Por ahora, por el lado de la oposición hay tres contendientes para enfrentar al presidente Nayib Bukele en las elecciones del próximo año: ARENA, en un aparente juego de apertura, adoptó la fórmula presentada por el movimiento Resistencia Ciudadana, formada por Joel Sánchez e Hilda Bonilla (se trata nada más de una pose, porque Sánchez tiene un historial de apoyo previo a Tony Saca, el expresidente del partido tricolor que compitió por Unidad); en el FMLN impusieron al exalcalde de Quezaltepeque Manuel «Chino» Flores, y en Nuestro Tiempo se inscribieron el arenero Luis Parada y Celia Medrano (exfuncionaria durante los gobiernos del FMLN y activista de izquierda).
En Nuestro Tiempo (un partido que surgió de una fractura en ARENA motivada por una agenda más liberal, pero siempre con una importante ancha en la derecha) aspiran que otros partidos políticos se les unan en una coalición para crear una candidatura única en contra del presidente Bukele.
Sin embargo, adoptaron la fórmula que denominan «de equilibrio» (por aquello de que un integrante es arenero y la otra, efemelenista), que surgió de la falta de acuerdos del movimiento Sumar y Resistencia Ciudadana. Ambos grupos querían el monopolio para designar a los candidatos, por lo que no pudieron llegar a un punto de consenso y uno terminó en ARENA y otro en su clon descafeinado.
Dentro del FMLN hay unos (entre los pocos que continúan en este cascarón de partido) que consideran que deben sacrificar a su candidato en aras de una apuesta única en la oposición, una postura que tiene en el Chino Flores a su principal detractor, confiado en que tiene todo lo necesario para derrotar al presidente Bukele, lo que no deja de provocar un arqueo de cejas e incluso burlas dentro del mismo espectro de la izquierda.
En realidad, lo que sucede es que la oposición no tiene más en común que su interés en llegar al poder para revertir todos los logros obtenidos por el Gobierno del presidente Bukele. Quieren regresar al saqueo del Estado que ejecutaron durante décadas y recuperar sus privilegios. Más allá de este deseo de poder no hay ninguna otra coincidencia entre estos viejos partidos políticos, sus fundaciones, ONG y órganos de propaganda.
No tienen una verdadera plataforma que aglutine a los ciudadanos, porque tuvieron décadas para consolidarla y nunca lo hicieron.
En lugar de eso, se encuentran con un gobernante que encarnó la aspiración de cambios de todo un pueblo, el mismo que ahora se dispone a darle un segundo mandato para que continúe llevando a El Salvador por el camino del progreso, la prosperidad y la seguridad.