El mundo entero jamás olvidará el año 2020. Este año pasará a los registros de la historia como el año en que la humanidad completa puso en pausa su vida entera.
Cuando el Presidente Nayib Bukele anunció en conferencia de prensa la aparición del primer caso de COVID 19 en territorio salvadoreño, sabíamos que nos enfrentaríamos a un enemigo poderoso. Pero como el resto del mundo, no imaginamos la dureza de los días por venir.
Lo que era un virus haciendo estragos al otro lado del mundo, en pocas semanas comenzó a transformarse en una tragedia propia. Hermanos, vecinos, padres y amigos pronto fueron pacientes positivos. Para todos los salvadoreños la pandemia comenzó a tener rostro propio. Y a dolernos de manera particular.
Vimos naciones poderosas caer ante la fuerza del virus. Sistemas de salud más fuertes que el nuestro colapsar sin poder hacer nada. Sí, hubo momentos de miedo, de incertidumbre. Pero nunca nos rendimos. Pronto hubo salvadoreños valientes que comenzaron a iluminar esa oscuridad con el brillo de la esperanza y la fuerza de la solidaridad.
Miles de vidas se salvaron gracias a los ángeles de primera línea. En los hospitales, aún sin conocer bien como actuaba el COVID 19, los ángeles de blanco trabajaron sin descanso, con la mascarilla puesta por más de veinte horas, o teniendo incluso que dormir con ella. Jamás se dieron por vencidos.
En la calle, nuestros ángeles de azul y camuflaje, velaban por la seguridad de todos los ciudadanos, volaban hasta el último rincón del país llevando alimentos, medicinas, protección contra las tormentas que también nos tocó enfrentar.
En casa, cada familia hizo su parte con gran responsabilidad. Cuidando a los abuelos y a los niños, desinfectando todo lo que entraba por la puerta. En los hogares salvadoreños la idea de cuidarse para cuidar a los demás se convirtió en un verdadero escudo.
La emergencia no ha pasado, pero nos seguimos esforzando por vencer la pandemia un día a la vez. No todos lo lograron. Hay hogares que hoy extrañan a un ser querido. Y nos unimos a su dolor.
Los salvadoreños hemos abrazado la bandera de la vida y nadie nos arrebatará esa insignia. En medio de la tragedia, la lección más importante que hemos aprendido es la necesidad de trabajar unidos para alcanzar cualquier meta.
¿Porqué, a pesar de la aflictiva situación de la pandemia, nunca nos rendimos? Porque nos teníamos los unos a los otros. Cuando alguien flaqueaba – y no faltaron razones y momentos para hacerlo- había una mano amiga. Jamás nos sentimos solos. Ese es el principio de toda victoria y el corazón de toda buena historia.
Estamos a pocas horas de terminar el 2020 y sé que continuaremos trabajando juntos para salir adelante. Hemos entendido que el futuro no vendrá solo. Que los cambios no son cuestión de suerte, sino de acción. De trabajar por alcanzarlos.
El Salvador ha entendido la lección más importante de su historia: Solo unidos hay mañana.
El 2021 lo iniciaremos con esperanza. Será, en muchos sentidos, un año de reconstrucción. Pronto la vacuna contra el C19 estará en el país y comenzaremos la jornada de vacunación más importante de los últimos cien años. Los vientos de cambio nos impulsan porque estamos en el rumbo correcto.
Gracias a todos por su ayuda. A los que hicieron el máximo sacrificio para que el país saliera adelante les debemos el comienzo de una nueva historia.
De un nuevo inicio con N mayúscula.