En solo cuatro años de la presidencia de Nayib Bukele, El Salvador dejó de ser un país reconocido mundialmente por los crímenes cometidos por las pandillas, una nación de la que sus ciudadanos huían por la falta de oportunidades y en la que barrios enteros se convertían en zonas desoladas para no arriesgarse a perder la vida.
En cuatro años, El Salvador dejó de ser el botín de políticos corruptos que saquearon millones de dólares de las arcas del Estado, dejando sin recursos a hospitales, escuelas y sin carreteras adecuadas para el desarrollo de la economía nacional.
Estamos por cumplir los primeros cuatro años de la presidencia de Bukele y el país se ha transformado enormemente. Ayer, por ejemplo, comenzó el ISA World Surfing Games El Salvador 2023, el torneo internacional clasificatorio para los Juegos Olímpicos París 2024. Por segunda vez, el país es sede de un evento deportivo que definirá a los participantes en la principal competencia mundial.
Hace cuatro años, sin embargo, la inseguridad en las calles hacía imposible pensar que el país podía convertirse en un destino turístico de talla internacional, atrayendo eventos deportivos de gran magnitud. Tampoco existía la visión de convertir al surf en una plataforma de desarrollo económico y social, como ahora lo es desde el Gobierno del presidente Bukele. Con Surf City como plataforma, comunidades costeras han encontrado un inmenso impulso y logrado que otros municipios también se beneficien con los productos y servicios requeridos para atender a turistas y deportistas que llegan a disfrutar de las mejores olas del continente.
Los grandes niveles de seguridad logrados con el presidente Bukele han entrado a los anales de la historia porque no tienen precedentes a escala nacional o internacional. De ser la capital del asesinato —con más homicidios que países sumidos en la guerra civil o dentro de un conflicto regional—, ahora El Salvador presume ser uno de los lugares más seguros en el mundo, con más de un año sin homicidios desde que comenzó la administración del presidente Bukele.
Y no se trata de bajar la guardia, porque la transformación del país es una tarea ardua y compleja. Durante décadas —auspiciadas por ARENA, FMLN y sus aliados políticos, financieros y sociales—, las pandillas crecieron y se fortalecieron tanto que adquirieron poder político a través de sus acuerdos, pero también lograron una organización que podía adaptarse a cada coyuntura. Toca ahora, con el régimen de excepción y el Plan Control Territorial, desarticular a estos grupos y convertir a El Salvador en un país libre de maras. Esa es la verdadera transformación en marcha.