permitieron que la nueva semilla de violencia germinara y llegara a ser más fuerte que la de las fuerzas de seguridad. Las pandillas trajeron inmediatamente otra etapa de oscuridad y luto al país y nos arrodillaron a todos. Esta etapa llegó a ser más cruel que la anterior, pues el número de inocentes asesinados superó el del conflicto armado: más de 110,000 personas honradas y trabajadoras. Y qué decir de cuantas niñas y jóvenes fueron violadas por estos terroristas, que, ahora, casi todos, purgan sus fechorías en el Cecot y en otros centros penitenciarios.
Cuatro décadas de «Sin City», con las vidas de todos puestas al servicio de los grupos criminales apadrinados por los gobiernos corruptos y asesinos, son malos recuerdos que siempre se esparcen en nuestra mente. Difícilmente pueden ser desterrados.
¡Y cómo no compararlo con la era que ahora vivimos en todo el territorio nacional: tiempos de bukelismo! Un modelo que es tema de conversación en todo el mundo. Y no es para menos, de la capital de los homicidios ahora somos la nación más segura del hemisferio occidental.
Bien lo dibujan los medios internacionales que no dudan en llamar el «modelo Bukele». Es que es incuestionable la bajísima tasa de homicidios, la seguridad con la que la gente camina por todos los lugares y rincones del país.
Por eso, en este mes que nos trae esperanza e ilusión, cuando recordamos al Todopoderoso que envió a su Hijo a vivir entre nosotros, es cuando más debemos agradecer por todo lo que proviene del cielo y por usar a sus líderes terrestres para dar paz y tranquilidad a sus criaturas.
Vivimos otra Navidad y fin de año sin miedo, caminamos sin miedo, y con el optimismo que tiene la gran mayoría de los salvadoreños, mejores tiempos nos esperan, pues contamos con un líder que solo dobla sus rodillas ante Dios, uno incólume y dispuesto a llevar al país a otros estadios de desarrollo y prosperidad.
Tiempos de bukelismo que otros intentan igualar. Dios bendiga a nuestra patria.