Me he propuesto ejercer el periodismo hasta que Dios me regale el último soplo de vida: primero, porque es una pasión que recorre mis venas; y segundo, porque es por medio de las letras que he conseguido llevar honradamente el pan a la mesa de mi familia en el último cuarto de siglo. Hace siete años, no obstante, contra mi voluntad estuve inhabilitado para seguir ejerciendo el mejor oficio del mundo.
En 2013, luego de que la operación radical para rescatarme del cáncer me dejó sin la mitad del rostro (ojo derecho, nariz y media boca), mi idea era regresar lo más pronto posible a la sala de redacción e ir a las canchas de fútbol para escribir sobre mi deporte favorito. Sin embargo, al igual que un futbolista con una grave lesión o en su ocaso tuve que colgar los tacos. En mi caso (temporalmente), porque mi optimismo era tan grande que no sabía cuándo, pero sí que volvería a coger la pluma.
Ahora mismo hay miles de personas que aborrecen sus trabajos y solo esperan que el reloj marque la salida para irse a casa u otro lugar. La situación suele volverse más evidente con los empleados de la cosa pública, que en reiteradas ocasiones se incapacitan para no llegar a trabajar. Yo ahora mismo tengo 48 años y no concibo la idea de retirarme. Me conforma la idea de que solo he padecido una enfermedad que me ha dejado huellas visibles y nada más, y que aún puedo ser útil a la sociedad.
Empero, volver a la acción no me fue fácil. Existe un protocolo, un evaluador y un resultado, y ahí no cuenta mi voluntad o mi arraigo por la vida. He visto que las puertas se me cierran frente a las narices por el simple hecho de no llenar un canon de imagen. Hace un par de años, tuve que dejar una estación de radio en la que colaboraba gratuitamente porque me entenderé de que su director dijo que yo «era una mala imagen». No ha sido el único trancazo, ni el único sueño en mi vida.
En mayo de 2013, cuando me tocó ir a pedir una prórroga de mi larga incapacidad (antes de ser pensionado), le dije a la doctora Gloria de Guzmán (la cirujana que se encargó de devolverme la sonrisa y la voz) que me la extendiera únicamente por un mes y no para tres, como las anteriores. Mi idea era regresar al periodismo en junio; y así fue, el 3 de junio, cuando desempolvé la libreta de apuntes para volver al periódico para el que laboraba lo hice con la ilusión de un niño en su primer día de clases. Solo tenía una preocupación en mente: cómo haría para estibar los retenes policiales y evitar las esquelas por la licencia vencida.
Y es que mi permiso de conducir se había vencido en 2011, y en ese tiempo luché sin éxito por la renovación. En Sertracen, me solicitaron en su momento una fotografía actual de rostro completo y yo solo tenía la mitad, el complemento era un esparadrapo. Tampoco las autoridades del Viceministerio de Transporte, de aquel momento, escucharon mis plegarias para otorgarme un permiso especial.
Ese día que volvía a la sala de redacción de uno de mis experiódicos, me sentí de nuevo todo un periodista y pensé: Neymar fichó hoy por el Barcelona y yo también ficho, más bien renuevo mi contrato con La Prensa Gráfica. Mi ilusión, sin embargo, se torció cuando en Recursos Humanos me pidieron por escrito una constancia médica que indicara que estaba listo para trabajar. Prometí que llegaría con ella el siguiente día, más ese día nunca llegó.
Cuando me aboqué a la doctora Guzmán para que me extendiera el documento requerido, me dijo que no me podía dar el alta, que yo no estaba apto para trabajar y que era mejor que iniciara los trámites para una pensión por invalidez. Sentí que el mundo se me vino abajo, me atraganté con las lágrimas que se derramaron por mi único ojo. Un día antes había editado sin ningún problema todo el material de la presentación de Neymar, y al día siguiente era un inútil.
Hasta septiembre de 2013, viví de las incapacidades, y en adelante quedé a expensas de una pequeña pensión por invalidez. Los médicos evaluadores determinaron que tenía el 70 % de invalidez y en me exempleo también me lo restregaron y me desecharon. Tuve la intención de volver a La Prensa Gráfica para el Mundial de Brasil 2014, pero cuando les llamé, me enteré de que ya no pertenecía a la empresa. Quedé fuera desde septiembre de 2013 y no lo sabía. No hubo un finiquito y tampoco indemnización. Dejé las cosas a Dios y Él me ha recompensado grandemente.
Por aquel tiempo sin una trinchera, sin escribir, utilicé el Facebook como vía de escape para satisfacer mis deseos de escribir y de ahí salió mi segundo libro de historias urbanas: «Letras sin harte»; y ahora luego de pasar por mi querida y recordada escuela «Diario Co Latino», el «Metropolitano Digital» y otros medios virtuales he vuelto a tener calidad de empleado gracias a que las personas que lideran «Diario El Salvador» me han tendido el voto de confianza. Al final ha sido Dios y el tiempo los que se han encargado de demostrar que aún llevo tinta en la sangre. Hay centenares de historias que contar y miles de páginas por llenar, mi esperanza es dejar huella.