La clínica de la Fundación Sudafricana para la Conservación de las Aves Costeras (SANCCOB) se encuentra en el puerto de Gqeberha (el antiguo Puerto Elizabeth).
El pequeño animal negro y blanco, de movimientos torpes en tierra pero feroz cazador de sardinas en el agua, ocupa un lugar especial en los archivos zoológicos de los especialistas en naturaleza.
La salud del pingüino africano, endémico de Sudáfrica y Namibia, se considera un indicador del estado del ecosistema marino.
Y la conclusión es alarmante ya que en los últimos treinta años, la población de estas aves del tamaño de un peluche se ha hundido, pasando de 50.000 a 10.000 parejas reproductoras.
«El declive de la especie demuestra que hay un grave problema del medioambiente marino, que afecta no solo a las otras especies marinas, sino también a los humanos», explica a la AFP Carl Havemann, de 37 años, responsable de la clínica, al comienzo de una intensa jornada.
En dos semanas, unas cuarenta crías llegaron desde la isla Bird, una reserva natural a unos 60 km de la costa sudafricana que constituye una de las principales colonias de pingüinos africanos.
Otra, muy popular entre los turistas, se encuentra cerca de Ciudad del Cabo, a unos 750 km de allí.
Crías ahogadas
En el pasado, los pingüinos cavaban sólidamente sus nidos en el guano, una espesa capa de excrementos acumulada a lo largo del tiempo en las islas costeras.
Pero esta materia orgánica ha sido saqueada para usarla como abono natural y los pingüinos deben arreglárselas con ramas o con las fisuras de las rocas.
En las últimas semanas, fuertes lluvias anegaron los nidos, provocando una matanza entre las crías que, hasta los tres meses, solo están cubiertas de una pelusa gris que no los protege ni del agua ni del frío.
Algunas murieron ahogadas en el interior de los nidos o cuando estos fueron arrastrados por el agua, y otras por hipotermia.
«Los acontecimientos meteorológicos son cada vez más extremos con el cambio climático y tienen evidentemente un impacto en las colonias», lamenta Havemann.
En la unidad de cuidados intensivos, los trabajadores de la clínica se esmeran en tratar a los supervivientes: desinfección de heridas, baños de pies, medicamentos…
Las pequeñas aves se arriman las unas con las otras, con las espaldas encogidas como si todavía sintieran el frío por dentro.
Los que están más en forma empiezan a nadar en una piscina. Pero a los casos desesperados se les aplica la eutanasia.
Un centenar de ejemplares, pequeños y adultos, reciben tratamiento en la clínica de la Fundación para la Salvaguardia de Aves Costeras (SANCCOB).
Las interacciones con los humanos se limitan a lo estrictamente necesario porque el objetivo es que vuelvan al estado salvaje.
Los animales son hidratados por una sonda colocada en su garganta. «Si no nadan, no beben», explica Caitlin van der Merwe, una veterinaria de 25 años con indumentaria de pescador.
Delicadamente susurra palabras tranquilizadoras a uno de los pingüinos que tiene encajado entre sus muslos y que agita furiosamente sus alas. Enfermo de borreliosis, una enfermedad infecciosa causada por bacterias, necesita recibir antibiótico.
Las enfermedades, la sobrepesca y la contaminación por hidrocarburos constituyen las otras grandes amenazas de esta especie.
En la bahía de Gqeberha, que alberga un importante puerto, enormes buques de mercancías se abastecen de carburante en el mar.
En los últimos años se produjeron varios vertidos de hidrocarburos durante estas operaciones de abastecimiento en el mar que dejaron a decenas de pingüinos cubiertos de petróleo.
Según el Ministerio de Medioambiente, el pingüino africano está en riesgo de desaparecer del planeta en la próxima década.
«El océano es tan complejo que si unas piezas desaparecen por aquí y por allá, es el sistema entero el que va a desaparecer», advierte Caitlin van der Merwe.