Los sistemas políticos con ideologías de derecha e izquierda que se establecieron en varios países de Latinoamérica a lo largo de la historia han tenido una característica común: la de gobernar para sus intereses y el de unos pocos.
Ancladas en la ley del péndulo, ambas extremas simplemente han esperado su turno para continuar en lo mismo y sentirse dueñas de su país. En la mayoría de nuestras naciones, los ciudadanos hemos vivido entre gobiernos de transición y gobiernos de delincuentes.
Esto me hace recordar una frase de cierto personaje que dijo «el violín se agarra con la izquierda, pero se toca con la derecha». Cuánta razón encierra esa frase cuando observamos cómo los gobiernos de izquierda terminaron siendo una nueva forma de derecha, en la que aprendieron a vivir embelesados por el dinero y absorbidos por los poderes que mueven los hilos. Ambas ideologías simplemente recrearon un concepto de «democracia a su medida» sin la participación ciudadana y sin preocuparse de sus problemas.
En el caso de la derecha latinoamericana, puedo afirmar que ha fracasado porque su modelo, el neoliberal, no logró retomar el crecimiento económico, mientras que promovió el desempleo y la miseria. Y ha demostrado que cuando pierde la capacidad de control de los movimientos populares, siempre ha apelado a los golpes, falseando leyes y promoviendo interpretaciones a su antojo. En El Salvador, no es la excepción.
Los modelos neoliberales simplemente han despilfarrado el patrimonio público, han destruido los derechos históricos de los trabajadores y han promovido la mayor exclusión social que nuestros países han conocido, provocando violencia diseminada. Ya no tienen otra cosa que proponer más que ajustes fiscales y privatizaciones.
Por su lado, la izquierda pasa por su total fracaso de cumplir con ser la esperanza de inclusión para las mayorías en la región, de ser sus representantes y los luchadores de sus necesidades.
En el caso de El Salvador, los representantes de la izquierda, dueños de la cúpula del FMLN, se convirtieron en una falsa oposición, mientras en los salones de poder departían con sus «enemigos» de la derecha en fiestas organizadas por sus patrones.
Así, nuestro país fue víctima de ese péndulo mortífero por décadas. Hasta que el pueblo se hastió y puso un punto final a los gobiernos que lo sometieron a su voluntad y que, en vez de tomar las redes asesinas para desmantelarlas, las tomaron para poseerlas y lograr sus criminales propósitos.
Es por eso que personajes enquistados en los partidos de derecha e izquierda mantienen una lucha enconada contra el Gobierno del presidente Nayib Bukele, que ha devuelto el país a su pueblo, desbaratando el sistema corrupto y sometiendo a la justicia a los grupos criminales.
Sin duda, los salvadoreños no van a volver al pasado, a ser presos del péndulo de las ideologías. Pero una cosa es cierta: la oposición está poniendo toda la carne al asador. Enfurecida y descontrolada por la sed de asaltar el poder ha mostrado su disposición de hacer lo que sea para lograrlo sin importarle los deseos e intereses del pueblo y sobre quien tenga que pasar.
Es por eso la conformación de un solo bloque plagado de políticos corruptos, periodistas-activistas, religiosos mercaderes, ONG fachadas, extranjeros entrometidos en asuntos ajenos, entre otros. El bloque del arlequín es el bloque de tramposos, timadores, saqueadores, embaucadores y estafadores, y ya ha dado la cara.
Ese bloque se niega a aceptar la voluntad soberana del pueblo, la que le otorga la Constitución de la República; voluntad que con seguridad se manifestará en las próximas elecciones de 2024. Y ese es el verdadero miedo de esos partidos corruptos, de sus aliados y financistas. Tiemblan y sudan ante el futuro que presentan las encuestas. No hay acertijos por descifrar.
No queda duda de que lo que causa el terror al bloque arlequín es simplemente la decisión soberana del pueblo salvadoreño. Y el pueblo está con Nayib Bukele.