El vaso de la lucha contra el cambio climático, ¿está medio lleno o medio vacío? Según expertos, factores políticos, financieros y sociales de la coyuntura actual invitan al optimismo.
Por un lado, el mundo está lejos de alcanzar el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a menos de 2 ºC respecto a la era preindustrial.
Por otro, a las promesas de los grandes países contaminantes de lograr la neutralidad carbono, se suman los compromisos cada vez más numerosos del sector económico.
La pandemia además contribuyó a tomar conciencia de la fragilidad del sistema actual.
«¿Vamos por el buen camino? La respuesta es sí», estima Gernot Wagner, economista climático de la Universidad de Nueva York. Para empezar, en Estados Unidos, «todo está pasando al mismo tiempo» en sectores clave, desde la política con el nuevo presidente Joe Biden, hasta las finanzas, pasando por la tecnología y el automóvil.
Una conjunción favorable que los investigadores denominan «punto de inflexión sociológica», umbral a partir del cual un movimiento pasa a ser irreversible.
En el caso del automóvil, por ejemplo, ese momento «tendrá lugar cuando los precios de los autos eléctricos sean los mismos que los de los térmicos», explica Tim Lenton, profesor de Ciencias de la Tierra en la Universidad británica de Exeter y coautor de un reciente estudio al respecto.
Su informe destaca el ejemplo de Noruega, primera país del mundo en superar el año pasado el 50% de autos eléctricos del total de ventas.
Irónicamente las ayudas fiscales que incentivaron ese cambio se apoyan en una riqueza basada en los hidrocarburos, pero, en general, el movimiento mundial hacia los modelos eléctricos es claro.
Reino Unido por su parte adelantó a 2030 la prohibición de ventas de vehículos térmicos y a 2035 las de los híbridos. El mismo año en el que el gigante estadounidense General Motors prevé dejar de construir modelos contaminantes.
«Impensable como poseer esclavos»
También soplan vientos de cambio en el sector financiero, azuzado por los grupos de presión que militan por que los inversores den la espalda a las empresas contaminantes.
El movimiento, minoritario en un principio, ha acabado teniendo su peso, según Ilona Otto, del Centro de Estudios de Cambio Climático de la Universidad austriaca de Graz: «Según las simulaciones, con una retirada del 9% de los inversores, los demás siguen por temor a quedarse atrás y perder dinero».
La investigadora traza un paralelismo con la lucha contra la esclavitud en los siglos XVIII y XIX, cuando los activistas ideológicos se enfrentaron a un sistema económico muy arraigado: «Llegará un momento en que será tan impensable utilizar energías fósiles como poseer esclavos».
Este aspecto ideológico es cada vez más visible y está encarnado especialmente por un movimiento juvenil mundial liderado por la militante sueca Greta Thunberg.
«La preocupación sobre la emergencia climática es más palpable ahora», destaca Stephen Fisher, profesor de Sociología Política de la Universidad de Oxford, al frente de una investigación para la ONU en la que se sondearon a 1,2 millones de personas en 50 países.
Más del 60% de los encuestados se mostraban preocupados por el calentamiento, de los cuales «la gran mayoría quería acciones urgentes y de envergadura».
La realidad de las cifras
Esta conjunción socioeconómica puede catalizar las acciones de los gobiernos.
En China por ejemplo, el poder consideraba hace poco que la neutralidad carbono era un hándicap económico, según Pan Jiahua, de la Universidad Tecnológica de Pekín. Pero «hoy el consenso es que se trata de una oportunidad para crear empleos, crecimiento y transformar la sociedad» y, por tanto, el presidente Xi Jinping fijó este objetivo para 2060.
Todos estos factores chocan no obstante con la realidad de las cifras. Del total del consumo energético mundial, las energías fósiles todavía representan el 85% y se benefician de subvenciones de unos 500.000 millones de dólares anuales, según la OCDE.
Pero se avecina «un pico estructural en las emisiones» de gases de efecto invernadero, según Kingsmill Bond, de la ONG Carbon Tracker. Y es que incluso antes del «respiro» que supuso la pandemia del covid-19 en cuanto a demanda energética, «las renovables habían alcanzado prácticamente el punto de inflexión», según este analista.
Para luchar contra la crisis climática, la esperanza es que cada sector alcance ese momento crítico y que todos los efectos se sumen.
«Hace falta una sinergia para que el cambio profundo tenga lugar», previene Jonathan Donges, del Potsdam Institute for Climate Impact Research, de Alemania.
Pero el cambio debe producirse antes de que sea demasiado tarde para evitar alcanzar los «puntos de no retorno» que amenazarían el futuro del planeta, como un aumento de la temperatura suficiente para provocar el deshielo de los casquetes glaciares y elevar más de diez metros el nivel del mar, o la desaparición de la capa del permafrost, que liberaría toneladas de CO2 en la atmósfera.
Para Tim Lenton, la conclusión es clara: «Si queremos evitar los puntos de no retorno, debemos activar los puntos de inflexión positivos».