Agradecido por otra oportunidad de vida, Mauricio Bonilla está sano y con nuevos proyectos, sobre todo con muchos recuerdos y vivencias que le allanaron el paso para convertirse en el bailarín más famoso del país. Entre sus anécdotas recuerda la vez en la que su vehículo fue ametrallado a propósito y por celos artísticos, un recuerdo que comenta entre sonrisas, asegurando que aún es amigo de quien le envió la ráfaga de balas. Ahora, tras sobrevivir a una enfermedad del esófago en medio de la pandemia, quiso reunirse en el mismo hotel de la capital en el que ayudó a las «mises» para el certamen de Miss Universo de 1975, que se llevó a cabo en El Salvador.
René Mauricio Iglesias Bonilla es su nombre completo. ¿Cómo nació Mauricio Bonilla?
Fue fácil. Cuando me preguntaron —al inicio de mi vida artística— cuál era mi nombre, les dije todo el nombre, pero estaba con la duda sobre si decir René Bonilla o Mauricio Bonilla. A medida transcurrí en la vida artística, decidí cambiarme el nombre, porque me gusta más el Iglesias, pero me enteré de que había mucha gente [con el apellido] Iglesias. Entonces, me quedé con Mauricio Bonilla.
Entre el amplio currículo que posee, participó como asistente de Miss Universo en 1975. Tenía 14 años. ¿Cómo llegó a ese puesto?
Fue más que todo asistencia en la parte coreográfica, no en sí en el concurso. Andaba ayudando a coordinar cosas, como dónde entraban o salían las participantes. De hecho, estuvieron aquí en el Crowne Plaza y me tocó andarlas coordinando: dónde cambiarse, su camerino… No tan dentro de la parte organizativa, porque eso ya venía de Estados Unidos. Pero estaba jovencito… Siempre fui así, medio metido [se ríe]. Siempre me gustó andar allí. En ese momento ya estaba en el mundo de la danza, aunque no en una escuela formal, pero sí ya tomaba clases de baile, porque antes en las instituciones había maestros. Yo me fui a la escuela municipal de San Salvador, que la dirigía Alcira Alonso. En ese entonces tomábamos clases todos los días a las 2 de la tarde. Y también uno ya lo trae para ser maestro, bailarín o modelo. Hay cosas con las que ya se nace.
Mucho ha pasado desde aquel evento, también desde aquel 1.º de abril cuando nació. ¿Alguna vez ese niño de San Miguel imaginó llegar a los 59 años y haber tenido éxito?
La verdad es que me lo imaginé bastante, pero no en El Salvador, porque es más difícil que en la propia tierra uno se desarrolle como artista. Yo tuve la oportunidad de viajar a México y de estar en estudios allá, y pensaba trabajar en telenovelas y cosas. Pero no fue lo que yo esperaba. La gente, al hacer los contactos, no era lo que yo quería. No lo puedo expresar porque es un poco fea la experiencia, pero no era en ese momento lo que quería. Estando allá había cosas de por medio, y yo era una persona muy arraigada a la parte religiosa. Entonces, no iba conmigo. No quiere decir que después no lo hice [se carcajea].
¿Eligió México por la enorme vida cultural?
Sí, por la cercanía, los artistas del momento. Había tenido la oportunidad de trabajar con Resortes. ¿En serio? Sí, aquí le hacíamos como coro, digamos, bailando. Porque él vino con la caravana artística con Alberto Vázquez. En esa gira querían a personas que bailaran mambo, y me llamaron. Ahí conocí a varios productores, porque, como siempre me gustaba opinar, me decían: «Bueno, este chico trae para ser artista». Luego, con Rocío Banquells y Rafael Banquells hicimos «La novicia rebelde». En ese entonces trabajamos como extras, hacíamos de soldados, cualquier cosa con la compañía de Alcira Alonso.
¿Esa fue la única vez que quiso buscar futuro en otro país?
No, me fui a Estados Unidos, pero Estados Unidos tampoco fue el lugar. No sé si por miedo, porque oportunidades hubo, pero quizá no era el momento. Después, cuando encontré un camino que a mí me gustaba, aquí en El Salvador, y en el cual también tenía la oportunidad de viajar sin irme del país, lo elegí, porque tengo mucha unión familiar, y pensar en otro lugar era dejar a la familia. Dejar en ese momento a un hijo y a una sobrina-hija, y pensar: «¿Qué va a pasar con ellos?». Entonces, decidí quedarme. Al regreso de Estados Unidos, mis compañeros no sabían que venía, y cuando me vieron entrar hicieron una gran bulla, un escándalo. Me dijeron: «Tenemos un evento y nos hace falta alguien». «¿Y cuándo es?», les dije. «¡Mañana!» [se ríe]. Me aprendí tantas cosas en un día.
¿En la familia hay estirpe artística?
Profesional, no. Pero a mi mamá le encantaba tocar la guitarra. Una tía cantaba. Pero no lo hicieron de una forma profesional. Y mi papá, menos. De la familia de mi papá, casi todos se dedican a la docencia, y yo soy docente. Soy licenciado en Educación. Algo de los dos lados. Pero realmente a mí lo que sí me gustaba era la actuación. Lamentablemente, no tuve la oportunidad de tener una escuela acá. Sí tomé clases aquí y en Cuba, pero para Cuba ya era muy grande. Claro que en la danza también se tiene que actuar. Ahora, lamentablemente, la danza ha cambiado muchísimo, no tiene la esencia, no tiene la conciencia, la técnica y la vocación de un bailarín, porque ahora bailan y se mueven, bailan y se mueven, y no expresan.

¿Cómo descubre que quería ser actor o bailarín? ¿Cómo se da cuenta de que tenía la posibilidad de serlo?
Siempre, desde pequeño, soñé con ser artista. De hecho, hay una obra en España que se llama «Mamá, quiero ser artista», y yo de pequeño le decía a mi mamá que quería ser cantante, quería actuar, quería hacer de todo. Me encantaba y veía las películas de Pedro Infante, programas de a gogó. Me acuerdo de que mi locura eran los Beatles. Yo me ponía frente a un espejo y bailaba.
En retrospectiva, ¿cuáles han sido sus mejores momentos como bailarín?
Han sido varios. De pequeño, el hecho de sobresalir ante un público. Por ejemplo, me acuerdo mucho de Alejandro Coto y Antonio Lemus Simún. Ellos estaban dentro de una agencia de publicidad, yo tenía quizá 16 años. En ese momento, la gente audicionaba para hacer un comercial. Nos ponían a uno por uno y en grupo, y ellos decían: «Queremos a este». En un momento yo me sentía incómodo por mis compañeros, porque siempre me elegían.
¿Cuál fue el primer comercial que hizo?
El primero fue de pantalones Ranger. Teníamos que bailar en el comercial, pero también había poses y yo modelaba, ya era natural. Y decía «No tengo culpa, pero me da pena con los chicos» [porque era el elegido]. Tuve la oportunidad de trabajar con los grandes, con David Calderón haciendo otro comercial de pantalones, pero no era porque tenía el gran cuero [se ríe].
¿Qué otro momento lo marcó?
Tuve la oportunidad de viajar a Guatemala, a una Teletón, y conocí a Olga Guillot. Cuando la vi, dije: «¡A esa mujer la conozco!» Y empezamos a platicar. Me acuerdo de que me dijo: «¡Pero si tú eres un niño para que conozcas mi música!». Pero la escuchaban mis padres y a mí me gustaba. Pasamos hablando por largo tiempo. Me regaló una boa de plumas. Me dijo: «Como recuerdo de habernos conocido».
¿Aún la conserva? ¿De qué color era?
Sí, todavía. Es celeste, como aqua, bien linda. Otro momento maravilloso fue en Honduras, cuando bailé por primera vez como solista en otro país. Allá bailé en El Progreso, a beneficio de unos niños huérfanos. Entonces, hice una música de Leonardo Heredia, un argentino. La canción se llama «Coraje». Es una canción muy fuerte. De repente, había un niño muy ido viéndome y me llamó la atención. Algo raro, porque yo, cuando bailo, no estoy viendo si la gente me ve. Pero vi al niño, lo agarré y lo subí, y el niño volaba y toda la gente comenzó a aplaudir. Era como un ángel. Fue algo maravilloso.
De las últimas experiencias en Francia, éramos más de 75 países participando en un evento internacional de folclore, y las coreografías y el grupo que más le fascinó a la gente, porque tenían un «aplausómetro», fue El Salvador. Nos ganamos ese premio. Ganarse un premio del público no es fácil. Fuimos los primeros que ganamos un premio a nivel mundial como Ballet Folclórico del ISTU, fusionado con mi compañía, en 1994.

El bailarín que rompió esquemas y recibió insultos por hacerlo
Usted rompió esquema hace décadas. ¿Percibe que ahora es más fácil para los hombres ser bailarines?
Ahora hay una apertura enorme. En la época que yo comencé, cuando un hombre se ponía una malla, un leotardo o un enterizo, nos gritaban «maricas» y de todo, pero eso nunca me importó.
¿Cómo logró que no le importara?
Como lo peor para la gente es que la ignore, pues yo me ponía a reír. Claro que hubo momentos que pensé que era feo, que uno estaba tratando de hacer algo distinto y recibía esos insultos. Recuerdo que una vez… Estaban de moda «Las Tortugas Ninja» y nos subimos al escenario con la vincha y éramos todos hombres los bailarines, y como la música no comenzaba, la gente empezó vulgarmente a gritar: «¡Culeros ninjas!». Yo me empecé a reír, pero el que estaba adelante empezó a temblar. Yo le decía: «Vos seguí, vos dale». Entonces, hasta ellos se pusieron a reír y la gente cambió. Rompimos esquemas.
¿De qué tamaño es la colección de trajes de Mauricio Bonilla?
Es gigantesco. De hecho, ahora que salía dije: «¡Ay, Dios mío! ¿Dónde puse tal cosa?» Porque como estoy arreglando el vestuario… Mucha ropa la he regalado, porque, es feo decirlo, pero en cualquier momento a todos nos va a tocar [morir]. En esta época que estuve enfermo, me puse a analizar. Si yo hubiese muerto en esta enfermedad, que fue terrible… ¿Y todo esto? ¿Qué se va a hacer? Entonces, empecé a sacar ropa, porque ya ni mis bailarines la van a usar. Pero hay cosas que conservo por un tema sentimental.

Si le dieran una sola canción para bailar el resto de la vida, ¿cuál sería?
Ay, Dios mío! Es bien difícil, porque hay varias. Mi preferida preferida es «My Way» («A mi manera»), de Frank Sinatra. Pero, evaluando también… «Siempre que te pregunto que cuándo, cómo y dónde…» [canta «Quizás, quizás, quizás»].
Pero ¿cuál versión?
Me gusta Michael Bublé, pero hay varios cantantes en español que la cantan linda.
¿A quién jamás imaginó conocer y hasta dónde jamás imaginó viajar?
Alicia Alonso. Yo siempre quise conocerla no solo como la gran leyenda y bailarina absoluta, sino por la experiencia que vivió en época de guerra civil en Cuba, y cómo ella logró romper fronteras. A quien nunca pude conocer, y es mi ídolo, fue a Mijaíl Barýshnikov. El día que lo iba a conocer estaba en Washington. Él era el director del New York City Ballet. Iba feliz con la cámara y llegando nos dicen: «Él renunció hoy, se peleó y se fue, se largó».
¿Y hasta dónde viajó?
Inglaterra. Yo nunca imaginé que iba a estar por allá, o en Bélgica, Alemania y menos Cuba. O el sur de Francia, que uno no lo imagina.
La belleza y la vanidad son parte de la vida de los artistas. ¿Cómo las equilibra?
No soy compatible con la vanidad. Soy demasiado sencillo, no me considero vanidoso. Cada uno tiene lo que tiene y cada uno es lo que es. Claro, me tengo que cuidar y verme bien. Y cuando la gente me conoce me dice: «Uy, yo pensé que eras orgulloso, que eras creído». Pero no. ¿Para qué?
Recién superó una crisis de salud. ¿Cómo va la recuperación?
Va bastante bien. Pero ciertamente van apareciendo cosas. Es que, la verdad, estar en ese Hospital Rosales es yuca.
¿Cuántos días estuvo?
Una semana… La recuperación fue muy rápida, y eso me da temor.
¿Por qué?
Porque se puede repetir, porque si una cosa se cura tan pronto, me da miedo. Pero el doctor me dice que no.