Uno de los «elegantes acuerdos de paz» que firmaron los artífices de la guerra civil en El Salvador fue establecer gerencias presidenciales, es decir, colocar en la silla principal de gobierno a un títere que ejecutara todos los caprichos millonarios del sector de la sociedad dotado de gran poder e influencia en los asuntos políticos.
Mientras soldados y guerrilleros exponían sus vidas en combate por causas ideológicas, los cabecillas de ambos bandos tramaban el mejor testamento del conflicto bélico. La repartición de poder fue brutal y descarada entre los dirigentes de la derecha y la izquierda.
A la sociedad y al mundo les hicieron neuroventa de que el país por fin viviría en paz y seguridad. Pero lo que siempre ocultaron es que solo sería una realidad para los ungidos del poder fáctico, entre tanto los salvadoreños eran sometidos a una nueva guerra: al terror de maras y pandillas. Hasta en esto sacaron rédito los poderosos, pues les permitió privatizar la seguridad. El 16 de enero de 1992, como una orden a las naciones y los organismos internacionales dizque protectores de derechos humanos: «be quiet please». Dicho y hecho, 27 años de silencio lo confirman.
El gran negocio ideológico tuvo su fin en junio de 2019, cuando Nayib Bukele asumió la conducción del país, algo inesperado por ARENA, FMLN y sus apéndices. El descontrol político fue total. Lo descabellado surgió desde entonces y estableció una miserable agenda depravada. La inclinación antinatural en el comportamiento político hizo su aparición ante la ruptura de un sistema establecido, protegido y financiado por el poder fáctico. La hegemonía tricolor y roja fue alterada hasta los sumos.
Desde entonces, en la caverna de Alí Babá se ejecuta el manual de acciones y discursos a seguir en contra del desafiante nuevo líder. La meta: hacerlo caer a como dé lugar. Qué mejor que contar con autogalardonados activistas con pluma y micrófono, religiosos del mal y organizaciones ambiciosas de billetes verdes. ¿Cuál es la línea que han seguido? Veamos.
La agenda opositora es sencilla: calificar de dictador al presidente Bukele; señalarlo de irrespetuoso de la libertad de expresión y prensa; violador de los derechos humanos de criminales, perdón, de «angelitos»; antidemócrata; que militariza los municipios, entre otros calificativos.
Pero qué pasa en realidad. El 95 % de los salvadoreños aprueba todos sus esfuerzos efectivos en favor de cada familia, pues ha devuelto lo impensable: la educación, la salud, la paz, la tranquilidad y la alegría a cada habitante de esta nación, en detrimento de los intereses perversos de los malvados rojos y tricolores, sus empresas y ONG macilentas. Este diciembre se planta como el más seguro. En las plazas públicas, parques y calles se vive una felicidad como hace décadas no se disfrutaba. La llegada de la diáspora, la visita de miles de turistas, las sonrisas, las luces, los adornos, las compras, los abrazos y saludos en todas partes del país revelan la realidad del nuevo El Salvador, esa realidad que no ven adrede todos los extranjeros que se inmiscuyen en asuntos de país, a quienes no les importa lo que sucede en sus propios territorios.
¿Quién quiere regresar al pasado tenebroso y lleno de luto y dolor? Solo los pervertidos que ambicionan todo sin importar sobre quién pasan por encima; los que no escatiman esfuerzos para seguir sacando hasta el último centavo del bolsillo de los trabajadores honrados; los que son parásitos de la política; los vividores activistas denominados «periodistas incómodos» amigos apologistas de criminales; a los que se dicen cercanos, pero que son fingidores peligrosos que lo único que buscan es poder y dinero; en fin, la lista es larga.
Como dije en mi columna pasada, 2023 se planta desafiante. Los salvadoreños debemos estar alerta ante la infamia, la calumnia, la desinformación de todos los que conforman el bloque de oposición al presidente del pueblo. Y cuidado también con los malandros maquiavélicos que dicen tener la camiseta oficial.
El manual de depravados está clarísimo y en guerra cantada no hay caído. Y que les quede claro: mi amigo Nayib no es gerente de nadie. Es el presidente del pueblo.