NIHIL NOVI DeOpinión
Manlio Argueta
ESCRITOR Y POETA
Agradezco a don Chico, tal como le decíamos los poetas jóvenes cuando lo visitábamos, por ofrecerme esta entrevista breve; porque él está para manejar cientos de temas. Me interesan aspectos que siempre me intrigaron, en especial sobre su aislamiento, aunque estuvo dos veces exiliado, o sea que no ha sido tan persona de encierro. Por lo menos, la tranquilidad es el mejor hábitat para el desarrollo creativo y para investigar, además a temprana edad fue diplomático y estuvo en París.
M.A.: Don Chico, encontré un soneto suyo publicado en Costa Rica, comienzo con esto porque ignoro si está recopilado, se llama «El Amor». El poema tiene una nota donde usted corrigió el primer verso del segundo cuarteto. Yo le encontré otro en el tercer verso del segundo terceto. ¿Seria error del editor costarricense?
Don Chico: No lo recuerdo, creo que ni siquiera está recopilado en mis poemas.
M. A.: Le leo ese terceto: a estas manadas de hombres se divisa… Heridas por escarchas implacables… Errando en su dolor que eterniza…
Don Chico: Sí, tiene razón. Por el simple oído tiene que ser: errando en su dolor que se eterniza.
M. A.: A propósito del soneto clásico, una pregunta de entera confianza, cuando escribía sonetos ¿usted contaba con los dedos para calcular las 11 sílabas?
Don Chico: Casi no escribí sonetos, pero la métrica se da en toda la poesía clásica. Usted lo ha dicho en sus últimos trabajos al afirmar que número de sílabas y musicalidad se asimilan leyendo, como incorporar un microchip en el cerebro, repito sus palabras. De no ser gran lector difícil ser poeta.
M. A.: Yo escribí una novela titulada «Los poetas del mal», ahí le hago una observación sobre su encierro. Me intrigó ¿por qué si usted sembró la semilla de lo que sería la renovación del castellano, no solo en poesía sino en toda la prosa, como afirmó García Márquez, (periodista y escritor) al referirse a ese enriquecimiento del castellano que provino de Centroamérica y que desarrolló Rubén Darío. Así nos desquitamos de los españoles descubriéndoles un renovado uso del castellano.
Don Chico: Lo reconozco, por un lado, Darío traía, como dicen los jóvenes de ahora, el software de la genialidad. Y yo sufrí de algunas dolencias. Leí que usted se preguntó cómo era posible que yo viviendo 40 años más que Rubén y siendo su guía inicial no sobresalí como él, quien incluso me llamó su maestro en su «Autobiografía». Darío se refiere de cuando joven me tiré al río Sena, en París. Tuve suerte de que alguien me salvó; no fue intento de suicidio, sino que escuché una voz ordenándome lanzarme al agua; desde entonces le tuve miedo a enfrentarme a la realidad física no a la espiritual. Y si no me proyecté, fue porque me quedé viviendo en El Salvador, que si uno se descuida lo hacen desaparecer.
M. A.: Sí, usted estudió y escribió sobre nuestra identidad, trabajo gigante para un país pequeño. Darío descubre el mundo del castellano, pero usted revela nuestro micromundo de tragedias e injusticias, que después de un siglo no logramos superar.
Don Chico: Mi universo fue la gota oceánica dentro de la galaxia que es El Salvador.
M. A.: También escribió versos proféticos sobre las tragedias interminables de los salvadoreños. Lo cito «La justicia está muerta, la ley escarnecida». Me recuerda esa frase de san Óscar Romero: «La ley es como la serpiente que solo muerde a los descalzos».
Don Chico: Lástima. Una postrada democracia no entendió a San Romero. Tenemos que resucitarla como él resucitó. Siempre hemos cargado una cruz. Lea mi «Historia moderna de El Salvador» (página 247) donde transcribo un poema anónimo inspirado en la insurrección independentista de 1811. Repito un cuarteto de memoria: No llores San Salvador… la pena que actual padeces…que momentáneos reveses… se han de sufrir con valor. En fin, los poetas de cualquier época sueñan, aunque los sueños sean sueños, como dijo el poeta Calderón de la Barca en 1635.
M.A.: Respecto a «Autobiografía», de Rubén Darío, leí lo que este dice cuando se encontraron en San Salvador. Él de 15 años y usted de 19: «De la lectura mutua de los alejandrinos del gran francés Víctor Hugo, Gavidia fue seguramente el primero que ensayó en castellano lo que me hizo renovar la métrica que amplié y realicé más tarde».
Don Chico: Sí, me visitaba en mi casa para oírme leer poesía francesa, lo hice con varios amigos, pero fue Darío el único que me prestó la atención que yo quería. Desde su corta edad llevaba el sello de genialidad. Y le cuento: fue mi padrino de boda con Isabel Bonilla.
M.A.: Todo un honor histórico. Pero hay algo más en usted, como Roberto Armijo lo afirma en «Francisco Gavidia el sabio», (revista «Cultura», 1960): «El descubrimiento métrico no fue su principal contribución, sino lo profundo y brillante de su inteligencia, su obra toda, vasta y diversificada». Bueno, sabio y genio tiene similar contenido.
Don Chico: Favor que me hace el joven Armijo.
M.A.: No quiero agotarlo, don Chico, para terminar, dígame alguna anécdota del Gavidia de carne y hueso, porque a usted lo consideran como un santo de las letras y los santos solo figuran en imágenes.
Don Chico: Le cuento de cuando me enamoré de Isabel Bonilla, ella con 14 años y yo con 20, me iba a la iglesia El Rosario; enfrente del exedificio de la Cafetalera, ahí había un colegio. Iba a la iglesia para infiltrarme al campanario, de escondidas del sacristán. Para verla jugar en el patio. Pero una vez cerraron el campanario desde mediodía y le echaron llave. Pasé tarde y noche encerrado, grité, pero nadie me oyó, la iglesia había quedado sola. Mire lo que hace el amor.
M.A.: Sí, maestro, solo el amor y la justicia nos salvarán de tanta ley escarnecida, como dice usted. Gracias por dejarme perturbar su sueño con esta entrevista.