En noviembre de 2019 se inició un proceso de transformación mundial. Con la aparición del COVID-19 y la pandemia, que nos obligó a mantener una cuarentena casi total, tuvimos que aprender a hacer las cosas más cotidianas de una manera diferente. El año 2020 fue un período de entrenamiento de cómo tenemos que aprender a vivir en una nueva realidad familiar, laboral, social.
Aprendimos a tener las clases del colegio o de la universidad auxiliándonos del internet para recibirlas. Nuestros hijos tuvieron que desarrollar habilidades nuevas para rendir académicamente sin tener que ir a las aulas. Los profesores tuvieron que desarrollar estrategias novedosas para enseñar sin la presencia física de sus alumnos. ¡Aún está por verse si ese proceso es realmente funcional o no!
Los médicos desarrollaron consultas de sus pacientes por medio de videollamadas o consultas en línea. De la misma forma, se realizaron conferencias, seminarios, talleres, conciertos musicales de todo tipo, presentaciones de obras de teatro, reuniones familiares y de amigos; todo desarrollado con una computadora (o teléfono inteligente) de por medio. Quien esto escribe impartió tres seminarios en línea, una experiencia que nunca antes había tenido y mucho menos imaginado.
De esa transformación no se escapa la actividad laboral productiva. Convertimos nuestro hogar en una extensión de nuestra oficina, pero hemos olvidado que nuestro hogar no es la oficina. Muchos que trabajan desde casa esperan que su ambiente laboral de casa sea como el vivido en las instalaciones de su empresa.
Sí, es verdad, el horario y ambiente de trabajo debemos respetarlo y los demás que estamos en esa vivienda debemos colaborar con el que está trabajando desde casa, evitando interrumpirle o distraerle.
Pero aquí debemos saber enfrentar y manejar un problema básico: alrededor de esta vivienda hay ruidos inherentes al ambiente geográfico, social y familiar. Por ejemplo, hay niños que corren y gritan como parte de su propia dinámica de juegos, hay niños que lloran, perros que ladran, motores de automóviles, vecinos que tienen otro tipo de mascotas como aves que son por sí mismo ruidosas, televisores encendidos, vecinos escuchando su propia música, etcétera. Y como la mayoría de nuestras viviendas tienen paredes compartidas de muy poco grosor, es normal y natural que los ruidos se filtren de una vivienda a otra. Parto del hecho de que los vecinos son respetuosos y no viven en un escándalo constante volviéndose molestos para su entorno.
Exigir que la dinámica de vida de los vecinos (y del vecindario) se adapte a las condiciones del trabajo de oficina en casa es absurdo y solo llevará a frustraciones, incomodidades y malos entendidos. Además de mostrar inmadurez en la persona que lo exige. En el proceso de trabajo en casa, para hacerlo de manera más saludable, se debe incorporar nuestra característica real del ambiente donde vivimos. O sea, es el individuo quien se adapta al ambiente y no el ambiente al individuo. Debemos entender que el trabajo en línea exige mayores capacidades de atención y concentración para sobreponernos al bombardeo de distractores que nos rodean. Por tanto, no es el ambiente, son nuestras capacidades las que debemos controlar.
El naturalista Charles Darwin afirmó que el organismo más inteligente es aquel que mejor se adapta a su ambiente, pues es el que tiene más probabilidades de sobrevivir.