Recientemente visité un restaurante con un agradable clima y una vista maravillosa. Acompañaba a un equipo extranjero para que conociera lugares bonitos de nuestro país y degustara de nuestra gastronomía; la persona que nos atendió lastimosamente nos brindó una atención pésima, demostraba que estaba atendiéndonos con displicencia y sin razón aparente.
Estoy seguro de que varios pensarán que la persona estaba pasando momentos difíciles, que había tenido un mal día, que de seguro está trabajando ahí no porque quiera, sino porque es lo que le salió y debe ganarse de alguna forma la vida, que es imposible andar bien y con buena actitud siempre; pero todas esas frases serían justificar una falta de gestión emocional.
Pensemos en la conducta de las personas en el tráfico, que empiezan a pitar o gritarles a otros, esas personas que prefieren golpear sus vehículos en lugar de aceptar que deben esperar y tener paciencia, o esas personas que se bajan a golpearse entre ellos por «me echó el carro».
Podemos justificarlos también diciendo que ellos lo hacen porque están pasando un mal día, semana o larga temporada desfavorable, que quizá los despidieron del trabajo, que tienen un familiar enfermo, que padecen alguna enfermedad y no se sienten bien de salud; volveríamos a justificar conductas inapropiadas por mala gestión de las emociones.
En muchas empresas existen jefes que les gritan a sus colaboradores, que ni siquiera dan los buenos días, que no ven a las personas cuando hablan, que no dan indicaciones sino órdenes, que a pesar de decir «por favor y gracias» su lenguaje no verbal demuestra que lo hacen por compromiso y hasta con altanería.
Sigo convencido de que podríamos decir que es difícil cargar con muchas responsabilidades, que esas personas también tienen problemas personales que nadie conoce, que sus jefes también les exigen demasiado y por eso ellos lo trasladan a sus colaboradores; quizá no sea necesario que lo diga, pero insisto: lo hacen porque no pueden gestionar sus emociones.
Al momento en que leen esto debe de haber muchos niños alrededor del mundo siendo castigados con violencia solo por tener conductas de niños y porque sus padres no gestionaron sus emociones; hay personas siendo asesinadas por ladrones que se justifican diciendo que las situaciones desfavorables y la desesperación los obligan a cometer esos crímenes, aunque realmente es por no saber gestionar la frustración; hay mujeres viviendo en situaciones de violencia física o quizás psicológica por un hombre que no pudo gestionar su ira.
Es un gran reto para cualquier ser humano gestionar las emociones, pero el verdadero problema es que siempre hay excusas disfrazadas de justificación; en muchas ocasiones esas excusas son ajenas a la situación donde se desencadena, por lo tanto, son emociones que se desbordan, que la persona las deja emanar sin control, son personas reactivas que no se toman ni un pequeño espacio de tiempo para admitir que están sintiendo algo y que nadie debe pagar esas consecuencias de forma injustificada.
Las emociones son algo muy natural, algo que puede ser hermoso de experimentar y compartir, pero debemos ser conscientes de que no todas son provocadas por algo positivo y de que somos cada uno de nosotros los responsables de las consecuencias cuando actuamos solo dejándonos llevar por ellas.