Durante los gobiernos de ARENA y el FMLN solo existían dos grupos: los que usaban a las maras y pandillas para ganar elecciones a costa de la sangre del pueblo y los honrados y honestos que clamaban por ser liberados de las acciones criminales para llevar una vida normal, de desarrollo y oportunidades.
No hubo respiro durante 12 años de guerra civil, tampoco en los 27 años siguientes de la farsa de los «acuerdos de paz» de la derecha y la izquierda, porque en su afán de vaciar los bolsillos de los salvadoreños y llevar vida de monarcas dejaron el control total del territorio nacional a sus «angelitos».
La furia de la sociedad ante la impotencia de no poder hacer nada no movió ni un solo pelo de la insolencia —que ahora vemos— de las ONG nacionales e internacionales para hacer frente al sistema nefasto y ponerse del lado de los más de 6 millones de salvadoreños, los verdaderos inocentes.
En las comunidades, en los cantones, en los pueblos, en los cascos urbanos, los padres de familia sufrieron día a día al enviar a sus hijos a los centros escolares que estaban en lugares de frecuentes enfrentamientos armados y que, luego, fueron blanco de asedio de mareros y pandilleros. ¡Qué agonía saber que sus hijos podían ser reclutados por estos criminales! ¡Cuántas vidas de futuros profesionales y personas de bien fueron arrebatadas! ¡Cuántos sueños truncados!
¡Y qué decir de cuántas familias fueron golpeadas por la pérdida de las cabezas de hogar cuando se trasladaban a sus lugares de trabajo para llevar el sustento diario! ¡Cuántas micro, pequeña y medianas empresas tuvieron que cerrar por las extorsiones!
Rescatar El Salvador de las manos de los «dueños de la calle», para reiniciar la historia y sentar las bases del camino hacia el desarrollo económico y social, no ha sido nada fácil. Lo sabe el mundo entero. Para eso se necesitaban dos cosas: la valentía de un verdadero líder y el acompañamiento y respaldo de los ciudadanos honestos.
La sostenibilidad del Plan Control Territorial y el régimen de excepción por parte del presidente, así como el voto de más de 2.7 millones de salvadoreños el 4 de febrero, lo responde todo. Perfecta unidad pueblo-presidente.
Ahora se llegó el momento de avanzar, de caminar con coraza para soportar las piedras que ya lanzan los protectores de criminales, los que son obstáculo para mejorar la economía, y los leguleyos y escribientes que se niegan a aceptar la legalidad y legitimidad del segundo mandato presidencial, quienes hacen caso omiso no solo del respaldo internacional sin precedente, sino también del ofrecimiento de colaboración y cooperación.
Iniciamos un nuevo quinquenio, en el que el presidente Bukele conoce perfectamente los desafíos que el país enfrenta, pero ya tiene los movimientos estratégicos para salir avante. Esos movimientos que la oposición quisiera conocer para iniciar su ataque sin importarle el bienestar de los más de 6 millones de salvadoreños. El pueblo debe saber que se va a oponer a todo, así como se opuso descaradamente para la compra de vacunas contra la COVID-19, para la construcción del Hospital El Salvador, para la entrega de paquetes alimenticios y de kits de medicinas en los hogares, para la ejecución del Plan Control Territorial y el régimen de excepción, entre otros.
Nayib sabe que debe aprovecharse el clima de seguridad ya consolidado para enfrentar el reto económico, para atraer más inversiones nacionales e internacionales que permitan más y mejores empleos, para continuar potenciando el turismo y las mejoras en educación y salud.
El Salvador está liberado no solo de grupos criminales, sino también de políticos rastreros, sean viejos o nuevos. Avancemos.