Álvaro Darío Lara, escritor
Artículos sobre literatura
NOVENA ENTREGA
En enero de 1931 aparece en Argentina una formidable revista literaria y cultural, bautizada como «Sur», gracias a la iniciativa de una singular mujer dotada de un gran carácter, recursos y refinado talento: la escritora Victoria Ocampo (1890- 1979). Y, por supuesto, uno de los primeros y más célebres invitados a este naciente proyecto es el gran literato Jorge Luis Borges (1899-1986).
«Sur» representó, durante décadas, a la cultura argentina, mejor aún, al cosmopolitismo bonaerense, tan sólido y rico; una revista bilingüe que tendió acercamientos mayúsculos entre el mundo anglosajón y el argentino. Tanto Ocampo como Borges procedían de abolengos importantes y pertenecían a esas clases aristocráticas pero ilustradas de la Argentina, para quienes Perón y su justicialismo representaron siempre la encarnación del imperio del mal en la tierra.
En 1969, bajo el sello editorial Sur, se publicó en la patria de ambos un hermoso libro titulado «Diálogo con Borges», la entrevistadora era Victoria Ocampo, y a través de 86 páginas se devela un mundo fascinante que parte de un conjunto de fotografías entrañables del gran poeta y narrador erudito.
Sobre cómo se ha forjado Latinoamérica, Borges relata a Ocampo, refiriéndose a su abuelo, Isidoro Acevedo Laprida, un hecho interesantísimo y revelador de nuestra común historia: «Mi abuelo Acevedo era de San Nicolás. “He nacido del buen lado del Arroyo del Medio”, solía decir. Se batió en Pavón, en Cepeda y en el puente Alsina. Los civiles, entonces, tenían más experiencia de la guerra que los militares actuales. A los nueve o 10 años pasó frente al Mercado de Plata.
Era en tiempos de Rosas. Dos carreros de chiripá pregonaban duraznos blancos y amarillos. Levantó la lona que los cubría: eran cabezas de unitarios degollados, con las barbas ensangrentadas y los ojos abiertos. Huyó a su casa, se trepó a una parra que había en el último patio y solo hasta la noche pudo contar lo que había visto esa mañana. Después vería muchas cosas en las guerras civiles, pero ninguna le dejó tan honda impresión».
Por ello, no resulta extraño cuando Borges nos dice una verdad eterna: «La poesía comienza por la épica. Su primer tema fue la guerra». Fotografías de las casas que habitó y de las pinturas de su hermana Norah Borges (entre ellas, una acuarela que reproduce el colegio de Ginebra, donde Borges y ella estudiaron) embellecen el libro y dan paso a más preguntas y respuestas.
La escritora continúa inquiriendo en la familia de Borges, pregunta por el padre, por los gustos literarios de este. Borges responde siempre cálido y entrañable. Cito un fragmento: «Era muy inteligente y, como todos los hombres inteligentes, muy bondadoso. Era discípulo de Spencer. Alguna vez me dijo que me fijara bien en los uniformes, las tropas, los cuarteles, las banderas, las iglesias, los curas y las carnicerías, porque todo eso estaba a punto de desaparecer y yo podría contar a mis hijos que había sido testigo de tales cosas. La profecía no se ha cumplido aún».
Borges fue absolutamente sincero siempre, incluso en sus terribles errores mediáticos y políticos, como su respaldo a los jerarcas de las bochornosas dictaduras argentina y chilena, para el caso. Sin embargo, también fue absolutamente claro en reconocer, tiempo después, su ingenuidad en esta materia. Al fin y al cabo, no es Borges el animal político que ganó eternidad, sino el libro infinito, sabio y memorioso que es toda su obra. La política, al final, es solo un espejismo, terrible quizá, pero pasadero.
Cuando Victoria Ocampo lo interroga sobre su relación con su querida hermana Norah, como compañera de juegos y travesuras y el caudillo de su niñez, Borges afirma: «Sí, ahora es casi otra persona.
Su firmeza, sin embargo, es la misma y así lo demostró cuando estuvo como usted, Victoria, en la cárcel. Quienes ahora la conocen no podrán creer que le gusta mucho lo que los ingleses llaman “practical jokes”. Ha dejado la diablura y la travesura para ingresar en la benigna secta de los ángeles».
La secta de los ángeles es, en definitiva, la religión luminosa de la irreverente e irrenunciable libertad humana, personal, creadora del cielo y del infierno de cada uno, el paraíso definitivo.
En la última página de «Diálogos con Borges», Victoria Ocampo pregunta: «Si pudiera usted soñar otra vez su vida —pues no solo se vive, se sueña—, ¿en qué época se detendría con preferencia: en la niñez, la adolescencia o la edad madura?».
Y Borges responde con lo que finalizamos también nosotros: «Me gustaría detenerme en este día de 1967».
DePoesía
«HÁBLAME, PERO HÁBLAME DE TI»
Por Grace Montoya
Háblame de tus sueños, de esas metas que tanto deseas
lograr y que vas por ellas a paso lento, pero seguro.
Háblame de tu vida y de eso que por las noches te quita
el sueño y te provoca insomnio.
Háblame de las razones por las cuales dejaste de creer en el
amor y comenzaste a volar solitario a donde te llevara el viento.
Háblame de la fuerza con la que te levantaste
de entre las cenizas y te hiciste más fuerte.
Háblame de todas esas veces que callaron tu voz, pero con
valentía gritaste hasta el último día, cuando ya no podías más.
Háblame de todas esas cosas que querías compartir
y te lo impidieron, porque dijeron que eras insignificante.
Háblame de esas veces que quisiste entregar el alma,
corazón y cuerpo, pero se burlaron de ti.
Háblame de ti y de las fantasías locas que crecen
en tu mente, cuando solo eres tú en el pequeño mundo.
Háblame sobre ese verso que escribiste a escondidas
para esa alma inmerecida que rompió tu ser.
Háblame y cuéntame desde cuándo tus versos tienen nombre
y apellido invocando al alma que te embelesa.
Háblame de quien habita en la penumbra de tu mente y corazón, pero intentas olvidar en las mañanas al salir el sol.
Háblame de ese recuerdo apolíneo
que cada día se vuelve perpetuo.
Háblame, pero háblame de ti, de todos tus defectos,
de tu historia, que te quiero conocer igual.
DeMitología
LA INDOMABLE ARTEMISA
Homero la describe como hija de Zeus y la titán Latona, y hermana gemela de Apolo. Artemisa, diosa de la naturaleza, la Luna y la caza, precedía a la civilización griega. Como buena representante de la vida salvaje, Artemisa era caprichosa e indomable, y, sobre todo, virgen. Causaba la muerte a todo el que osaba cortejarla u ofendía su pureza. Cuando los gigantes Oto y Efialto intentaron subir al monte Olimpo con la intención de seducirla a ella y a Hera, les lanzó un ciervo para distraerlos. Los gigantes se pelearon por el ciervo hasta matarse el uno al otro.
El mortal Acteón tuvo una muerte más terrible. Un día, cazando por el bosque, sorprendió a la diosa desnuda mientras se bañaba en un arroyo, cometió la imprudencia de mirarla, lo que bastó para que Artemisa lo convirtiera en un ciervo, y terminó devorado por sus perros de caza. Tampoco soportaba que nadie la suplantara en la devoción que sentían algunos mortales por ella. Fue responsable indirecta de la muerte de Fedra, que se suicidó porque Hipólito, su hijastro, no la correspondió en su alocado deseo. El joven era un fiel devoto de la diosa, a quien se había dedicado en cuerpo y alma. Artemisa tenía su lado positivo, era protectora de las vírgenes y de la naturaleza, pero también de las parturientas y los bebés. El mito del nacimiento de su hermano explica porqué.
Hera se la había prometido a Latona por ser amante de Zeus y haberse quedado embarazada. La persiguió e incluso pidió a Gea, la diosa de la tierra, que no le diese refugio, y a Ilitía, diosa de los nacimientos, que no la asistiera. Latona consiguió romper el cerco y dio a luz a Artemisa en la isla de Ogigia. Al día siguiente, Artemisa hizo de comadrona y ayudó a su madre a parir a Apolo en la isla de Delos. Desde entonces, la relación entre los dos gemelos, que regían la luz (Apolo la del Sol y Artemisa la de la Luna), fue muy estrecha, hasta el punto de que los griegos vinculaban a la diosa con el culto de Apolo.
Siendo la mayor, Artemisa defendió siempre el honor de su querido hermano. Según algunas versiones, fue ella quien mató a la ninfa Coronis cuando se atrevió a rechazarlo y también a Adonis, rival de Apolo por el amor de Afrodita, lanzándole un jabalí.