La izquierda en El Salvador nunca tuvo sentido, nadie supo a ciencia cierta qué fue en realidad. Llegó al poder por el hartazgo del pueblo de los gobiernos derechistas negreros y corruptos, incapaces de administrar recursos para beneficio de las familias trabajadoras y luchadoras.
En lugar de ejecutar las acciones y los proyectos que tanto gritaban en sus consignas guerrilleras, terminaron actuando como los areneros y sirviendo al poder fáctico. Rápidamente aprendieron a vivir una vida de ricos con el dinero de los salvadoreños y en contubernio con la derecha.
Ahora estamos viendo cómo siguen peleando por dirigir un cadáver. Aún no entienden que el voto del pueblo los dejó sin aliento en junio de 2019 y que les dio sepultura legislativa en mayo de 2024.
No tuvieron la mínima inteligencia para leer lo que el pueblo estaba expresando en encuestas y en los procesos electorales ni para entender el significado de renovación. Tanto peleó Ortiz por dirigir al FMLN que al final que lo logró fue el artífice del sepelio.
A ARENA le pasó factura sus cuatro gobiernos de alta corrupción, de robarse hasta el rebalse de las bondades económicas de un sistema que solo sirvió para engordar las billeteras de sus familias. Un sistema fallido para el pueblo que, al final, también le asestó herida mortal.
Sus intentos de renovación son tardíos. Quienes los apadrinaban ya no están detrás de sus líneas porque saben que ya no mueven pasiones políticas ni pueden recuperar la confianza de la gente que un día abrazó su marca con la esperanza de ver concretadas las promesas de una nación segura, libre y próspera.
Ambos partidos políticos perdieron tiempo en oponerse, desde las trincheras legislativas, a las acciones exitosas del presidente Nayib Bukele. De nada sirvió su alianza de oposición conformada por un conjunto de personajes copistas, ONG, religiosos y estafadores de la política.
Fueron padres de la patria irresponsables y todavía se atreven a criticar las acciones de los diputados de Nuevas Ideas, del PDC y del PCN, que aprueban todos los proyectos que benefician a la población.
«Rezaron» para que al Gobierno le fuera mal, lucharon para ver de rodillas al país ante la pandemia, ante las crisis económicas internacionales y, ahora, ante las inclemencias del tiempo.
Sin embargo, se toparon con un presidente valiente, visionario, que sabe tomar las decisiones correctas y a tiempo, que mueve a sus funcionarios de forma adecuada en cada situación.
No hay proyecto alguno que del Ejecutivo llegue al Legislativo que no sea de beneficio para la nación.
Ahora somos testigos de un Gobierno altamente coordinado, en acciones anticipadas y de mitigación ante las constantes lluvias de este fin de semana. Los salvadoreños gozan de un Gobierno de territorio, que está para ayudarles en todo momento. Y ahí radica la fortaleza de una administración puesta y respaldada por el pueblo.
Este temporal ha puesto a prueba nuevamente la capacidad de las instituciones gubernamentales, que continúan dando todo para salvaguardar la vida de los salvadoreños, aun exponiendo sus propias vidas.
Mientras, los políticos rastreros siguen rezando para que nos vaya mal y, así, tener otra oportunidad de asaltar el poder. Pero el «rezo» de los malvados no pasa del techo.