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DeOpinión
Manlio Argueta
ESCRITOR Y POETA
Artículos sobre literatura
PRIMERA ENTREGA
Recuerdo mis vocaciones de niño. La más trascendente fue abonada por mi madre, cuando me decía poemas
aprendidos en su adolescencia. Y las entonaciones poéticas o la musicalidad del verso se me hicieron familiares. Pongo un ejemplo para las novísimas generaciones literarias que escriben poesía: el mejor ejercicio es escribir el soneto clásico, cuya regla esencial es que cada verso debe tener 11 sílabas; al principio, las contaba con los dedos, pero al leer mucha poesía ese dato lo fui «guardando» en el cerebro hasta no necesitar los dedos. Lograrlo era un éxito, porque la musicalidad no se aprende en un taller, sino leyendo poesía. En fin, leer es válido para alcanzar calidad en la comunicación y en la creatividad; además de percibir los valores de la sensibilización, que permiten dignificar las acciones humanas. En fin, el libro es instrumento de vida.
Muchos piensan que la poesía es de comunicación difícil. Claro, es un lenguaje aprendido, como aprender otro idioma con sus misterios, por supuesto. ¿Por qué alguien escribe poemas sabiendo que pocos los van a leer o los van a disminuir? Ocurrió con Rubén Darío cuando fue acusado de vago a los 16 años; lo condenaron a trabajos en la calle. «Dicen que es poeta, entonces, para mí, es un vago», falló el juez.
Otro ejemplo del mismo Darío, cuando era reconocido como un fenómeno que escribía versos a los 13 años y fue usado como objeto de exhibición. A esa edad fue invitado a El Salvador por el presidente Rafael Zaldívar (1876-84), que le dio trato de rey, lo afirmó el poeta en su autobiografía. Para entonces, el poeta ya había pasado por la biblioteca de los jesuitas leyendo clásicos españoles. En esa primera visita se encuentra con nuestro Francisco Gavidia, de 19 años, quien al leer poesía en francés había descubierto una entonación inexistente en la poesía castellana. Era como prosa. Gavidia narró ese hecho.
«Yo había descubierto en la poesía francesa una forma que no sonaba a poesía, sino a prosa», y se dedicó a descifrar esas entonaciones desconocidas en castellano. «Le leía a varias personas interesadas en escribir» (en su casa: calle San José, ahora 8.ª calle poniente); pero nadie le puso interés, hasta que llegó el niño Rubén Darío, que le prestó atención a su lectura en francés (el poema «Stella», de Víctor Hugo). Al descubrir Gavidia la clave del poema francés, lo tradujo al español, adelantándose, así, a los poetas de España. Con ese conocimiento, Darío regresó a Nicaragua.
Noten lo raro de la poesía cuando el juez nica dictamina: «Si es poeta, para mí, es vago», han pasado tres años; sin embargo, otro presidente salvadoreño, el general Francisco Menéndez, le hace la invitación, la cual Darío acepta, y el presidente lo nombra director de un recién fundado periódico gubernamental: «La Unión», una época en que el poeta era un completo desconocido en América Latina, no digamos en Europa.
Años después, alcanzada la gloria poética, Rubén Darío hizo que la poesía en Nicaragua se convirtiera en signo de dignidad, al grado de que las familias dominantes con poder económico optaron por escribir poesía. Entre otros, Joaquín Pasos, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Coronel Urtecho; posteriormente, hasta los comandantes guerrilleros sandinistas escribieron poemas. Es como si en El Salvador los mejores poetas hubieran surgido de las llamadas 14 familias, y que los líderes partidarios escribieran poesía. Pero a nosotros nos sucedió lo contrario, merecedores de la expulsión del paraíso patrio, incluso, al otro paraíso: la muerte. Me hace recordar al poeta Campoamor: «Todo es según el color del cristal con que se mira».
¿Por qué en El Salvador de finales del siglo XX nuestra democracia condenaba la simple tenencia de un libro? Esto quizás no lo sepan las nuevas generaciones, y quizás de ahí vienen los vacíos o traumas en contra del libro, donde incluso la palabra intelectual está desprestigiada. En tiempos de paz, lectores amigos, me dijeron «yo tenía sus libros, pero tuve que quemarlos o enterrarlos». Porque en nuestra democracia sui géneris casi ningún escritor o poeta se salvó de la cárcel, del exilio o del secuestro, tampoco se salvaba el lector.
Cuando tres poetas, entre ellos Roberto Armijo y Tirso Canales, al liberarnos de un cuartel de Nicaragua donde estuvimos detenidos, enviados por nuestros gobiernos demócratas por acuerdos con el dictador Somoza hijo, tuvimos la sorpresa de que en vitrinas de las librerías de Managua se exponían los libros por los cuales un librero y un editor en El Salvador hubieran sido detenidos; o sus locales, blancos de una bomba. Pese a que el dictador Somoza padre recién había sido ajusticiado mientras bailaba chachachá en el Club Obrero; su victimario el poeta Rigoberto López Pérez, exiliado en El Salvador, recién había retornado a Nicaragua. ¿Un presidente bailando en un club obrero?
Es que tanto la literatura como el concepto democracia tienen diferentes cristales para apreciarlos. Si queremos una sociedad feliz, sopesemos esas verdades relativas. Como dice Carol Graham (Universidad de Maryland): «Así como hay un índice de medición de desarrollo humano y del producto interno bruto, debería haber un índice de la felicidad». Para ser felices necesitamos construir sobre esos vacíos con propuestas de fondo. Ahora que en América Latina se tiran a la mesa las cartas de democracia y dictadura, es tiempo de reflexionar y renovarnos.
DePoesía
Por Guillermo Funes
(a mi esposa)
PROYECTO CELESTE
Te proyectaré, mujer,
un nido con techo de cristal
para irnos a vivir
a una ciudad ardiente,
más allá del sexto continente.
Te proyectaré alcobas,
rincones y jardines
que cambian de colores día a día,
y fuentes de leche virginal y miel,
con pan cocido por galaxias.
Te proyectaré, mujer,
ventanas sin marcos ni horizontes,
estares con vitrales de celajes,
con muebles transformables,
terrazas para ver el futuro
y una sixtina mínima
de celajes congelados
para que un cristo
planetario
nos bendiga.
Por Manuel Dolores R. Nativí.
¡QUÉ TRISTE!
Triste ocultar la sonrisa
tras la horrible mascarilla.
Es para mí pesadilla,
aunque el tiempo va de prisa.
Es muy triste no celebrar
nuestra fiesta de cumpleaños.
O la fiesta de fin de año,
a lo que hay que acostumbrar.
Triste no poder abrazar
ni dar un beso en la mejilla.
El mundo está de rodilla,
preparado para rezar.
Triste es ver la familia
que llora algún ser querido,
mientras otro está aburrido
que ni el sueño reconcilia.
Muy triste ver la ambulancia,
que traslada algún enfermo,
y de recordar ni duermo,
se me quita la arrogancia.
Otro carro suena alarma,
va con escolta policial.
Trasladan ahí un funeral
que es un hermano del alma.
Muy triste verlos de lejos
sin dar el último adiós.
Se va al cielo lo que es de Dios
son niños, jóvenes, viejos.
Y mientras tú estás sano
sin ninguna protección,
y sin tomar prevención
tú contagias al hermano.
Otro enfermo está en la casa
y quien lo contagió a saber.
Alguien faltó a su deber,
nadie sabe lo que pasa.
Miles se siguen cuidando,
pero en mínimo descuido,
la COVID halló otro nido
para seguirnos matando.
Es triste estar contagiado,
soportar fiebre, tos, dolor.
No percibir sabor ni olor,
y en la cama bien noqueado.
Muy triste estar aislado,
tirado solo en tu lecho.
La familia está al acecho,
te tiene como olvidado.
La niña o el niño que adoras
te mira por la ventana.
Eso te inspira una gana
de vivir, y de eso lloras.
Otro enfermo al nosocomio,
los que ya están colapsando.
A diario siguen llegando
con el virus del demonio.
Otra cama está ocupada;
otro enfermo está sufriendo.
Los contagios van subiendo;
la familia preocupada.
Médicos y enfermeras
trabajan por la salud,
ahuyentando el ataúd,
con atención de primera.
Mi consejo es triste y sano,
hay que seguirse cuidando,
las manos seguir lavando,
fácil cumplir de un humano.
DeMitología
EL ENIGMA DE LA ESFINGE
En Tebas estaban aterrorizados porque a la entrada de la ciudad se encontraba la esfinge, hija de Equidna y Tritón. El monstruo tenía cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. La esfinge planteaba un enigma a cada viajero que intentaba entrar en la ciudad; si no lo resolvía, el viajero moría estrangulado y devorado por la esfinge, hasta que llegó Edipo.
La esfinge preguntó con astucia: — ¿Qué ser, con solo una voz, tiene a veces dos pies, a veces tres, otras veces cuatro y es más débil cuantos más pies tiene? Ese era el acertijo que proponía la esfinge y que nadie fue capaz de resolver hasta la aparición de Edipo.
Pensó por un momento y dijo su respuesta: «El hombre». La respuesta correcta hizo que la esfinge se arrojara desde lo alto de un monte. Ese fue su final y, al mismo tiempo, la liberación de la ciudad de Tebas. En pago por esa liberación, Edipo fue invitado a casarse con la reina Yocasta, por aquel entonces ya viuda de Layo. Y así fue como se cumplió la segunda parte de la profe- cía que yacía sobre Edipo, pero nadie aún era consciente de ello.