Mientras un padre de familia trabajaba en su taller, su niño pequeño se acercó para preguntarle: «Papá, ¿qué estás haciendo?». Él trató de explicarle, pero el niño hizo la misma pregunta una y otra vez. Finalmente, para que el pequeño lo dejara trabajar, le entregó un mapa del mundo para que lo armara, pensando que así lo dejaría en paz. El niño se fue a la sala, pero en unos minutos regresó gritando «¡terminé!». El padre, sorprendido, le preguntó: «¿Cómo lo armaste tan rápido?». «En la parte de atrás del mapa encontré el dibujo de una familia, arreglé la familia y así reconstruí el mundo», contestó el niño.
«Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta tarea de la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (Concilio Vaticano II, Decreto sobre la Educación Cristiana). A veces se piensa que la educación de los hijos corresponde a la escuela, a la Iglesia u otras instituciones, cuando en realidad estas únicamente constituyen un soporte al proceso de formación que los padres hacen con sus hijos, quienes son los principales responsables de dicha tarea.
Es lógico que los hijos, al convertirse en adultos, tomarán sus propias decisiones, pero es en la familia en donde se aprende a respetar y obedecer a los padres, a convivir con los hermanos, el valor del trabajo, el orden, el respeto a lo ajeno, la fe en Dios y el amor al prójimo. Por el contrario, los niños que crecen en hogares que sufren violencia doméstica, consumo de droga, alcohol o en donde se vive del hurto con dificultad podrán escapar de estos patrones de conducta. Porque, como cuenta una historia, en cada ser humano existen dos lobos, uno bueno y otro malo, los dos luchan constantemente entre sí en el interior de cada persona: ¿cuál de los dos ganará la batalla? Aquel a quien los padres decidan alimentar en sus propios hijos.
La delincuencia, las pandillas, la violencia doméstica hacia la mujer en sus propios hogares, lugares de trabajo, la corrupción histórica en todas las instituciones de nuestro país, no únicamente del Estado, constituyen un urgente llamado de atención a todos los sectores de la sociedad salvadoreña, que nos invitan a reflexionar sobre qué estamos haciendo para ayudar a los padres de familia a realizar la misión que les ha sido encomendada, porque «la familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida» (papa Francisco, Amoris Laetitia, 44).
¿Qué sería del mundo sin Thomas Edison, el niño cuyo maestro pensó que era demasiado torpe para aprender? Fue su madre quien descubrió y cultivó aquel genio. San Óscar Arnulfo Romero es admirado por la mayoría de los salvadoreños y considerado como el salvadoreño más universal; posiblemente, El Salvador no tendría este santo si no fuera por el papel protagónico que desempeñaron sus padres durante su educación.
Por eso «la familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y usar bien la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad» (Catecismo de la Iglesia católica, 2207). No son ninguna institución religiosa ni el Gobierno los principales responsables de educar a los niños, sino los padres de familia. Esto «tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse».