Cuando me entrevisté con la comisión médica evaluadora que definiría mi grado de incapacidad para trabajar y los alcances de mi pensión llegué con las heridas todavía frescas y con una incómoda sonda alimenticia colgada de mi estómago, pero no creía que mi grado de discapacidad fuera tanto.
Sin embargo, basados en los esparadrapos que cubrían el lado derecho de mi rostro, el tedio de mi alimentación asistida y mi tartamudeo de aquel entonces, los expertos determinaron que tenía un 70 % de discapacidad, que ya no podía trabajar más y, por lo tanto, aplicaba para una pensión vitalicia.
Hasta ahí había subsistido con una pensión temporal, pero albergaba la esperanza de que el equipo colegiado de galenos me diera luz verde para trabajar y volver a la profesión a la que había renunciado bajo un manto de lágrimas. En esta ocasión no lloré, pero sabía qué era vivir con una pensión de apenas arriba de $300 y, obviamente, hubo desesperanzas, incertidumbres y preguntas que solo el tiempo respondió.
No eran solo las dificultades para traer comida a casa las que me ocasionaban insomnio y pensaderas nocturnas, sino también sentirme inútil, renunciar tempraneramente a una carrera: al periodismo. La profesión que elegí por sobre otras y que me resistía a abandonar, pero que todo confabulaba para dejar que la tinta se secara en mi mente y cuerpo.
Sumado a eso, mi condición de pensionado distaba mucho del sueño que se le vende al jubilado: hamaca, canto de gaviotas y atardeceres en el horizonte desde un rancho en la playa. Eso sí, me sobraba tiempo y es así como nacieron estas «locuras» que comencé a divulgar en Facebook y que después recopilé bajo el nombre de «Letras sin harte, historias urbanas».
«Letras sin harte, historias urbanas» no es una continuación de mi libro «A medio rostro», aunque inicialmente muchos de los textos nacieron como una urgencia para calmar la sed de ejercer el periodismo y la intención terapéutica de continuar con mi recuperación mental después de superar la devastación que me ocasionó el cáncer.
Sin embargo, conforme profundizaba y pulía los escritos, me di cuenta literariamente de que estaban lejos de ser cuentos, pero sí eran crónicas, el estilo periodístico que me apasiona y el cual espero dominar algún día. Durante la presentación, no obstante, el escritor y poeta Manlio Argueta vio cosas y puntos de vistas sociales en los que realmente o a conciencia no había reparado.
Así pues, como expliqué «Letras sin harte» pasó de ser una vía de escape a mi realidad alejada de los medios de comunicación, lo que considero una necesidad de demostrarle a los periodistas en ejercicio y a las futuras generaciones de comunicadores que la entrada de una noticia no puede encajonarse en responder el ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué?, que es lo que se sigue vendiendo en las aulas universitarias. Es mi intención decir con estos sencillos textos que la única frontera para escribir una noticia es la propia mente del redactor.
«Letra sin harte», cuya «h» es a propósito, incluye 18 historias, algunas reales y otras donde exploró cosas cotidianas y picarescas que estoy seguro que ocurren hoy en día. Es mi mayor deseo que estas historias le sean de mucho agrado y que me acompañe por este recorrido domingo a domingo en las páginas de «Diario El Salvador».
Porque ¿quién no ha vivido un cuento de amor y erotismo en las redes sociales?, ¿cuántos no hemos visto y conocido de crímenes que quedan en la sombra?, ¿quién no ha visto truncado un sueño?, ¿truncada una vida?
«La red del amor», «Semilla del mal», «Luto maquillado», «La vida en un acto» y «Ángel sicario» son algunas de las historias en camino, y estarán disponibles para su lectura gracias a la nueva chance que me brinda «Diario El Salvador».
Y como sé que al igual que se han preguntado y me han preguntado muchos estudiantes universitarios, tendrá la interrogante de por qué «Letras sin harte» y no «Letras sin arte». La respuesta es sencilla: son textos que inicie sin idea de convertirlos en libro, igual sé que la literatura en este país no da para la comida, no da (para el harte) y es a ello que le hago referencia. Acompáñeme.