Víctor López tenía 15 años cuando descubrió por primera vez su interés por las monedas. Su mamá tenía una tienda y cada vez que llegaban monedas de 25 y 50 centavos de colón las observaba. Todas eran de plata en ese entonces, pero el año —es decir, su antigüedad— era la primera característica para conservarlas o no.
Aún no era coleccionista, pero pronto comenzó a acumular más monedas, al igual que billetes, al crecer su interés por especímenes raros, de lugares distantes, de fechas más antiguas.
¿De dónde le nació el interés por coleccionar monedas y billetes? Su historia, el valor, la rareza… Todas las respuestas son correctas para Víctor. Pero lo que realmente lo movió desde siempre fue su pasión por lo antiguo y lo que eso representa.
«Yo soy bien amigo de lo antiguo, guardo en mi corazón pasión por la antigüedad. Eso es porque yo he nacido en un cantón y soy bien amigo de las casas de adobe. Por eso es que yo guardo monedas y billetes».
De aquellos días de quinceañero en los que comenzó a guardar monedas de plata en la tienda de su mamá han pasado muchos años. Víctor ahora es un hombre de 56 años, con una familia, pero no cualquiera, sino una singular: una familia de coleccionistas.
Sin quererlo y como una herencia intangible, Víctor ha pasado el amor por los billetes y monedas a sus hijos, quienes ya son conocedores de cada pieza que posee su papá, de las anécdotas para conseguirlas y hasta de repasar al dedillo la lista de cada uno en los álbumes de colección.
Los López son cinco: Víctor, su esposa, Norma Rivera de López, y los tres hijos, Víctor José, Sofía y Alexánder. Sofía y Alexánder fueron parte de la conversación en la que conocimos a su familia. Los dos, a su modo, estuvieron atentos y mostraron conocimiento histórico incluso de los billetes.
El apoyo a su padre por esta pasión también es evidente. Sofía, entre risas, hace referencia a las pláticas por los billetes, pero también es la primera en dejar claro que, cuando papá no esté, van a seguir con la colección, sobre todo en resguardo.
Alexánder, por su parte, registra más las fechas y los contextos. Le gusta la historia. No es para menos: Víctor y su esposa son maestros de Ciencias Sociales.
El apoyo de ellos también ha significado ser pacientes mientras el padre intenta adquirir una nueva pieza, no solo por el valor —que se convierte en una inversión nada despreciable—, sino porque en ocasiones los billetes están en otros municipios.
«Una vez viajé a escondidas de mi familia hasta Acajutla. Un señor me dijo que tenía un billete de 100 colones. Yo lo quería porque solo tengo uno, y de casi todos tengo dos. Hice el viaje hasta allá y me engañó. Cuando llegué me dijo que ya no lo tenía», recuerda Víctor mientras los hijos ríen de la travesía encubierta.
¿Víctor, qué siente cuando tiene un billete nuevo? (Sofía no tarda en reaccionar y Alexánder ríe porque saben que es un gran evento para su papá, uno que ellos también celebran). «Es lo más lindo que siento. Por eso es que yo no vendo, solo compro, porque son oportunidades únicas. Hay alguien que está vendiendo y está en uno si quiere pagar o no lo que piden», contesta.
Por eso, cuando llega una nueva pieza a la colección, papá lleva una bandera de triunfo a casa y todos esperan saber cuál es, de qué año y, por supuesto, cuánto costó. Es una fiesta y una alegría que comparten.
LA COLECCIÓN
La adolescencia fue el génesis de la colección de Víctor; pero, en 1994, cuando viajó a Chile a estudiar, el tema ya fue serio y sin retroceso.
En ese viaje logró intercambiar varios billetes. De hecho, la mayoría de sus grandes hallazgos han sido por trueque. Por ejemplo, el billete de la isla de Madagascar lo obtuvo en Estados Unidos, cuando alguien le vio billetes de colones y le ofreció intercambiarlos.
La propuesta la hizo un hombre que tenía hijos salvadoreños pero nacidos en el Norte y, por lo tanto, no los conocía. Él sin pensarlo, los intercambió. Así llegó uno de los billetes más singulares a su colección.
En total tiene especímenes de 105 países del mundo y su colección podría ser superior a los 214 billetes y contando, porque la colección no se cierra hasta que se muera, «¡y seguirá!», dice Sofía.
Entre los billetes más extraños están los de la extinta Checoslovaquia, de Libia, Costa de Marfil, Islas Salomón, de Corea y China. Así como uno por el que ha pagado más: un billete de Alemania de 1926.
La pieza costó $125, pero en el mercado ya podría cotizarse por más, ya que su valor histórico aumenta el precio.
Víctor explica que así es el mercado de intercambio. El valor no siempre tiene que ver con lo que realmente vale la pieza, pero siempre estará en manos del coleccionista pagar lo que se pide, si el deseo por tener ese billete es grande.
Por ejemplo, en su colección los billetes de colones abundan. Uno de los que más le costó es de 200 colones, por este pagó $60. El billete es de 1997 y si alguien quisiera comprarlo por su rareza, piensa en que se debe aplicar un valúo de $10 por año, es decir $240.
En el caso de los colones posee de varias familias, diseños y años; también, monedas de colón, de las que más tiene en su colección.
Víctor desconoce cuánto puede costar su colección; no le presta mucha atención al valor monetario, porque su meta no es venderla. Pero reconoce que hay una gran inversión, sobre todo en tiempo y paciencia para ir recolectando billetes de latitudes lejanas que son los que más lo emocionan.
Sin embargo, como a todos, en algún momento los apuros económicos también lo han presionado y no ha escapado de la ocasión de vender algunos de sus billetes para solucionar una preocupación familiar.
Eso sí, trata de que no sean de los más antiguos y preciados, porque como todo buen coleccionista atesora sus piezas únicas.
También, con criterio de coleccionista siempre tiene acceso a ejemplares de algunos billetes que mantienen valor coleccionable, pero no son de los más apetecidos.
Para los López, la colección de billetes es algo que los une, una devoción del papá que los hijos siguen con cariño, interés y respeto.