El Niño y La Niña son fenómenos climáticos conocidos por la mayoría de nosotros, pero sus causas y efectos son poco comprendidos. Tanto El Niño como La Niña son parte de un fenómeno conocido como ENSO (El Niño-southern oscillation). En condiciones normales en el océano Pacífico los vientos alisios (trade winds, vientos que soplan de este a oeste) se desplazan hacia el oeste a lo largo del ecuador, llevando consigo agua cálida de Sudamérica a Asia. Debido a estos vientos, la superficie marina es 0.5 metros más alta y 7.2 °C más cálida en Indonesia que en Ecuador. Esa masa de agua que se desplaza de América a Asia es reemplazada con agua fría de la profundidad marina en las costas de nuestro continente, un fenómeno llamado surgencia (upwelling). El Niño es un patrón climático durante el cual los vientos alisios se debilitan, por lo que el agua cálida no se desplaza en su totalidad de las costas del Pacífico impidiendo la surgencia. La Niña, por su parte, describe el fenómeno opuesto: un incremento en los vientos alisios, una mayor surgencia, y un inusual enfriamiento de las aguas del océano Pacífico.
Uno de los efectos de El Niño y La Niña se observa en el ecosistema marino. Durante El Niño las aguas profundas que toman el lugar de las aguas superficiales desplazadas son ricas en nutrientes, al acercarse a la superficie marina promueven el crecimiento de fitoplancton (similar a las plantas terrestres, el fitoplancton utiliza luz solar para producir energía química). El fitoplancton es el productor primario de los ecosistemas marinos y se vuelve el sustrato de la cadena trófica que incluye el zooplancton, peces pequeños y grandes, mamíferos marinos e incluso aves marinas. Sin esas aguas submarinas toda la cadena trófica marina se ve afectada. De hecho, la ocurrencia de El Niño fue identificada originalmente por la escasez de peces en las zonas costeras.
Con respecto a los efectos sobre el clima, cuando las aguas costeras del océano Pacífico se calientan, la presión atmosférica sobre el océano se reduce, lo que corresponde a la southern oscillation, desencadenando múltiples reacciones en el clima tanto en América como en Asia. En general, El Niño ocasiona lluvias más copiosas, incluyendo tormentas tropicales, y junto a una presión atmosférica menor las aguas oceánicas cálidas proveen energía a huracanes y tifones para crecer y desplazarse, aumentando su capacidad de causar inundaciones y daños materiales en tierra firme. La Niña, por su parte, provoca condiciones más secas.
A pesar de esos efectos generales, los efectos de El Niño y La Niña son variables. Para Centroamérica, El Niño típicamente ha ocasionado una menor precipitación en la región y un aumento en la probabilidad de sufrir una canícula. Mientras que La Niña promueve una mayor ocurrencia de huracanes en el Caribe, lo que para nuestro país significa lluvias abundantes en episodios cortos. A nivel de país, tanto los efectos de estos fenómenos como la cronología de su ocurrencia deben tomarse en cuenta para la toma de decisiones y la emisión de recomendaciones apropiadas que nos permitan prepararnos y reaccionar ante los cambiantes patrones de lluvia. Debido a sus características, en nuestro país tanto El Niño como La Niña tienden a reducir la disponibilidad de agua; el primero, reduciendo la precipitación; y la segunda, a través de eventos copiosos. Un evento de mucha lluvia aumenta la escorrentía superficial, dificultando la captación y el almacenamiento de agua en los mantos freáticos y reduciendo su disponibilidad. Por ello, la importancia de adoptar estrategias que promuevan la conservación y captación de agua como la permeabilización de suelos, la cobertura vegetal, el diseño apropiado de infraestructura, entre otros.