El período histórico conocido como la comunidad primitiva, según algunos historiadores, educaba a sus miembros desde su toma de conciencia por medio de la comunidad y para la comunidad; todos de alguna, manera directa o indirecta, eran responsables del crecimiento y de la evolución del nuevo miembro, era una educación de la vida para la vida. Como es de esperarse, con el paso del tiempo y el desarrollo social, económico y político, se fue ampliando esta forma de enseñanza hasta constituirse en sistemas educativos, donde una currícula era de importancia para considerar educado a un individuo social.
Nadie puede negar el avance en el conocimiento que conllevó la estructuración de sistemas educativos, reformas educativas, entre otras, que permitieron el desarrollo ineludible de la ciencia en todas sus ramas y especialidades; dando a la humanidad un mejoramiento en su calidad de vida. El problema surge cuando el mundo y la historia llegan a un estadio en el cual ya no es permisible el estilo de educación que, por intereses eminentemente egoístas y económicos a escala empresarial, se desea mantener, aun a costa de la salud mental del formando y de toda la sociedad, en general.
El título de esta columna «Un crimen llamado educación», precisamente, tiene por objetivo denunciar lo que el sistema educativo actual está haciendo en los jóvenes del mundo, que a pesar de ser solo el 20 % de la población total, son el 100 % del futuro de nuestro planeta. El especialista en neuromarketing Jurguen Klaric ha sido por años enfático en establecer que la educación actual ya no ofrece lo que la realidad dictamina; de ahí que llame a nuestros sistemas educativos actuales el crimen de la educación.
Si la educación busca sacar lo mejor del educando, extraer toda su potencialidad, siguiendo la etimología del mismo término, entonces cabe la pregunta ¿qué se está extrayendo del joven? o solo se está depositando, no lo que la humanidad necesita (saber vivir, amar, dormir, confiar, etcétera), sino, lo que los sistemas políticos tienen interés de enseñar a las nuevas generaciones. ¿Cuántas asignaturas llevan en bachillerato y la universidad? ¿Por qué las nuevas generaciones graduadas no saben ni escribir, ni leer bien, ni exponer sus propias ideas con elocuencia a pesar de llevar casi dos décadas de educación formal?
Está claro que la humanidad va por un lado y la educación formal, por otro. Mientras no se apueste por un sistema educativo modernizado, pero no solo tecnologizado que es a lo que se refieren las reformas de modernización. Modernizar implica crear currículas que lleven implícitos conocimientos blandos, amor por la vida, pasión por la lectura, el silencio y la contemplación. Poder ser, aprender a ser, poder hacer, aprender a hacer, bajo la lupa del respeto a la individualidad y la creatividad propia del educando.
Desde la filosofía de la educación personalista creemos que la formación de un individuo implica: un punto de partida en cuanto la persona humana es imperfecta o menos perfecta; un punto de llegada en cuanto la persona es menos imperfecta o más perfecta; un método, en cuanto hay una intencionalidad dirigida al mejoramiento de la persona. Esta idea que no es propia obviamente, sino de toda una escuela de pensamiento antes mencionada y bien elucubrada —expuesta por el filósofo Ismael Quiles (sacerdote jesuita)—, denota desde ya la importancia y relevancia de tener claridad de dónde se parte y hacia dónde se quiere llegar con la formación.
Ahora bien, lo expuesto con anterioridad no es más que un presupuesto teórico enmarcado en la realidad insistencial del ser, el cual busca siempre perfeccionarse, pero no bajo el ideal plástico del prestigio social, sino del mejoramiento de la calidad de pensamiento, de las emociones y de la existencia como tal. Por supuesto, esto enmarcado en que la humanidad se dirige hacia una forma de ser y hacer menos complejizada y más práctica, es necesario, o más bien menesteroso, que el sistema educativo salvadoreño —los maestros y todos los agentes educativos involucrados— le apuesten para comprender cómo es la cosmovisión de esas personas que quieren orientar.
Albert Einstein dijo «si se juzga a un pez por trepar un árbol, siempre se creerá incapaz». Pues bien, seguir formando a jóvenes que tienen personalidades distintas, inteligencias distintas, anhelos distintos bajo una sola forma de metodología es un verdadero crimen. No se necesita ser neurólogo para saber que los cerebros tienen componentes distintos según el desarrollo social; pregúntenle a un padre de familia con dos o tres hijos. Los test de inteligencia, los criterios psicológicos de lo que se considera normal o anormal son una burla para la realidad humana y aún más para un sistema educativo que quiera formar en libertad y según la diversidad de capacidades de los jóvenes.
Así pues, un cambio en la estructura óntica del sistema educativo salvadoreño es fundamental, sobre todo, un cambio de mentalidad de los padres de familia o cuidadores, respecto a lo que sus hijos e hijas desean, pues ya no se puede esperar que un joven de pleno siglo XXI quiera formar parte de sistemas sociales, políticos, económicos que han visto fracasar y dejar un sinsentido en la vida de sus padres. Para evitarlo —ya que los datos planteados por la OMS indican que hay alrededor de 1,200 suicidios globales al año por motivos de depresión y decepción del sistema educativo—, se debe, sin lugar a dudas, tomar consciencia de que la esencia de la vida debe ser la base de la esencia de la educación, solo esto permitirá que ambas se dirijan en una sola vía, educación y vida, bajo el influjo de que la persona humana es lo más trascendente en la existencia política de una nación.
Vaya tarea que tiene el Ministerio de Educación Ciencia y Tecnología, que está empezando a crear las condiciones para esa revolución de la cultura y la educación, esperemos involucren a las universidades en esta visión, para que, en conjunto, la academia y los agentes educativos, podamos sentar el nicho de un sistema educativo que respete la individualidad tanto del estudiante como del docente, y sobre todo se prepare al joven para el presente y el futuro y no para un pasado que ya no tiene, ónticamente hablando, sustancia ni accidentalidad.