Se cree que el verdadero amor solo está en las películas, pero no es así, también está en la música y hay constancia de ello. Te contamos a continuación cuatro historias de amor que han surgido al compás de la melodía y que, como las mismas canciones, han perdurado a través del tiempo.
TRES DÉCADAS DE AMOR Y CUATRO HIJAS
Mario Roberto Zúniga es un reconocido artista y director de la Orquesta Canela, pero también es esposo de Yessenia, cantante principal de la Sonora Oro, con quien ha procreado cuatro hijas: Katherine, Mariel, Kimberly y Maryori.
Su historia de amor inicia por pura coincidencia de la vida y de la música, cuando Yessenia era la vocalista de la Orquesta Jiboa, y compartía sus presentaciones con la Orquesta Canela. Sin embargo, no fue durante la alternancia de ambas agrupaciones que hizo creciera la amistad, sino la confianza de su hermano para que se trasladara a la voz principal de la agrupación.
«El director de esa orquesta fue mi hermano mayor, Chamba. Me cuenta mi esposa que a ella le dieron el permiso de estar con esa orquesta con la condición de que el director la llevara a su casa. Resulta que cuando yo no tocaba, venía mi hermano y me decía: “Me siento cansado, ¿crees que me hacés el favor de llevar a la muchacha cantante a su casa?”. Sí, le decía yo. Y así fue como nos fuimos conociendo, siendo amigos. La conocí, pero hasta allí nomás», detalla.
Y tal cual novela de amor, cuando el destino ha confabulado no importa la distancia ni el tiempo transcurrido.
«Yo la dejé de ver, pero un año después, tuve la necesidad de llegar a la casa porque el papá de ella trabajaba en aduanas y yo necesitaba introducir un carro placas americanas a salvadoreñas. Me dijo mi hermano: “Mirá, el papá de la cantante trabaja en aduanas”, y con eso llegué, me fijé bien en ella, me gustó y como todos los cuentos de hadas, me le declaré», comenta.
DE LOS ESCENARIOS A VIVIR JUNTOS
Como ya se sabe, Julissa Ventura, mejor conocida como La Loba, inició en el mundo musical como bailarina en la Sonora Dinamita, de Zonaí Alvarado. Bastaron dos años de amistad para que el sentimiento floreciera.
«Tenemos juntos 14 años. Yo bailaba en la agrupación y antes de cualquier cosa fuimos buenos amigos, platicábamos mucho. Yo siempre le comentaba que quería un papá para mis hijos como él, y a él le tocó la suerte», afirma La Loba.
«Cuando veníamos con Juli a tocar y a cantar a San Salvador, yo le mandaba flores con un mesero. Ella me contaba a mí, muy contenta, que había recibido rosas sin saber que yo era. El mesero trabaja aún en El Sombrero Azul y yo todavía le sigo mandando rosas. Soy un ser humano con muchos errores, pero con muchos detalles para ella, para mis hijos y para mi familia», comparte Zonaí.
De esos detalles y del amor que surgió tras escenarios nacieron dos pequeños, Gael Alvarado, de 11 años, y Marito Alvarado, de 12, quienes, junto a su esposo, Zonaí se han convertido en el motor principal de la artista.
Juli afirma que para que un matrimonio perdure, sobre todo en el mundo musical, es importante la confianza, el apoyo y la seguridad que brinda su compañero de vida.
«No hay un hombre que me vea más hermosa que mi esposo. A veces, cuando creo que no me veo muy bien me dice: “Se ve bien. Crea en usted, hágalo”. Si todas las mujeres tuvieran un complemento como el que yo tengo, hubiera muchas mujeres comiéndose el mundo. Es parte de la confianza. Los dos tenemos confianza. De hecho, yo soy más celosa que él, pero somos un complemento. Los fans hacen cola y él les toma la foto. No se enoja en ningún momento», afirma la cantante.
Juli y su esposo son también grandes compañeros de trabajo. El compartir en ambos espacios, los escenarios y el hogar, los ha acercado mucho más.
Zonaí recuerda que fue él quien motivó a Juli a cantar la melodía por la que hoy sobresale en el mundo del espectáculo, es decir, «La loba», y es por la magnífica interpretación que hace que sus fans la llaman cariñosamente así.
Juli también ha asumido con mucho cariño ese apodo cariñoso, que la distingue como pocas.
UN BESO PARA LA HISTORIA
Para Ligia Morales y William Cenna, el Centro Nacional de Artes, CENAR, no es únicamente un lugar donde diferentes artistas se preparan, sino que es el punto inicial de una historia que se ha tejido a través del tiempo, de la música y del amor.
«Íbamos a una presentación con Salsa Clave para Santa Ana y el bajista del grupo, aparte de ser el primer contrabajista de la sinfónica, daba clases en el CENAR. Ligia era estudiante de música allí. Pasamos a traerlo, y cuando entré salió una chiquita ajolotada: “¿vos sos William Cenna?, ¿A Neto buscás?” Sí, respondí. Me llevó y me trató como si me conocía de toda la vida», recuerda el propietario del restaurante El Sombrero Azul, y esposo de Ligia Morales.
La confianza que se generó de parte de ambos en aquel momento fue conectada por la música. Frente a frente se encontraba un director musical y una artista a punto de descubrirse. Años más tardes se enlazaron por amor.
«Mientras esperaba a mi amigo, Ligia me dijo que tenía un grupo que se llamaba Flor de Tierra, y que la habían llamado para reinaugurar el Teleférico San Jacinto, estamos hablando cuando el arco iris era en blanco y negro. Yo le dije que sí, la ayudaba, armamos un grupito. Fuimos a las presentaciones, pero antes ensayamos. De repente, surgió un beso que hasta la fecha ya son 25 años», relata Cenna.
Este 11 de febrero, la pareja celebró un cuarto de siglo de convivir juntos y su cuarto aniversario de matrimonio, junto al fruto de su relación, su hijo Gerardo André Cenna.
«Hemos tenido altos y bajos, pleitos, reconciliaciones, pero con ella encontré a la loca más cuerda del mundo. Ella es lo que es, por eso se me haría difícil encontrar a otra persona», afirma el director.
UN AMOR SIN NÚMEROS
Sonia Evelyn González, la voz principal de la agrupación Nahutec, era una estudiante de bachillerato cuando conoció a su esposo y padre de sus tres hijos. Luego de casi cuatro décadas llenas de compresión y apoyo, el amor se mantiene firme.
«Nos conocimos en 1981. Él trabajaba para CEL, yo llegué hacer un interinato y comenzamos primero una amistad muy bonita, de mucho respeto, una amistad bien sincera, hasta que comenzamos el noviazgo. Tenemos una diferencia de edades de 13 años. Lo conocí cuando tenía 17 y él tenía 30. Nos casamos cuando yo tenía 19 y él 33. Así empezó», afirma la fundadora del grupo.
Para Sonia, la edad nunca fue un impedimento para que el amor creciera. Al contrario, se fortaleció con el tiempo y con el apoyo de su esposo, Wilfredo Guzmán, quien desde el primer momento la ha apoyado y respaldado en sus sueños. «Cuando en la universidad Tecnológica formamos el grupo Nahutec él me llevaba y me traía, y cuando nos casamos en el 83 llegó el grupo a cantar a mi boda», recuerda la vocalista.
A través del tiempo, la pareja ha logrado llevar de la mano la música y el matrimonio, porque cuando Sonia recién formaban el grupo musical, también comenzaba el inicio de un nuevo ciclo.
«Estaba formando el grupo Nahutec y a la par mi familia. Con Nahutec cumplimos 38 años en abril nuestra primera presentación y, como pareja 38 años de casados en noviembre. La música ha sido el pilar más grande para nosotros, satisfacciones, aciertos, desaciertos, pero con la música todo se puede lograr», añade.
Por su parte, Wilfredo agradece a la vida la oportunidad que le ha dado de formar un hogar con la cantante, porque para él Sonia ha logrado llenar todas sus expectativas. «El estar juntos nos hizo hacer amena la situación. El trabajar juntos nos dio un acercamiento más, sí como esposos, pero más como hermanos», relata Guzmán.