Hace 32 años, el FMLN guerrillero concentró sus fuerzas, las de sus cinco ejércitos, y las lanzó contra las fuerzas militares del Gobierno arenero de ese entonces. Esta fue la ofensiva político-militar más importante de toda nuestra historia.
En primer lugar, mostró el éxito del acuerdo político alcanzado entre cinco organizaciones que estando ideológicamente confrontadas (el Partido Comunista Salvadoreño, el Ejército Revolucionario del Pueblo, las Fuerzas Populares de Liberación, la Resistencia Nacional y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos) fueron, sin embargo, capaces de consolidar el acuerdo político de luchar contra la dictadura militar de derecha.
A esto se le llama alianza política. En segundo lugar, la ofensiva del 89 demostró la derrota de la política estadounidense en nuestro país, porque los largos años de guerra (20 años) fueron de asistencia militar financiera, ideológica y diplomática para el gobierno oligárquico de turno. Sin embargo, todo el torrente de dólares, armas, equipo militar y respaldo político diplomático no impidió ni que la guerrilla creciera y se desarrollara, ni que fuera capaz de desatar una ofensiva que abarcó todo el territorio nacional. Esta ofensiva demostró nuestra capacidad operativa y el apoyo del pueblo a la guerrilla.
Grandes cantidades de tropa pudieron moverse en diferentes horas y lugares a la vista de la población sin que el ejército enemigo fuera informado, y casi invariablemente contamos con agua, frijoles, tortillas e información popular, que garantizó nuestros movimientos. La ofensiva fue una escuela para asegurar los movimientos de grandes unidades en zonas urbanas.
Esto requirió de entrenamientos previos para la lucha urbana. El ejército gubernamental resultó sorprendido y desbordado por nuestro esfuerzo. Si bien es cierto que no se definió una victoria militar guerrillera, esta ofensiva demostró que una solución militar a la guerra solo era posible en plazos largos y no cortos. Este resultó ser un punto clave para que Estados Unidos se inclinara hacia la salida negociada. Hay que recordar que, justamente en esos momentos, se derrumbó la Unión Soviética y Estados Unidos invadió Panamá, mató a muchos panameños y capturó al general Noriega.
Por esto, la Casa Blanca se sintió, equivocadamente, dueña del mundo, y entendiendo que necesitaba tiempo y condiciones para administrar y usufructuar el mundo que le había caído en «sus manos», entendió que intervenir directamente en la guerra salvadoreña era un gran contratiempo que había que evitar, por lo que terminó esta guerra de manera negociada. Por eso les impuso a la oligarquía, al ejército y a los poderes fácticos de nuestro país la negociación.
Así fue como esta prolongada y sangrienta guerra terminó en el acuerdo político-militar que fue llamado, de manera discrecional, Acuerdos de Paz. La ofensiva de 1989 culminó la sexta guerra de nuestra historia, la más completa, compleja y desarrollada de todas las guerras, que empiezan cuando en 1524 los malditos invasores castellanos cruzaron el río Paz y chocaron con la resistencia de los cuscatlecos.
Ignoramos las condiciones en las que se darán las próximas guerras, pero es conveniente saber que la guerra es la actividad a la que con mayor frecuencia se dedica el ser humano. La paz resulta ser una especie de intermedio entre una y otra guerra, entre la guerra pasada y la venidera.
A 32 años de distancia, hemos de coincidir en que la guerra de 20 años, además de demostrar lo que es posible cuando el pueblo decide caminar, permitió construir un nuevo escenario político en el cual la oligarquía dominante logró conservar intacto su dominio, aun cuando esta guerra fue la mayor confrontación y amenaza conocida en 200 años de historia. Estoy afirmando que fue la oligarquía la que finalmente ganó la guerra y fue el ejército gubernamental el que no la ganó. La guerrilla del FMLN fue la que no la perdió.
En otras palabras, cuando el ejército no gana la guerra, terminó perdiéndola; y cuando la guerrilla no la pierde, terminamos ganándola. Pero, los oligarcas, al continuar siendo los titiriteros, conservaron su poder, lo refinaron y lo consolidaron. La solución fue sencilla y hasta simple: junto con los gringos, la oligarquía hizo a la antigua guerrilla una clase gobernante, la mancornaron con ARENA, que era el partido oligárquico y, así, montaron sucesivos gobiernos neoliberales, pero manejando ante el pueblo la idea perversa de que en el país gobernaban las izquierdas junto con las derechas.
Este fenómeno se explica, en parte, porque la guerrilla del FMLN fue siempre preponderantemente anticomunista y cuyo motor político estuvo determinado por dos piezas político-ideológicas fundamentales: una, la exclusión política, según la cual los militares durante la dictadura capturaron todos los cargos públicos imaginables y siendo la base clasista de la guerrilla una pequeña burguesía intelectual, ese control militar chocó con los intereses políticos de esta pequeña burguesía.
Y esto generó la necesidad de enfrentar a esta dictadura militar de derecha, que había sido montada en el país desde 1932, en el único terreno posible: la guerra popular, que constituyó la segunda pieza, íntimamente relacionada con la primera. Las fuerzas que conformaron la guerrilla tenían en su cabeza política, de manera fundamental, el horizonte de la lucha contra esa dictadura militar y no otro tipo de lucha más profunda o extensa, como el enfrentamiento contra el capitalismo, o contra el mismo poder oligárquico, o contra el neoliberalismo.
Por eso, algunos jefes guerrilleros terminaron siendo gobernantes y cumpliendo programas neoliberales, según los planes y modelos estadounidenses. Este escenario político se transformó en una impresionante escuela para el pueblo y transcurrieron más de 30 largos y penosos años neoliberales para que se produjera una nueva rebelión de grandes dimensiones, pero esta vez electoral.
De esta manera, en las urnas, con el repudio del pueblo que siempre votó por ellos, terminó aquel modelo político neoliberal que surgió de los Acuerdos de Paz, que habían puesto fin a la guerra —la más gloriosa de nuestra historia—, pero no pusieron fin, al contrario, fortalecieron a todo el sistema de explotación y opresión inclemente que se mantiene de manera sangrienta contra el pueblo hasta nuestros días. Por eso, a 32 años de distancia, la lucha sigue.