Las reformas del delito de conducción peligrosa y de la ley de tránsito en la primera quincena de enero de 2025 ya están generando resultados altamente favorables que están evitando accidentes de tránsito y, por ende, posibles heridos, lesionados y fallecidos. Pero las semanas transcurren y existe mucha desinformación en relación con los efectos del alcohol etílico en cualquiera de sus presentaciones.
La idea de tomarse una copa y luego conducir es, desafortunadamente, más común de lo que quisiéramos. La imagen del «trago social» ha permeado nuestra sociedad y el imaginario colectivo, y tratan de minimizar los riesgos que implica combinar alcohol y volante. Pero la realidad es cruda, categórica y contundente: el alcohol al volante es una combinación letal. E incrementa nueve veces como mínimo la posibilidad, el riesgo, de accidentes de tránsito.
Cuando consumimos alcohol, desde el primer trago, nuestro cerebro, ese órgano tan complejo, extraordinario y maravilloso, se ve afectado de manera significativa. Las neuronas, encargadas de transmitir información, se ven inhibidas, lo que repercute directamente en nuestras capacidades cognitivas y motoras. La coordinación, los reflejos, la percepción de la distancia y la velocidad se ven seriamente comprometidos. En resumen, desde el primer trago nuestras capacidades se ven afectadas y se corren riesgos; el metabolismo de cada persona es diferente, sumado a otros factores.
Es como intentar conducir un carro con los ojos vendados y una mano atada a la espalda. El riesgo de sufrir un accidente se multiplica exponencialmente. Y las consecuencias pueden ser devastadoras: muertes, lesiones graves, daños materiales… un impacto que va más allá del individuo, afectando a familias enteras y a toda la sociedad. El costo que tiene atender lesionados y heridos por accidentes de tránsito y en unidad de cuidados intensivos para el sistema de salud en nuestro país es alto.
Pero ¿por qué a pesar de las reformas seguimos viendo a personas conducir bajo los efectos del alcohol? La respuesta es compleja y multifactorial. Puedo mencionar un factor cultural, con implicaciones antropológicas en nuestra sociedad, el desconocimiento de la ley de tránsito y su reglamento, la presión social, la falta de educación vial, la creencia errónea de que «una copita no hace daño», «que una no es ninguna», y sin faltar «el dos que tres», así como que estamos acostumbrados a que la ley de tránsito ha sido letra muerta. Tenemos una adecuada legislación pero que no se cumplía y que ha hecho pensar que si tomo puedo manejar, que era un derecho, y, por ende, intocable, son algunos de los factores que influyen en esta problemática.
Es hora de cambiar esta realidad. Necesitamos una campaña de concienciación masiva que nos recuerde los peligros del alcohol al volante desde el primer trago, desde la primera cerveza o cualquier bebida alcohólica. El Gobierno ya presentó las reformas y está generando proyectos para un transporte público eficiente y moderno que sea opción, y el refuerzo de los equipos del VMT.
La Asamblea Legislativa aprobó las reformas, las empresas deben fomentar políticas de conducción responsable, los negocios donde se vende alcohol deben actuar con responsabilidad social empresarial y no continuar la venta a clientes en evidente estado de ebriedad; y cada uno de nosotros debemos asumir nuestra responsabilidad y tomar decisiones inteligentes. El alcohol etílico en cualquier presentación es una droga, es veneno, se transforma en acetaldehído, que también se encuentra en el tabaco, y es carcinógeno para los seres humanos.
Recuerde, por favor, un segundo de distracción, un reflejo más lento, una decisión equivocada… las consecuencias pueden ser irreversibles. No permitamos que el alcohol se convierta en una amenaza para nuestras vidas y las de los demás.
¡Elegir no beber y conducir es elegir la vida!