El confinamiento por la pandemia obligó al encierro físico de los artistas nacionales, pero no logró detener su inspiración ni creatividad.
Dicen que el espíritu de Julia Díaz permanece tenaz y vibrante en el Museo Forma; que cualquiera que entra se integra y, al mismo tiempo, absorbe la visión y el amor al arte de su fundadora. Ambas afirmaciones son verdad.
Recorrer las salas, observar uno a uno los cuadros colgados, las esculturas expuestas, toda la mística y una amorosa terquedad en su historia por permanecer así y allí hace percibir a esas obras como si al unísono todas fueran cómplices y escudo del deseo de Julia Díaz de mantener por siempre abiertas las puertas del Forma.
Eso lo convierte como en un templo del arte, uno más que especial para el libro de la vida de las artes plásticas de El Salvador —si es que hay uno—, ya que es el primer recinto, galería y museo del país, el primer refugio de los pinceles extraviados, como una vez dijo Toño Salazar sobre él.
Anabella de Martín, presidenta de la Fundación Julia Díaz en la actualidad, testimonia lo imantado del Museo Forma para cualquiera que se acerca a su historia y a la pasión con la que Julia lo fundó.
«Julia Díaz fue una mujer sumamente tenaz, amante de las artes. Soñaba con que su país trascendiera fronteras, soñaba con conectar a los artistas, y encontró en el museo la manera de hacerlo. Tenía tenacidad, era enfocada y poseía una gran fuerza interna», subraya.
Julia dejó el plano físico en 1999, pero su espíritu prevalece en el museo que sigue siendo un eslabón imperdible en la historia del arte con obras que reflejan la grandeza de muchos y de ella misma, incluyendo a las nuevas generaciones.
En los últimos años, el museo ha mantenido las puertas abiertas, ha desarrollado talleres de pintura permanentes para niños de escasos recursos para erradicar la violencia, ha llevado las obras de manera itinerante al interior del país para acercar el arte a los niños, así como las exposiciones temporales.
En esta etapa del Forma, tras la larga pausa a causa de la pandemia de la COVID-19, Anabella comenta que los planes no paran. De hecho, la Fundación ha renovado su junta directiva con una visión de mantener no solo abierto el museo, sino de seguir compartiendo su historia y marcar diferencia como centro cultural con jóvenes y para jóvenes.
En coherencia con eso último, la nueva directiva cuenta con jóvenes como Juan Santiago Martínez, el nuevo curador del museo, y Cristina Andrade, encargada de las comunicaciones, ambos apasionados del arte y del legado de Julia.
Juan Santiago reconoce y detalla al dedillo las etapas de Julia o «La primera dama del arte», así como también recorre las siete salas que conforman el recinto.
«La obra de Julia puede verse en tiempos o etapas desde el paso por su amor a la maternidad a la vida rural de El Salvador, así como retratar la dignidad campesina. Luego, en su producción tardía ya vemos una dimensión oscura con pinturas que sobrepasan la abstracción», describe el joven curador.
Para Cristina, Julia era una artista integral, conectada con la realidad nacional y con la vida artística: «De día convivía con la gente del mercado, con los vulnerables, y en la noche vendía ese arte. Lo vemos en un uno de sus cuadros titulado “Mujer”. Esta era una trabajadora del sexo y Julia retrata el sacrificio de esa mujer para suplir sus necesidades».
En este nuevo renacer del museo, Anabella tiene claro que «los planes van a continuar. Somos Julia Díaz en tenacidad y las adversidades las vamos a resolver».
El Forma lleva años solicitando que la casa que habita mediante un contrato de alquiler le sea dada en comodato, pero tristemente ninguna de las administraciones de los Gobiernos pasados le dio una solución. Este año se vence el contrato.
De cualquier manera, el espíritu de preservar el espacio está vivo en estos tres miembros de la junta, quienes esperan con las puertas abiertas a quienes quieran visitar el primer templo de arte en el país.
ASÍ SE CONSTRUYE UN TEMPLO
Pero ¿quién es Julia Díaz? ¿Cuál es la historia de este templo de las artes llamado Museo Forma?
Nadie sabe el momento exacto en el que la idea estalló en el universo de Julia Díaz, pero la historia sí registró cuándo ejecutó la primera gran acción para darle vida a un sueño que ha perdurado por casi siete décadas.
Julia Díaz nació en Cojutepeque en 1917. Debajo del brazo seguramente traía lienzos y pinceles, pero también un enorme deseo que cambiaría el escenario de las artes plásticas en El Salvador.
Adquirió su formación como pintora en el país en la academia de su maestro y amigo Valero Lecha, gran formador de una generación académica de pintores a principios y mediados del siglo XIX. Luego viajó a Europa para permanecer por cinco años empapándose de la academia y de la forma en que se vivía el arte por allá.
En su libro «Museo Forma», publicado por ella en 1984, rememora el momento en el que vuelve al país, en 1953. Con su narración es fácil imaginarla: una mujer joven que lleva dos cajas de cuadros y cerámica para vender. Pero con una bomba artística en sus manos: la creación de la primera galería de arte en El Salvador.
Un año después de su retorno, en el edificio Letona, en el centro de San Salvador, abrió su primer estudio de arte.
El lugar se convirtió rápidamente en un epicentro de las expresiones artísticas en las que se celebraban conciertos, mesas redondas de poesía y recitales de música. Ahí también mantenía en exposición sus obras. Hasta el lugar llegaron grandes personajes de aquel momento, como Serafín Quiteño, Miguel Ángel Asturias, Salarrué, entre muchos otros.
LA PRIMERA PRUEBA DE FUEGO
La frescura, la acogida y la audacia de Julia al abrir este primer espacio causó mucha simpatía, pero también lo contrario. Para la pintora, esta última razón llevó a que en 1956 se incendiara el «primer estudio». Nunca hubo culpables, pero ella siempre percibió que esta primera prueba de fuego a su sueño provenía de personajes egoístas.
Aquello quemó cuadros y causó otros daños materiales, pero la meta de Julia se mantenía intacta por su tozudez y por las manos amigas que salieron con palabras, cuadros, pinceles y un préstamo de 5,000 colones por parte de Nini Cevallos de Mullín para continuar.
«Bastaron estas demostraciones para prometerme devolver gratitud toda mi vida a través de la obra cultural y nació la idea de formar la primera Galería de Arte en El Salvador», escribió Julia en el libro «Museo Forma».
Los artistas plásticos del momento, ahora bastiones de la historia salvadoreña, exponían en las otroras Sala Nacional de Turismo, en el paraninfo de la Universidad de El Salvador o en la Dirección General de Bellas Artes. Nada como lo que la mente de Julia estaba armando.
Lo de ella no era una pared con clavos para exhibir, era un punto de convergencia entre la sociedad del momento en toda su expresión con los artistas. En un local, en una esquina en la calle Rubén Darío, abrió en 1958 su primer esfuerzo artístico. En 1965, Julia se vería retada por la naturaleza: un terremoto botó las paredes del lugar.
«Ese 3 de mayo recogí con todo amor la obra de los pintores y la mía propia; subí a la loma de la colonia La Providencia y en mi pequeña casa de la calle El Escorial se inició la segunda etapa de Galería Forma. Así, mi casa se convirtió en galería y la galería en mi casa», escribió Julia.
LOS PRIMEROS 14 AÑOS
En 1972, Julia Díaz y su galería ya eran un catalizador del arte en El Salvador. En ella, los académicos y los independientes armonizaban y fraternizaban. El cumpleaños 14 fue el momento perfecto en el que muchos no dudaron en expresar lo que ese templo del arte les significaba. Muchas de aquellas palabras las recoge Julia y Carlos Cañas en el libro «Museo Forma».
«Gracias a su tendencia humanística, congregaba todo lo que arte fuera, incluso hasta lo inconciliable. Por medio de sus constantes exposiciones, conferencias y recitales dio a conocer a nuestro pueblo el lenguaje del arte en todos sus grados y manifestaciones. Y el pueblo, nuestro pueblo, pudo así hablar del arte y sus artistas», dijo el maestro Cañas.
Salarrué también dedicó palabras al feliz aniversario: «Los artistas estamos en deuda de gratitud con Julia Díaz, quien abrió para nosotros este centro de contemplación estética, a la vez una vitrina luminosa para mostrar como un refinado atelier para creaciones de artes plásticas».
A partir de este momento, los siguientes años serán el culmen de la misión artística de Julia. Al convertir la galería en algo más distintivo y con el mismo talante de siempre, la idea se hizo acción y el 22 de febrero de 1983 se publicó la personería jurídica de la Fundación Julia Díaz, la apoderada del Museo Forma, y el 1.º de marzo del mismo año se inauguró el Museo Forma.
«El Museo Forma tenía que existir no por un capricho, sino por necesidad cultural del país», consignó Julia aquel día fundamental.
Forma nació con una donación de la colección de Julia recogida en más de 25 años; pintores y escultores también donaron obras.
El terremoto de 1986 interrumpió nuevamente su funcionamiento y las obras pasaron a manos del Patronato Pro Patrimonio Cultural de El Salvador.
Desde 1989, el Forma encontró un nuevo hogar hasta el día de hoy en la casa de la familia Meardi Pinto, construida por el arquitecto Armando Sol en la alameda Manuel Enrique Araujo.
Desde ahí, Forma se mantiene vivo, persistiendo, existiendo y cumpliendo el deseo de la gran mujer que lo creó: «Este museo es para todos, pero en especial para la juventud, que debe encontrar en él fuente de inspiración y un ejemplo constante de lo que es un ideal. Deseo que estas puertas estén abiertas para siempre».