Dicen que todo está escrito, y es verdad. Cada historia que se escribe lleva la construcción de miles de años de literatura, conocimiento, ciencia y sentimientos. Pero aunque todo se haya escrito, lo que cambia en definitiva es quién lo escribe, y es a través de esas ojos, de esas manos y corazón distintos que nacen nuevos versos, historias de amor y, en lo íntimo, las más sinceras cartas de amor para sus seres queridos.
Para cerrar el Especial del Amor y la Amistad, compartimos con ustedes una selección epistolar de escritores a alguno de sus grandes amores, en algún momento particular de su vida.
Las misivas son íntimas, contienen una potencia emocional que sin repetir hasta el cansancio un «te amo», sí transmiten la pasión, la ternura, el amor y la desesperación como solo los hay entre dos personas que se quieren.
Así, vamos de una Frida Kahlo adolorida del alma por la siempre infidelidad de Diego Rivera; una carta de Pablo Neruda a su clandestino amor por mucho tiempo Matilde Urrutia; un Juan Rulfo enamorado de su esposa Clara; y una carta cargada de ternura de la gran poeta Alejandra Pizarnik a la escritora y cuentista Silvina Ocampo, ambas argentinas. Y aunque la historia entre ellas seguirá siendo una verdad entre ambas, las cartas que Pizarnik le enviaba llevaban amistad, comprensión, ternura y amor.
Frida le escribe a Diego antes de ser amputada
La pintora mexicana Frida Kahlo aún en medio de su enojo, envió en 1953 grandes muestras de amor por siempre a Diego Rivera, muralista mexicano.
«Te “amputo” de mi»
No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces, que me pusiste el cuerno… no solo con mi hermana Cristina, sino con tantas otras mujeres…, ¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina, pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mí; primero por mí porque nunca he podido entender qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di.
Porque no nos hagamos pendejos, Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos; ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo, hijo de la chingada… Bueno: el motivo de esta carta no es reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en esta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada)…
Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás, pero ¿qué puta necesidad de que la gente lo supiera? Y ahora ya ves, mi fragmentación estará a la vista de todos, de ti… Por eso antes que te vayan con el chisme te lo digo yo «personalmente» (…) No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada: te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te «amputo» de mí; sé feliz y no me busques jamás.
No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí, si de algo quiero tener el gusto antes de morir es de no volver a ver tu horrible y bastarda cara de malnacido rondar por mi jardín. Es todo, ya puedo ir tranquila a que me mochen en paz.
Neruda a Matilde Urrutia
El chileno Pablo Neruda mantuvo por años un romance clandestino con Matilde Urrutia, aquello terminaría en una unión hasta el día de la muerte del poeta. Esta carta se escribió en los tiempos de la clandestinidad en 1952.
«Todo mi cuerpo está saturado de ti. Eres parte de mí»
Hoy es el sábado 28 y he amanecido sin tus pies. Fue así. Me desperté y toqué al fin de la cama una cosa durita que resultó ser la almohada, pero después de muchas ilusiones mías. El hijo de nuestra tía se portó indiferente, me esperaba un auto (del impresor) y marché raudo. Tu hijo será gordo y maravilloso, tendrá 180 páginas. Y tendrá dibujitos en la frente y trasero. Bueno, parece que mi tía no quiere que vuelva a Italia y debes preparar tu viaje, pero con calma, como cuando comemos. Hasta ahora es así. No sé si en el día se cambiarán las cosas. Esta mañana me llevaron a un sitio con una tina blanca, no comprendí al principio, pero me metí, con miedo de disolverme. Había una gran toalla, qué pérdida de trapo, en S. Angelo se hubiera cortado en 12 y hubiera servido hasta junio 1953. Cuando me levanté y abrí a la camarera vi que me faltaba una parte de pijama que, según me dicen, se llama pantalón. Es así: [dibujo de un pantalón.]
Patoja mía, estoy contento, soy como un soldado con su retaguardia segura. No me importa el fuego. No sé si estoy aun con mar o agua de Patoja, todo mi cuerpo está saturado de ti. Eres parte de mí, como la pirinola de su cane, solo que tengo pirinolas tuyas hasta en el alma. Recién me llaman, esta tarde te escribiré de nuevo, acumularé todo el día besos para todo tu cuerpo que es interminable para mí, aunque la vida me la pasaré besándolo no lo terminaré de besar.
Desperté a las 6 ½ a las 8 estaba vestido, son las 9 salgo a los tickets.
Hay algo más importante que tú y que yo, somos tú y yo. Juntos somos lo que la pobre gente no alcanza jamás, el cielo en la tierra. Te aprieto a mi corazón, amor mío, con cuerpo, alma y amor.
Tuyo
Tu capitán
Carta de amor de Juan Rulfo a su esposa Clara Aparicio
El amor del mexicano escritor Juan Rulfo y Clara nació desde que él la conoció cuando tenía 13 años. El destino les permitió casarse y enlazados se mantuvieron hasta el día de la muerte del escritor, en 1986.
«He aprendido a decir tu nombre mientras duermo»
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor…
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se revelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde… y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…
Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre”
Carta de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo
Ambas argentinas y ligadas al mundo de las letras, Alejandra y Silvina mantuvieron una relación estrecha, que quedó para la posteridad con muchas de las cartas que se escribían. Esta es una de Alejandra a Silvina.
¿Te deje muy triste el otro día?
Querida Silvina, le ciel est si bleu (el cielo es tan azul), si tendré, muy parecido a tu sonrisa. Pero ayer a las 20 horas no fue así pues no sé por qué, sobre el celestegrisrosa del crepúsculo vino una nube enorme, enorme, y también negra, y también erizada, como hecha de la materia de un gato electrizado, quiero decir de la piel de ese gato que por otra parte nunca vi sino dibujado en una historieta.
Me siento muy orgullosa y con un poquito de miedo -a causa de la responsabilidad que implica- escribiendo con tu lapicera. Tengo que acostumbrarme a ella pues exige una impetuosidad y una generosidad y una entrega, propias en mí de un instante privilegiado; y en vos de tu estado natural de ser y de estar. (¿Se entiende algo o es cierto que el sol me inmovilizó el pensamiento?). Quiero decir que no será extraño si ella cambia de forma –y sobre todo el sentido- de mis poemas venideros. (Cuando yo tenía 6 años me pasaba la vida escribiéndoles a los Reyes Magos –no solo en su día sino en cualquier otro- pidiéndoles una lapicera que supiese sumar, restar y dividir sola; ella dirigiría mi mano derecha mientras la izquierda, debajo del pupitre, da vuelta las páginas del libro de cuentos que leo mientras la lapicera se las arregla mágicamente para hacer de mí el genio de las matemáticas. Esto es idiota pero no hago más que recordarlo desde el lunes).
Encontré un librito de Old Montaigne que por momentos es muy delicioso: «Sur le plus beau trône du monde on n’est jamais assis que sur son cul». (Sobre el trono más hermoso del mundo, solo está sentado tu trasero).
¿Te deje muy triste el otro día? Espero que no. Confío en que no. Aun así, y aunque maldita la gracia que me hace tender mi tristeza sobre la mesa como un mapa, aun así, es una Gran Prueba de Amistad de mi parte esto de no sonreír todo el tiempo y de no decir chistes todo el tiempo, que es lo que hago con 99 de cada 100 personas que conozco. Quiero decir que revelar la tristeza es algo así como la máxima confesión (al menos, en mi caso). Pero me horroriza pensar que pude comunicártela. Ojalá que el peregrino la haya disipado si es que no la dejé al irme.
Minúsculo dibujito de una niña arrastrada por –o arrastrando- un cometa-flor.
Estuve pensando mucho en lo que dijiste sobre la continuidad del poema, aquello de que un verso llama a otro.
Creo que te va a encantar como a mí la dama que está a la izquierda, en el primer plano, vestida de azul, dueña de una lujosa cola blanca, parecida –si j’ose dire – (me atrevo a decir) a la de un caballo. Aunque temerosa de exagerar, me he atrevido a pensar que también sus finas y blancas piernas tienen un no sé qué de equino. (En las noches de invierno ella galopa con sus piececitos vestidos de azul y danza, danza de alegría, de miedo, danza para alegrar su pequeño corazón, su corazón de madera, su corazón de buena suerte).
Minúsculo dibujo de una niña llevando una flor.
Por primera vez, después de muchos meses, leí un diario. Al dejarlo he sentido deseos de ir a Uganda. Habría que traer a la Mère Ubu y al Père Ubu como reyes.
Vengo de un paseo de cuatro horas solitarias en bicicleta. Por eso la carta está girando (“elle tourne, elle tourne comme dans les rêves de la reine folle…) (Se vuelve, se vuelve como en los sueños de la reina loca…)
J’e t’embrasse (Te beso)
Alejandra