Alain Delon, fallecido este domingo a los 88 años, fue el actor francés más carismático y famoso de la historia del cine, con un aura oscura de lobo solitario que lo persiguió hasta el final.
«Me gusta que me amen como yo me amo a mí». Para este hombre que hablaba de sí en tercera persona, todo lo que emprendía sólo podía hacerse desmesuradamente.
Un estilo que al final de su vida lo persiguió, entre querellas familiares, declaraciones contradictorias y polémicas sobre su carrera y las mujeres.
Príncipe apuesto o gánster indomable, Delon actuó para varios de los mejores realizadores del séptimo arte y su poder de atracción tal vez sólo haya sido igualado en la historia del cine por Rodolfo Valentino.
Otros vieron en él a una versión francesa de James Dean.
Fue el hombre ideal de muchas mujeres y el compañero durante un tiempo de bellezas como Romy Schneider, Claudia Cardinale, Simone Signoret o Mireille Darc.
«Fue en ellas, en la mirada de mi primera mujer, Nathalie, y en las de Romy (Schneider), Mireille (Darc) o la madre de mis hijos (Rosalie van Breemen), que hallé la motivación para ser lo que he sido, para hacer lo que debía hacer», decía Delon.
Actor minucioso frente a la cámara, Alain Delon pasará a la posteridad por un magnetismo comparable al que Marilyn Monroe o Brigitte Bardot tuvieron sobre los hombres.
«Sólo me faltó hacer el papel de Cristo. Ahora ya es un poco tarde», declaró al final de su carrera este actor disciplinado que tuvo el talento de someterse a las órdenes de los más grandes.
Trabajó en unas 90 películas, bajo la dirección de Melville, Visconti, Antonioni, Losey, Godard o Malle.
Productor, director, empresario y coleccionista de arte, era un seductor rebelde y arrogante, que cultivaba en la vida real la imagen que irradiaba en la pantalla.
El tiempo transformó el rostro y plateó la cabellera de la fiera solitaria. Acentuó su pose de misántropo desde donde saboreaba la gloria, antes de que ésta lo terminase hartando porque coartaba su libertad.
«Estaba programado para el éxito, no para la felicidad. Son dos cosas incompatibles», dijo en una ocasión.