TOMO I – PARTE V
La grafía, el papel y las formas del lenguaje son algunas de las características que nos comparte un ayer diferente, uno de hace 200 años, pero su contenido es lo más valioso en el marco de una celebración compartida en Centroamérica: la independencia de España.
Mucho se ha recorrido desde entonces, por lo que estas misivas que nos compartió leyendo una a una Vilma Pérez, directora del Archivo General de la Nación, son una estampa de la historia de un ayer que vaticinaba un cambio, aunque aquellas autoridades extranjeras se negaran.
Pérez maneja con agilidad el contenido de estas cartas y gracias a su conocimiento compartimos extractos de aquella correspondencia de la Intendencia de San Salvador, específicamente de José María Peinado. Los fragmentos que compartimos son en la grafía, ortografía y español actual, para su legibilidad y mejor lectura; sin embargo, las palabras y el sentido son literales.
24 de enero de 1814 – Los insurrectos se enfrentan al intendente
Excelentísimo señor: Con el ordinario de Provincias di cuenta a vuestra Excelencia el 25 a la madrugada de la insurrección declarada en la noche del 24 y del estado en que se hallaba, el 26 repetí parte a vuestra Excelencia común propio expresando no haber habido novedad y que no podía extenderme más. Y el 28, con un pasajero don Román Portillo di cuenta a vuestra Excelencia de continuar la tranquilidad y prisiones y sin poder por entonces extenderme más ofrecí a vuestra Excelencia hacerlo más adelante…
En estos tiempos, se procuró atacar un amor propio difundiendo que mi gobierno era muy duro, sin duda para que por temor de desacreditarme decidiese a la injusta solicitud en que mis cortos conocimientos me hacían tener las miras intencionadas de un ambicioso, igualmente se avivó el odio contra los voluntarios en términos que muchos ya débiles o ya de opinión dudosa, claramente se negaban al servicio.
En este estado, llegó el día del nombramiento de electores y de las elecciones municipales y el resultado de unas y otras juntas acabó de confirmar mis sospechas, y penetrado de ella me tomé el arbitrio de proveer el acto que vuestra Excelencia vio dirigiendo las elecciones a su superior confirmación, porque entre tanto corría el tiempo y este me iría descubriendo todo lo que hasta allí solo sospechaba. Sin embargo, que un solo momento no he dejado sin estar prevenido, me pareció cuando vi las elecciones de barrio duplicar mis prevenciones y al efecto llamé a los sargentos Monterroso y Paredes y con orden di que a nadie lo revelasen, les entregué 500 cartuchos y 100 piedras de chispa previniéndoles estuviesen muy vigilantes y al sargento de bandera Argote hice igual prevención. En este estado di cuenta a vuestra Excelencia con un acta que se me pasó este cabildo y la cual me descorrió el velo de tal forma que ya me parecía que solo faltaba reventase la mina, porque ya todas las minas me parecían las tenían tomadas en su consecuencia desde aquel momento que le escribía a su Excelencia, dupliqué mi vigilancia y una de mis medidas fue afectar una confianza y un descuido tal que les hiciere obrar con todo el descaro, que lo necesitaba para conocerlo y entenderlo bien sucedió como me lo propuse…
Concluida la comedia, los hice entrar a una sala en que les manifesté el lamentable estado en que nos hallábamos, les exhorté al cumplimiento de su obligación les apunté en cuanto la dirección me permitía apuntarles que sabía de sus maldades y maniobras y por último les dije que estuvieran entendidos que ya me tenían cansado, que yo no había venido a esta tierra a perder mi honor ni a manchar el antiguo lustre de mi familia, que mi carácter no era el que habían experimentado en dos años, que para ello me había forzado y violentado demasiado y que si llegaba el momento de la insurrección tuvieran entendido que yo era terrible, que no me detenía en mis resoluciones y que no me habían de ver echar un pie atrás. (Esto es de los alcaldes) se hicieron de nuevas y aseguraron que nada había, salieron por garantes de la seguridad pública.
Me rogaron que no me dejara sorprender de chismes ni de envidiosos y, concluyeron, llenando de improperios al cuerpo de Voluntarios y algunos de sus mejores individuos, hasta decir que si se quitaba la casaca al cabo José Meléndez estaban ciertos que todo el odio a los Voluntarios se acabaría. Igual propuesta se me había hecho pocos días antes respecto al sargento Costeño y, esto tenía por objeto el desaliento de los demás, viendo la mala correspondencia que se tenía aún con los más acreditados del cuerpo. En ambas ocasiones, contestó que lo debía y después de haberles dicho que extrañaba se hiciesen de nuevas cuando la noche anterior pude haberlos presidido la junta, los despedí dadas las 12 de la noche y eché dos patrullas mandadas por oficiales de Voluntarios, con una de ellas se juntó el comandante José Rossi que en el día siguiente me dio parte de que a la 1 de la noche había visto salir de casa del alcalde segundo Pablo Castillo, al alcalde de los remedios, Domingo Ramos acompañado de otros tres…