«La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra». Paul Valery
La guerra es más vieja que la humanidad y la primera se inició en el Cielo cuando el más bello de los ángeles, Luzbel, dominado por la ambición del poder se sublevó contra Dios. Pero ¿qué es la guerra? Guerra es un vocablo que se deriva del alto alemán «werra» y significa pelea o discordia, y en la historia humana ha sido siempre provocado por intereses económicos o de dominio territorial. Ya desde el antiguo testamento encontramos a un Jahve guerrero y poderoso e implacable, y Jesús dice: «No he traído la paz, sino la guerra», refiriéndose a que su evangelio de paz, justicia y amor provocaría antagonismos, y él mismo fue víctima del poder militar y religioso de su tiempo.
Existen muchos tipos de guerras, pero todas son producto de la ambición por el poder y jamás liberan, sino que someten, ni pacifican pues engendran violencia, odio y discriminación, dejando tras de sí destrucción y muerte.
La humanidad no está en guerra. Son los hombres obligados o engañados por el poder los que se enfrentan y mueren en una guerra que siempre es fratricida, ya sean rusos o ucranianos, porque todos somos hermanos y esta neurosis disfrazada de patriotismo es apoyada por el poder militar y eclesial, y aumentada por la propaganda mediática del poder que etiqueta a los hombres de buenos y malos, comunistas y demócratas, herejes y cristianos; primero, segundo o tercer mundista, desarrollados y subdesarrollados, subversivos terroristas y pacíficos, diablos y santos, etcétera.
La guerra es también consecuencia de un sistema social explotador e injusto que obliga a la inmigración, que no es más que el éxodo del hambre y la injusticia en búsqueda de las migajas que el poder nomina solidaridad, sueños y oportunidades. El poder voraz insaciable y democrático promueve el hábito que hace que los que menos bienes poseen, como dice Terencio, «tengan que acrecentar los bienes de los más ricos».
De «Homo sapiens» hemos pasado a «Homos demens», simples peones de un ajedrez que ignoramos, donde los hombres, con su indiferencia conformista, no encuentran ni rey ni reina a quien poner jaque para ganar el juego.
Hoy convertidos también en mercancía, hemos hecho de la guerra un acto heroico y show mediático y medio práctico y lucrativo de solución a nuestras diferencias, nos hemos cansado de dormir, de amar, de cantar y de bailar, pero no de hacer la guerra como decía Homero. La realidad es que el consumismo, el egoísmo y el individualismo nos han convertido en una vida de abejas y de hormigas blancas, obrando por el bien común decidido por instancias superiores.
La historia humana es la historia de la guerra, que como dijo Seneca y sus seguidores: «Vivere militare est», vivir es hacer la guerra, donde los violentos alcanzan la gloria y los pacíficos la muerte.
Alinearse al poder de los señores de la guerra es un crimen del que no debemos participar aunque el poder se vista de amigo, porque, aunque la Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran nuestros amigos, posiblemente porque son los mismos, como dice Vittorio de Sica, nada ni nadie, por traspatio pulgarcito que nos crean, puede obligarnos a ser aliados de una puta guerra ajena; porque dichosos son los hombres que luchan por la paz y entonan con orgullo la oda a la alegría a la que un genial sordo le escribió la música.