Como una racha imparable por necesidad en su vida, por la edad, por la madurez artística y el resultado de casi dos décadas de trabajo, llegaron tres obras seguidas a la mente, manos y dramaturgia de Andy Gamboa.
Andy llegó a El Salvador la última semana de enero y la primera de febrero para presentar esas tres apuestas personales, que en resumen son la historia de su vida y dos eventos de los más entrañables que lo han marcado a lo largo de sus 43 años de edad.
Con su «erre» colocha al hablar, el costarricense puso a temblar las tablas de la Galera Teatro & Cocina con dos funciones de cada una de sus obras escritas, dirigidas, actuadas, y, sobre todo, vividas por él mismo.
«Memoria de Pichón», «Autopsia de una Sirena» y «Señor de Señores» son los nombres de las tres íntimas y confrontadoras historias que Andy ha dejado en las manos de los espectadores fuera y dentro de su país desde hace cinco años.
La apariencia de Andy no refleja los 43 años cumplidos, sin embargo, hay en él (y lo reconoce), una edad artística en la que ya recorrió un largo camino. También, en estos últimos años, empezó un trecho nuevo escribiendo su historia y venciendo los más grandes miedos humanos que salen ante la intimidad expuesta.
Desde el ángulo que se esté en la sala del teatro de su vida, para algunos el actor está a la mitad del camino; para otros, por su experiencia, está más adelante y para los espectadores salvadoreños que vivieron su dramaturgia durante tres noches seguidas con cada una de las piezas, este es el principio de un artista escénico que, aunque se dejó la piel en esta trilogía, tendrá mucho con qué sorprender en el futuro.
DIRECTOR ANTES QUE ACTOR
Andy no siempre fue el centro del escenario. De chiquillo, como él dice, en el patio en los juegos con sus hermanos él siempre estaba detrás de cámara, dirigiendo la escena, los actores eran los otros. Recuerda escuchar a su papá decirle «¿cuándo te toca a vos?». También recuerda su primera luz de amor por el teatro cuando tenía seis años. Una pareja de actores con una maleta presentó una obra en el colegio. Durante la presentación el pequeño Andy decía en su mente «¡ay, esto es maravilloso!».
En aquel momento, no sabía qué era ser actor, sabía que había nacido para comunicar, lo expresaba en los juegos. Los años transcurrieron y en su descubrimiento pensó en ser veterinario, incursionó en la danza y la pintura. A los 18 años presenció una graduación del Taller Nacional de Teatro y el telón se abrió por vez primera: Andy supo que sería actor.
No lo pensó y se inscribió para cursar un equivalente a un diplomado en actuación: «Apliqué, lo hice todo muy catártico. Me acuerdo y pienso cómo pude hacer eso. Pero yo le dije a mi mejor amigo que si no me agarraban no sabía qué iba a hacer con mi vida».
La suerte estaba echada y hacia adelante Andy no pararía hasta formarse como actor, primero, en Costa Rica y, luego, en Morelia, Michoacán, tras el consejo de dos actores que fallecieron antes de que Andy juntará sus ahorros y llegara a México.
Su estancia en México fue significativa por mucho. Conoció al primer actor recién fallecido Héctor Bonilla, fue él quien le dio la primera oportunidad en la obra «Hidalgo al resplandor de sus hazañas». Andy tomó todos los papeles que pudo, era soldado bueno, soldado malo, hombre que pasa. Allí venció uno de los más grandes retos: el acento tico.
Con esa experiencia se dio cuenta que lo suyo no era detrás del telón, como cuando niño, lo suyo era apropiarse del escenario.
Años más tarde también descubriría su arte para dirigir y escribir sus propias obras. Llegaría el arte de hacer unipersonales (biodramas) con poca escenografía para apropiarse con su actuación por completo de la atención del público.
LA PUERTA HACIA LO ÍNTIMO
Regresó a Costa Rica en medio de un contexto complicado en México y el fallecimiento de una de sus abuelas. En los años siguientes, en una especie de formación personal actuó en una gran cantidad de obras de teatro, danza y también en dos películas: «Hombre de fe», en la que interpretó al papá del futbolista Keylor Navas, y «Ámbar», la más reciente el año pasado.
Al mismo tiempo inició una nueva etapa, la de dramaturgo. «Por los 30 pasé por una crisis, algo que les pasa a muchos actores, de buscar el texto ideal. Nos sentimos como estancados, no estamos viejos ni jóvenes. Entonces, descubrí a Conchi León con la obra sobre su papá “Cachorro de león”. Yo nunca había montado un texto propio y allí empecé a coquetear con algo así. Yo tenía entre pecho y espalda una deuda pendiente con el pasado, son cosas que se resuelven para algunos con un abrazo, con hacer algo por esas personas, pero yo lo que tengo para ofrecer es teatro y eso hice», comenta Andy.
El ejercicio de hacer una obra sobre su pálida relación con papá se abrió paso. Primero, como jugando, como tomando cosas de él sin un texto. Hasta allí, las emociones son como piezas de rompecabezas. Luego, se unen en escenas, viene su curaduría al verse a un espejo, quita lo que no aporta y construye al personaje que nace de sus recuerdos. Así dio a luz a «Memoria de Pichón», con el teatro como escudo, pero haciéndose una especie de terapia de choque que ahora, en cada puesta en escena, traslada al espectador para confrontarlo y transformarlo. El arte que escribe, actúa, dirige y entrega Andy, es transformador porque se encarga de respetar al personaje, de hacerlo fiel a sus memorias y de conectar con lo más humano: las emociones.
En orden cronológico, «Autopsia de una Sirena» es la segunda que produjo y abraza uno de los momentos más duros de los Gamboa con la muerte de la hermana trans del actor, Yina. Con esa pieza, Andy también transformó a su familia, en especial a su madre, al agradecerle por el homenaje a la vida de la joven que nació siendo niño y murió como sirena a los 18 años.
En su última obra, «Señor de Señores», se desnuda el alma y el cuerpo en el ejercicio más duro de todos: ver hacia adentro, contar sus miedos, soltar sus anhelos y abrazar su realidad, la de un hombre de 43 años abiertamente gay. El público, sus espectadores, los compañeros de teatro en El Salvador vivieron sus obras y fueron transformados. La espera ahora es para ver qué más hará este dramaturgo con la puerta que abrió al teatro de lo personal, porque parece que la historia apenas empieza.