El padre Ignacio Larrañaga, en sus encuentros en los talleres de vida y oración, solía decir: «Aquello que se repite, se desgasta, y lo que se desgasta, cansa». Pues bien, todo en la vida debe poseer un criterio de espontaneidad, aún en lo monótono; piense, por ejemplo, en su trabajo; ciertamente es un hábito lo que le piden hacer, una forma estructurada de acción, pero eso no implica que usted no pueda darle cada día un brillito espontáneo en hacer, decir o escribir algo nuevo, diverso, bueno.
Así es la vida espléndida, y con ello no digo perfecta, al contrario, la plenitud está en la contradicción, que permite avanzar y mejorar. Para que se vuelva plenitud la existencia de todo ser humano necesita observar y sentir cada día como único, con nuevos brillos, incluso lo que siempre mira o siente. Es así como el amor en el amar se mantiene en el tiempo de una pareja que llega a la vejez y juntos, siempre el mismo cuerpo, el mismo rostro, la misma voz, pero cada día un nuevo sentir en el amor, un nuevo desear en el amor.
De tal suerte que la vida no se nos pase mientras estemos ocupados viviéndola, supuestamente. Esto, dicho con antelación, no es una contradicción de error en la redacción, por el contrario, es una comprensión dialéctica de la vida; un «sine qua non» de la existencia bien intuida y habida, desarrollada con la belleza de la luz de la sabiduría. Tal como diría la madre Teresa de Calcuta: «Pasamos mucho tiempo ganándonos la vida, pero no el suficiente tiempo viviéndola».
Por tanto, aunque la vida sea siempre la misma vida en este espacio y tiempo llamado existencia corporal, debe estar en movimiento para que pueda tener un brillo de color distinto cada jornada. Si la vida no está en constante movimiento, entonces se estanca y lo que se estanca apesta como el agua de charco. Por ese mismo motivo, el cambio es siempre materia prima para un estilo de lapso consciente y de un porte digno y verdaderamente espiritual. Cambio es igual a vida plena, pero si el cambio es siempre claro y dispuesto con fe.
Por ende, que exulte en usted un profundo deseo de vivir cada día con nuevo fondo en la misma superficie. Esa sería la definición más exacta de la temática hoy tratada, su savia en la superficie puede ser la misma (trabajo, pareja, actividades, amistades), pero en el fondo siempre un brillo nuevo, dándole mayor sentido y razón suficiente (principio lógico) a cada sorbo de la coexistencia, volviéndola un tejido blando y nuevo cada plazo.
Sin más que decir, es tiempo de que se comprenda que, aunque la vida es un constante hábito, puede tener variedad de circunstancias, interpretaciones y sentidos. Propósitos, sí, propósitos, esa es la clave para un hábito no monótono, sino siempre con nuevas luces cada día. El escritor Alvin Toffler al respecto dijo: «El cambio no solo es necesario en la vida, es la vida misma». Vivir es cambiar, cambiar es vivir y redescubrir cada día la vida misma.
¿Se anima a moverse ahí mismo donde está? No necesita dejar atrás, solo redescubrir su mismo espacio. Entonces un pequeño detalle cada día volverá nuevo el esplendor de su hábito cotidiano. No se trata de renunciar a lo que hace ni con quién está, sino de cambiarse a sí mismo cada instante, para que tenga nuevo sentido el curso natural.
Un pequeño detalle engrandece la vida.